Ricardo Muñoz Munguía

La idea de la muerte se transforma conforme las épocas, aunque esta idea, en cuanto a su forma filosófica o poética, se ha desarrollado con mayor intensidad durante algún periodo más que otro. Sin embargo, la presencia negra, por llamarle de algún modo a la muerte, ha ocupado la atención del hombre desde tiempos antiquísimos como su propia existencia.

Octavio Paz lo afirma al mencionar en uno de sus ensayos sobre la muerte: “El amor y la muerte, gemelos adversarios, han sido constante asunto de los poetas, desde el origen de la civilización”. Amor y muerte, temáticas de otros autores que fueron abordadas de manera sublime y que Paz atrajo para sí, a su vez, para dilucidar en su obra ensayística.

Por otro lado, vale la pena mencionar un par de versos del escritor nacido en Mixcoac que pertenecen al poema “El cántaro roto”, donde aparece de forma recurrente la esencia de los sueños: “vida y muerte no son mundos contrarios, somos un solo tallo con dos flores gemelas”. La vida y sus distintas venas que son sangre, marea, caminos, escritura… el poeta las enmarca en un mismo territorio, el de los sueños, donde la muerte no ocupa una estancia firme pues en ese terreno es sitio de encuentro para vivos y muertos, memoria que va más allá de la infancia.

En su labor creativa, Octavio Paz clava su mirada sobre la muerte para exponerla bajo una misma área y así poder ubicarla como parte esencial de la vida y no como si se tratara de una presencia ajena. Tal temática más que una preocupación poética, se puede sentir como una reflexión, y en esa mirada se deslizan a borbotones ideas. Ideas que en Paz son imágenes, metáforas, palabra…

Parte de la obra ensayística de Paz se centra en desentrañar el enorme misterio de la muerte del que fue punto de atracción de varios poetas. Y en esa abundante escritura habla de la relación de los creadores con la muerte pero tres libros son reveladores para el autor de Salamandra, Blanco, Ladera este, Pasado en claro, por mencionar algunos volúmenes de su valiosa atención poética, le son reveladores, y tienen que ver con una de las épocas más centradas en el tema mortuorio: “Los Contemporáneos”. Y precisamente en sus títulos llevan implícito el fenómeno de atracción, éstos son Muerte sin fin, de José Gorostiza; Nostalgia de la muerte, de Xavier Villaurrutia y Muerte de cielo azul, de Bernardo Ortiz de Montellano.

En su imprescindible volumen El laberinto de la soledad, obra capital de su pensamiento, Paz desentraña la cultura y el alma del mexicano, de lo mexicano, y, claro, de la relación con la muerte. Así pues, la soledad y la celebración se conjuntan bajo un esquema que más allá del aspecto psicoanalítico, se ubica mejor en la vida, en lo vivido. Por supuesto, su quehacer abarca aspectos de la vida nacional que Paz con enorme inteligencia abordó pero su relación con la muerte es la de la palabra, inmortal.

El brazo de la muerte cae sobre su víctima con el mismo peso para con todos, pero la fuerza del olvido se mengua a fuerza de obra. Así, en cada individuo recae la responsabilidad de sostenerse en pie de la memoria. Y a un año por cumplirse tres lustros del fallecimiento del Premio Nobel de Literatura 1990 —precisamente será el 19 abril— y a dos más de su centenario —el 31 de marzo—, el brazo de la muerte que ha caído sobre Octavio Paz ha sido algo verdaderamente imperceptible.

La vida y la muerte no se deslindan con la desaparición física y el mismo Paz nos convence de ello, pues su obra va más allá de la muerte. La grandeza del poeta se finca en el tiempo, y es ahí donde se le ve eterno, donde su pensamiento vela en la formación y transformación de la sociedad que tan profundamente él supo llegar.