José Manuel Valdés Ángeles

 

Cualquiera que sea su valor estético, constituye
[La vorágine] la más grandiosa epopeya que de la
selva virgen homicida se ha escrito hasta ahora.
H. Keyserling, Meditaciones suramericanas.

Quisimos tomar el mismo epígrafe que introduce el prólogo escrito por Loveluck, en la edición de Ayacucho de La vorágine, porque demuestra, a modo de síntesis, gran parte de la crítica que gira en torno a la novela. Tras la publicación de ésta, en 1924, la literatura latinoamericana inaugura el culto a la naturaleza homicida. Carlos Fuentes en La nueva novela hispanoamericana, retoma el tópico que se ha fabricado sobre la literatura en Hispanoamérica gracias a la frase final de la novela escrita por José Eustasio Rivera: “¡Los devoró la selva!”: la literatura en estos países ha sido devorada por su paisaje. “Se los tragó la montaña, se los tragó la pampa, se los tragó la mina, se los tragó el río…”, se los tragó la Violencia, éste sería el comentario que nosotros añadiríamos a la frase. Porque, si bien, la naturaleza, para muchos críticos, ha sido el protagonistas de las novelas de inicios del siglo XX en Latinoamérica, para nosotros el personaje que subyace debajo de este carácter geográfico es la Violencia. Nuestros países tienen de fondo una realidad violenta; desde su constitución, gran parte de los países hispanoamericanos se ha visto envueltos en una atmósfera violenta, provocada, en muchos de los casos, por las dificultades sociales,  políticas y económicas a las que se han visto enfrentados. El escritor latinoamericano ha sido maldecido por esta violencia.

Para muchos escritores, como es el caso de Rivera, el clima de violencia de los países Latinoamericanos, ha engendrado su producción literaria. El escritor provoca una suerte de homenaje en sus novelas de esta violencia imperante. Porque el poeta o el novelista latinoamericano, también ha sido engendrado por esta violencia. En esta etapa de la literatura latinoamericana -inicios del siglo XX-, existe una suerte de escritor maldito. Sólo este período de tiempo nos encargaremos de estudiar, porque es en esta época cuando nace La vorágine. Novela, que a manera de ejemplo, utilizaremos para fundamentar la tesis aquí planteada.

Por consiguiente, este ensayo, a manera de esbozo, pretende orientar la lectura de la novela hacia una crítica que enfrente el carácter de denuncia de La vorágine. Carácter poco tomado en cuenta por los críticos. La novela utiliza una retórica que nosotros hemos denominado como retórica de la violencia, la cual queda fundamentada desde el primer párrafo con el que se inicia la novela. Párrafo que, únicamente, nos dedicaremos a estudiar, como prueba sintética, para desarrollar estas ideas.

La violencia como geografía.

De los muchos análisis que ha suscitado la crítica de La vorágine, gran parte de éstos se ha orientado a buscar  el porqué ésta constituye una obra literaria. Para muchos estudiosos, la novela tiene un carácter defectuoso en su constitución: principalmente esquemático o terminológico, no obstante, la obra resulta, no sólo legible, sino fascinante para muchos lectores en nuestros días. Ante estas valoraciones, tenemos que reconocer el carácter embriagante de la prosa poética de Rivera, prosa de una calidad inigualable, como veremos adelante,  que no está exenta de las valoraciones subjetivas de la crítica. Y no sólo eso, la novela presenta una serie de características que dificultan su justa evaluación. Una de ellas es la denuncia político-social, tan inherente a la novela Hispanoamérica, que no sólo representa una característica típica de la literatura realista de estos países, sino que nace con la primera novela en América Latina.

Es claro que La vorágine no constituye un intento de hacer un trabajo de geografía, si bien habla de la tierra, también nos habla de una crítica hacia la naturaleza particular de los países latinoamericanos, una naturaleza salvaje que ataca al hombre dentro de otro enfrentamiento: el hombre contra el hombre. En esta lucha vital, la novela presenta un drama permanente en los países latinoamericanos: la justicia. En este sentido, la novela sí presenta una tesis sociopolítica. Para casi ningún crítico, este aspecto no resulta crucial para la novela, lo subordinan al regional, al psicológico, y en el mejor de los casos, al lírico. En cualquier caso, no constituye ni una autobiografía ni mucho menos un tratado de periodismo estético como se le ha querido ver.

