Herramientas útiles para las generaciones actuales
Marco Antonio Aguilar Cortés
La vida de México, como la de todos los países del mundo, ha girado entre la guerra y la paz. Y según el teórico anarquista francés Pedro José Proudhón (1809-1865) en su obra La guerra y la paz, “La guerra es una consecuencia de los males económicos y el pauperismo; y sólo una sociedad que valore el trabajo, y en éste se funde, podrá eliminarla”. El literato ruso León Tolstoi tomó este título para nominar su obra maestra, tal era su admiración por Proudhón.
José María Luis Mora, mexicano desterrado en París, escribió también sobre la guerra y la paz. El ha sido uno de nuestros intelectuales más preclaros, gente de paz, víctima de la guerra, quien tuvo una honestidad heroica. Su liberalismo avanzado lo condujo a ser el iniciador de las leyes de reforma en México.
El nombre con que se le bautizó en Chamacuero, hoy Comonfort, Guanajuato, el 12 de octubre del 1794, fue el de José María Servín de la Mora Díaz Madrid, pero su voluntad fue ser conocido como José María Luis, agregándose el “Luis”, quitándose el aristocrático “de la”, para sólo llevar el simple apellido Mora.
Fue sacerdote, político, escritor, historiador e ideólogo del liberalismo mexicano. Luchó con ahínco, seriedad y firmeza, frente a todos los males mexicanos del siglo XIX, en especial en contra del militarismo y del clericalismo, de tan profundas raíces, y tan infectos frutos.
Su honorable tarea lo condujo al destierro y a la miseria, y murió en París el 14 de julio de 1850, día festivo que recordaba la revolución francesa, en un año en que ya el fantasma del comunismo recorría Europa, según el decir de Karl Marx y Federico Engels, redactores del Manifiesto del Partido Comunista publicado en 1848.
Nunca abandonó el talentoso mexicano su liberalismo. Jamás coqueteó con ideas socialistas, pero éstas le sirvieron para fortalecer y desarrollar sus tesis, explicadas ante quien quisiera oírle, y en sus ensayos.
Melchor Ocampo lo visitó en París, pero la distancia entre los dos siempre fue grande, no sólo por la diferencia de edades, sino porque uno era un rico viajero y el otro era transterrado en desventura, uno en ese entonces tenía autoridad moral y experiencia, mientras que el otro, en aquel momento, únicamente contaba con inquietudes juveniles.
Ocampo juzgó a Mora como “autoritario, arrogante, con mucha suficiencia, de gran cultura y soltura, y con elegancia en la expresión de sus ideas”.
Mora fue de pocos amigos y de infinidad de enemigos; sin embargo, ambos le reconocieron siempre su talento, su patriotismo y su honradez.
Con gran valor y singular agudeza hizo señalamientos lapidarios a las dos clases privilegiadas que dominaban y explotaban al pueblo de México.
“La república mexicana gasta catorce millones de pesos en sostener soldados que la tiranicen sin defenderla.”
“Cada mexicano debe preguntarse diariamente a sí mismo si el pueblo existe para el clero o si el clero ha sido creado para satisfacer las necesidades del pueblo.”
“La guerra provoca la ruina, y la ruina general es provocada por la guerra permanente, lucha interminable que se viene dando por una discordia intestina, por una guerra fratricida.”
No hay duda, las ideas de ese mexicano, de capacidades superiores, son herramientas útiles para que las actuales generaciones resuelvan graves problemas del hoy.

