Comencemos por hablar de Javier Milei, el presidente argentino que dio una machincuepa –“rodó como calabaza, dio una voltereta”, conforme al Diccionario de la Real Academia Española- en las elecciones legislativas del domingo 26 y, contra los pronósticos más negativos, incluso en su campo y entre sus partidarios, se alzó con un triunfo espectacular: La Libertad Avanza, su partido, ganó las elecciones con el 39 por ciento de los votos y obtuvo una amplia diferencia respecto a la peronista Fuerza Patria y sus aliados, con el 29,4 por ciento. Mientras Cristina Kirschner, la líder justicialista, aparece en el imaginario de sus enemigos, arrastrando ruidosamente la cadena que le impide evadirse de su prisión domiciliaria por corrupción.
Pero el triunfo de Milei, que debe en mucho al rescate multimillonario, una inyección de 20 mil millones de dólares a las exhaustas arcas argentinas, gracias a su amigo Donald Trump, no ha sido gratuito en lo que respecta a este salvavidas. Más allá de la expresión de solidaridad del magnate con el obsecuente amigo sudamericano, el crédito otorgado es una manifestación de presencia imperialista -si se me permite el término- de Washington en Latinoamérica. De ahí que más de un analista de tales comicios escribiera: “ganó Milei, pero Trump más”. Independientemente de que no faltará quien incluya al argentino entre los vasallos del estadounidense, al lado del presidente salvadoreño, Nayib Bukele, carcelero de inmigrantes.
En fin, estamos ante una más de las imposiciones de Donald Trump en el escenario internacional, en este caso, con “gravámenes” que deberá pagar América Latina: la exhumación de la doctrina Monroe, “América para los americanos”, que hizo de nuestra región el patio trasero de Estados Unidos durante más de 70 años del siglo XX.
Ominoso período de golpes de Estado, ¿cien? y de dictadores de derecha que habrían de suceder en México, pasando por el Caribe y Centro y Sudamérica. Con personajes -elijo al azar- como Anastasio Somoza, de quien dijo el secretario de Estado John Foster Dulles, que es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta. Como Pinochet y como la dictadura militar argentina.
Aclaro, de pasada que, aunque son igualmente condenables, no corresponde aludir en este comentario a las dictaduras de izquierda.
Responden a este armado del patio trasero -nos lo recuerda Daniel R. Carunccho en La Vanguardia, de Barcelona, 28 del pasado octubre- las brutales amenazas de anexionarse el Canal si el gobierno de Panamá no cortaba lazos con China, lo que tuvo que hacer. Y no se diga, el despliegue de efectivos en el Caribe y en el Pacífico, bombardeando lanchas y asesinando a sus tripulantes bajo la acusación, no probada, de transportar droga a Estados Unidos. Lo que ya involucró a México con motivo del bombardeo y hundimiento, a 850 kilómetros de Acapulco, de una lancha y la decisión loable de nuestro gobierno, de tratar de rescatar a un náufrago.

A la sombra de la trumpiana doctrina Monroe, el mandatario intenta resolver el conflicto con Venezuela, para lo cual los analistas plantean tres escenarios:
Forzar un cambio de régimen desde dentro, lo que no se considera factible, pues, aparte las lealtades comprometidas entre militares, que se han enriquecido con Maduro, se saben objeto de espionaje.
Un ataque militar contra Venezuela, como lo hizo Trump -se recuerda al plantear esta opción- en 2019 contra el líder de Daesh Abu Bakr al Bagdadi y en 2020 contra el jefe iraní Qasem Soleimani. Lo que, se dice, podría provocar una guerra duradera.
Un nuevo acuerdo entre Trump y Venezuela: es el escenario más factible. Si el despliegue naval no produce cambios rápidos, Trump podría negociar un pacto sobre el petróleo, el narcotráfico o la deportación de inmigrantes. Maduro también podría realizar concesiones a la oposición, como ya hizo en 2023. Esto permitiría a Trump vender su imagen de líder pacifista y a Maduro calmar las aguas. Más difícil es que negocie su salida del poder.
Suena factible, aunque, desde luego, no prevé la entrega del poder a Edmundo González, el presidente legítimo ni alude a María Corina Machado, la premio Nobel de la Paz. Vale la pena, antes de cerrar este tema, comentar que el presidente brasileño Lula, peleado con Trump y ambos felizmente reconciliados, la habría propuesto mediar con Maduro, pero no ha vuelto a mencionarse el tema.
De vuelta al tema central de este artículo, parecería que en los oscuros designios de Trump al exhumar la doctrina Monroe, está el hacer América para los “norteamericanos” -vale decir, los estadounidenses y quizá Canadá, ¡pero no los latinoamericanos! A nosotros intentan hasta borrar el nombre del Golfo de México sustituyéndolo por el de Gulf of America.
Recuérdese que el 20 de enero en el despacho Oval, inaugurando su segunda presidencia, dijo de los latinoamericanos: “Ellos necesitan mucho más de nosotros, que nosotros de ellos”.
Pero, al margen de este “fervor WASP” (White, Anglo Saxon, Protestant), hay analistas que consideran que el intervencionismo de Trump en América Latina “responde a dos ejes de su política exterior: China y los recursos.” Acabar con la influencia china, de enorme y creciente importancia en Brasil y otros países y asegurar el suministro de minerales de tierras raras, en Argentina y de litio, en Bolivia, por ejemplo.
Pero Trump ha tenido que inclinarse ante Xi Jinping -dicen no pocos analistas en relación con el “apretón de manos” de ambos líderes en su reunión de mediados de semana en Corea del Sur. Las dos horas de reunión hacen concluir a los expertos, que el estadounidense se habría doblegado ante quien posee el control del 90por ciento de las tierras raras, indispensables para fabricar desde una tablet, la pequeña computadora de estudiante hasta un cohete inter-espacial. En fin, “tache” para Trump.
Y vuelvo a la doctrina Monroe para hacer notar que la irrupción de la América anglosajona trumpiana tiene, sin embargo, una puerta de acceso -por así decirlo- a la población hispana, cubana y venezolana, conservadora y anticomunista, residente en Florida, poderoso Estado, bastión republicano. De donde proviene el cada vez más influyente secretario de Estado, Marco Rubio. Un político que no me simpatizaba por su talante reaccionario. Pero ha crecido políticamente y aprecio su actual pragmatismo.
El nombramiento de Marco Rubio en el puesto clave de secretario de Estado (secretario de Relaciones Exteriores) -y el de Christopher Landau, que habla español y fue un dialogante embajador en México, como subsecretario, su adjunto- es interpretado, no como “seducción” hacia América Latina, “sino como coerción para que detengamos la migración y se haga la guerra a los cárteles de la droga, ya clasificados como organizaciones terroristas”. Dice Piotr Smolar, corresponsal en Washington del diario francés Le Monde.
Hasta hoy la relación de México, en el nivel mismo de la presidenta Sheinbaum, con Rubio y Landau ha sido positiva y hasta cordial. Sin embargo, los bombardeos a lanchas que Estados Unidos afirma, transportan droga y el asesinato de su tripulación se acercan peligrosamente a costas mexicanas.
En estos casos, y el gobierno y los mexicanos tenemos que auxiliar, en su caso, a los seres humanos. Como lo está intentando la Marina, que busca, hasta hoy sin éxito, a un sobreviviente de una lancha acribillada y hundida a 1270 kilómetros de Acapulco.


