Funerales de Estado

Carlos E. Urdiales Villaseñor

La muerte del senador Alonso Lujambio es un hecho lamentable, triste por lo que toca a su familia y amigos. Su deceso significa una pérdida en lo político por su capacidad de hacer, pensar y resolver. Su paso por la administración pública fue rico y fructífero, dejó huella, que es algo no frecuente en gabinetes como el del presidente Felipe Calderón. A su lado, tuvo personas eficaces y de gran trato.

La muerte del exsecretario de Educación abre la puerta a preguntas incómodas, políticamente incorrectas, pero asumo, necesarias. Se trata del uso del poder político que confiere un cargo público para consentir a los cercanos, a los amigos. Más allá de los merecimientos, de las cualidades y virtudes.

El luto ha perseguido a la administración calderonista: en noviembre de 2008, Juan Camilo Mouriño, quien fuera catalogado como el más cercano al afecto del presidente, murió siendo secretario de Gobernación. Su funeral fue de Estado. En el campo militar Marte y con discursos que lo ubicaron en la antesala de un prócer. ¿Fue el afecto y dolor del jefe del Ejecutivo o los méritos del joven colaborador los que le valieron tal deferencia? Pensiones, seguros y coberturas generosas para la viuda y los huérfanos quedaron soslayados, por lo demás.

También en noviembre, pero de 2011, el secretario de Gobernación también, José Francisco Blake Mora murió en otro accidente aéreo. Nuevo golpe sin duda en la línea de los cariños presidenciales, colaboradores leales y quizá eficientes que merecen el cobijo de quien lo puede dar a quienes él juzga que lo merecen. Funeral de Estado de nuevo y cobertura para sus deudos.

¿Para qué hicieron senador a Lujambio? Su inteligencia y probada capacidad lo dotaban de un perfil valioso. Pero, ¿y su estado de salud? Quizá un estímulo profesional y político que le diera aún más motivos para su dolorosa y valiente lucha por su vida. ¿Un galón más en su brillante carrera? No parecería ser lo que Alonso Lujambio ambicionara y buscara.

El momento cuando Lujambio rinde protesta en el Senado hace menos de un mes es de los más humanos, y por lo tanto emotivos, que ha vivido esa Cámara. Ovación y afecto unánime recibió el legislador. Reconocido por tirios y troyanos en cuanto a sus alcances y dotes, nadie le regateó ni fue políticamente mezquino con Lujambio. Y me parece correcto que haya muestras de generosidad y grandeza que son plausibles por escasas.

Y no se trata de cuestionar los merecimientos de quien sin duda, de los otros muertos de este gobierno, fue quien mayores aportes hizo, sino de preguntarse sobre la facultad arbitraria del poder para cuidar a quienes tiene a su alcance y aprecio.

 

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