La vorágine pertenece a ese grupo de novelas aparecidas casi en la mitad del decenio 1920-1930, uno de los más fecundos de la narrativa denominada “superrregionalista” de Hispanoamérica.  A este tipo de literatura, el conde H. de Keyserling las agrupó dentro de lo que llamó telurismo: “sitio del tercer día de la creación en que las aguas y lo sólido aún pugnan por establecer el límite y lo volcánico no parece asumir su forma final”, un mundo lleno de riesgos y sorpresas geográficas. Goethe  buscaba  la paz del espíritu en sus caminatas por los senderos de los Alpes, pero

“¿Quién  caminaría a  su placer por los Andes, sino un ejército sanmartiniano congelado y hambriento?” – pregunta Fuentes. Es cierto, el poder protagonista de la naturaleza en la novela latinoamericana sometió al hombre dentro de la vorágine de la destrucción. Pero ¿por qué pensar que la selva, la pampa o el llano son homicidas por su propia naturaleza? No es acaso que dentro de la fuerza destructiva de esta naturaleza latinoamericana las relaciones que establecen los hombres entre sí son más negativas y destructoras que la sola voracidad natural, “la sucesión de males e injusticias en la novela hispanoamericana hace pensar que, en efecto, más vale ser tragado por la selva que sufrir la muerte lenta en una sociedad esclavista, cruel y sanguinaria”.La violenta naturaleza en las novelas es sólo el resultado de la violencia en Latinoamérica.

 

El escritor maldito.

Cada año estallan, en América Latina, secretas matanzas que, silenciosamente, caen “sobre estos pueblos que tienen la costumbre de sufrir con los dientes apretados”. Esta violencia sistemática, como la llama Galeano, va en constante aumento. Porque existe una tradición de la violencia, adyacente a las condiciones socioeconómicas de los países latinoamericanos:

La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta.

Si a esto le agregamos la inestabilidad política, las dictaduras militares y las oligarquías dominantes, la Violencia es el actor principal en Latinoamérica. Por consiguiente, la literatura se ve enmarcada en esta violencia. Los personajes de La vorágine son sólo marionetas de esta fuerza suprema que los mueve: la violencia. El instrumento es la naturaleza, en este caso, la selva carnívora. “La vorágine inaugura la novela de la violencia en Colombia y en América hispánica”.

Rivera es un hijo de Latinoamérica, un escritor maldecido por esta fuerza suprema que representa la violencia. La condición económica de sus padres le permitió entrar en contacto, a temprana edad, con los problemas sociopolíticos de su país. Tan sólo los problemas que giran en torno a la educación pública, fueron parte integral en su formación intelectual.  El autor de La vorágine, conoció de cerca el ambiente de la selva homicida y el alcance de sus poderes desquiciadores. Habitó en “el infierno verde”, gracias a que fue designado secretario de una de las comisiones encargadas de fijar las fronteras entre Colombia y Venezuela. Conoció de cerca los bravos y lamentables escenarios de los caucheros, enfrentándose cara a cara con ese mundo donde imperaba el desorden, la codicia, la violencia sanguinaria, la locura del caucho y la injusticia. A la par, conoció a sus personajes. Rivera llegó a ser íntimo amigo de Luis Franco Zapata (Arturo Cova). Éste le informó con detalle sobre las tragedias de la selva y la mísera existencia de los caucheros. Alicia – la de la vida real-, era una mujer que atendía a Rivera, que fue huésped en Orocué. También conoció a Barrera, el “mosiú”, Zoraida Ayram, por nombrar sólo algunos. Allí contrajo la malaria, las fiebres nunca lo abandonaron. Muere el 1 de diciembre de 1928. Cobra el infierno verde la presa que se le escapó.

Fiel al carácter romántico del escritor decimonónico que lucha con la pluma para defender causas sociales. Rivera, escritor del siglo XX, tiene ante sí una sociedad más compleja. Firme en su papel de luchador social, movido por un afán de justicia, emprende su lucha en la tribuna como político, sin embargo, es a través de su obra literaria, trunca por su prematura muerte, donde encuentra el mejor medio para luchar. Su novela tiene el valor documental, de protesta, que conlleva a una denuncia de una situación social específica: la justicia para el explotado. La tarea de escritor latinoamericano se comparte con la militancia política, se tiene que ser, simultáneamente legislador y reportero, revolucionario y pensador. Porque la novela latinoamericana surge como la crónica inmediata, en países sometidos a la dictadura o la explotación, la literatura tiene que provocar un grado de conciencia social y política. Recordemos que en países desprovistos de canales democráticos de expresión, el escritor tiene la consigna de ser la voz de un pueblo que no la tiene. Conviene insistir en el valor social combativo de la novela. Pero, “La vorágine no es un documento, a secas, sino un documento y una obra de arte”, y como tal hay que verla.

 

La retórica de la violencia.

El latinoamericano de inicios del siglo XX, tuvo que emprender una revisión en el lenguaje. Trasformarlo para que representara el mundo caótico en el cual le toco vivir. Tuvo que construir un nuevo lenguaje que no sólo denunciara la violencia, sino que llevara la violencia en su constitución:

La vieja obligación de la denuncia se convierte en una elaboración mucho más ardua: la elaboración crítica de todo lo no dicho en nuestra larga historia de mentiras, silencios, retóricas… Inventar una lengua es decir todo lo que la historia ha callado.[…] Esta resurrección del lenguaje perdido exige una diversidad de exploraciones verbales que, hoy por hoy, es uno de los signos de salud de la novela latinoamericana.

Dominado siempre por la inteligencia, el lenguaje de la novela latinoamericana se presenta como desorden, es decir, “un orden posible contrario al actual” – dice Fuentes-, a este orden dominado por el abandono de una consciencia social. Porque nuestra literatura pertenece a una tradición revolucionaria, “en cuanto le niega al orden establecido el léxico que éste quisiera y le opone el lenguaje de alarma, la renovación, el desorden y el humor”. En el caso de La vorágine, la violencia es una retórica que se opone a la violencia del mundo latinoamericano, un principio que sólo pretende engendrar una crítica que permita la construcción de un orden más armónico.
Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia.

Esa violencia en grado superlativo con su imperiosa necesidad de ocuparlo todo en Latinoamérica. Y sin embargo, siempre queda la esperanza:
Con todo, ambicionaba el don divino del amor ideal, que me encendiera espiritualmente, para que mi alma destellara en mi cuerpo como la llama sobre el leño que la alimenta.

¿Por qué resuena tanto la última frase de la novela? Será acaso que hemos sintetizado toda la literatura hispanoamericana de la primera mitad del siglo XX en esa frase. Nos hemos olvidado, de las primeras líneas con que inicia la novela, éstas son las que deberían resonar con más ahínco en nuestras conciencias.

El presente ensayo tiene la deficiencia de no realizar un estudio más profundo en la constitución del texto. Es decir, la novela está construida mediante una prosa poética que sería conveniente analizar en cuanto a su ritmo, esta posible lectura dará luz sobre muchos aspectos de la obra. Sin embargo, el presente trabajo concluye hasta aquí: donde comienza la novela. Esta primera parte de la obra requiere un extenso análisis de forma y de fondo. No sólo de fondo, como hemos venido haciendo hasta aquí.

 

Bibliografía:
Rivera, José Eustasio. La Vorágine, Formato PDF, Ayacucho Digital: Caracas, <<http://www.bibliotecaayacucho.gob.ve/fba/index.php?id=97&backPID=103&tt_products=4>>.

Fuentes, Carlos. La nueva novela hispanoamericana, Joaquín Mortiz, México, 1969.

Galeano, Eduardo. Las venas abiertas de América Latina, Siglo xxi: México, 1971.

Gutiérrez Girardot, Rafael. “La vorágine de José Eustasio Rivera”, Casa de las Américas, Año xxxiv, Núm. 194, Enero–Marzo. 1994.

Rodríguez-Luis, Julio. “La vorágine: una escritura en busca de la novela”, Diálogos, Vol. 21, Núm. 10 (130), Octubre. 1985.