Jovita Millán

 El aciago 6 de septiembre de 1992 falleció Rafael Solana, reconocido hombre de letras que abrazó el oficio de periodista desde los 13 años de edad. Veinte años han pasado desde entonces y loables han sido los esfuerzos por preservar su memoria por parte de quienes –como Claudio R. Delgado y los aquí presentes- reconocemos sus aportaciones al teatro, al arte y la cultura de nuestro país.

En el teatro en particular, el nombre de don Rafael está íntimamente ligado a la crónica y crítica, campo en que se le reconoce como figura señera y cuyas crónicas constituyen, hoy día, consulta obligada para los estudiosos del arte escénico de nuestro país.

Sin embargo, en su faceta como dramaturgo se le ha regateado el lugar que merece como integrante de la llamada generación de los 50 o medio siglo.

En la historia del teatro de México ha sido práctica común que al hablar de ésta generación sólo se aluda a Emilio Carballido, Sergio Magaña y Luisa Josefina Hernández cuando en realidad la nómina es mucho más amplia pues habría que incluir autores como Jorge Ibargüengoitia, Hugo Argüelles, Carlos Prieto, Luis G. Basuto, Federico S. Inclán, Ignacio Retes, Wilberto Cantón y por supuesto a Rafael Solana.

De los dramaturgos mencionados, destaca don Rafael como autor de una treintena de obras y ejemplo de una productividad asombrosa, pues al tiempo que escribía obras de teatro hacía lo propio en la novela, la poesía, la crítica, la filosofía y el desempeño en instituciones gubernamentales y organizaciones de críticos.

Sin contar aún con una obra que dé cuenta completa de estas actividades, en esta ocasión me parece pertinente hablar de la faceta como dramaturgo de don Rafael,  para -parafraseando- el objetivo que se trazó al publicar en 1963 su libro Noches de estreno: “recordar algunas noches que fueron memorables para el teatro nacional, y despertar curiosidad en quienes a su tiempo no las conocieron”.

Dada la amplitud del tema y el poco tiempo del que dispongo me limitaré a dar cuenta de los estrenos de las obras de Solana, en un recuento que demuestra que se tomaba la actividad en serio y que estaba consciente de la responsabilidad que como autor le competía para el enriquecimiento de la historia del teatro mexicano.

Hacia 1952 Rafael Solana había conquistado un lugar en el campo de las letras mediante las publicaciones de libros de poemas, volúmenes de cuentos, novelas y ensayos. También se había convertido en autoridad en la crítica teatral en México con una trayectoria de más de 24 años siguiendo el pulso del teatro de su época. Fue en este año, 1952, cuando a los 37 años de edad y ya alcanzada la madurez que él consideraba necesaria para enfrentar el más difícil de los géneros, llegó al oficio de dramaturgo para quedarse.

El viernes 18 de abril de 1952, a las nueve de la noche en punto, se levantó el telón del Teatro Colón donde el público pudo ver cómo la Compañía Titular de la Unión Nacional de Autores, dirigida por Luis G. Basurto, realizaba el estreno mundial de Las islas de oro, con lo que se registraba el debut de un nuevo dramaturgo mexicano: Rafael Solana.

Entusiasmado por la gran acogida que la crítica le brindó en su debut, el ahora autor teatral, adjudicó el éxito de la obra a la labor de conjunto realizada por el director y los actores, y agradeció a los críticos sus comentarios favorables que lo animaron a continuar con esta actividad.

Este éxito  refutó el futuro que Solana le auguraba a su obra: “Las islas de oro, una comedia más, será olvidada pronto; habrá pasado a los archivos y antes de mucho nadie se acordará de ella” [i].

Con una temporada de 56 funciones, la obra le significó un gran impulso que daría como resultado 29 más, la mayoría de ellas llevadas al escenario.

A partir de entonces, y hasta su fallecimiento, Solana sería testigo no sólo de los montajes de sus obras, sino también de su fortalecimiento como dramaturgo en el campo teatral mexicano.

Desde su presentación con las Isla de oro, Celestino Gorostiza detectó “la tendencia a especializarse en la comedia” y “un aliento poético muy personal” que Solana imprimiría a sus obras posteriores. No se equivocó al describirlo como “Inquieto y apresurado y con una gran capacidad de trabajo”  muestra de ello fue que al año siguiente estrenaría su segunda obra: Estrella que se apaga que José de Jesús Aceves dirigiera en el Teatro del Caracol a partir del 11 de febrero de 1953, manifestándose orgulloso de llevar a la escena una obra que consideró “una contribución al engrandecimiento del Teatro mexicano”, según dice el programa de mano.

La comedia en tres actos, alcanzaría las 118 representaciones y sería elegida para su montaje en varias ocasiones por varios grupos de provincia, cito a manera de ejemplo, el Club de Leones de Córdoba, Veracruz, que la eligió para participar en el concurso nacional que se celebró el 23 de febrero 1955.

 Considerada por el mismo Solana como un progreso en su factura, en su idea y en su estilo, Solo quedaban las plumas inauguró la Temporada de la Asociación Mexicana de Directores auspiciada por el INBA en  1953 en la Sala Chopin a partir del mes de junio.  La dirección estuvo nuevamente a cargo de José de Jesús Aceves llevando en los papeles estelares a Enrique Díaz Indiano, Miguel Arenas y Prudencia Grifell.

La ilustre cuna fue el primer estreno mexicano del año 1954. Se presentó en el Teatro de la Ciudadela a partir del mes de febrero, registrándose un montaje más en diciembre del mismo año, a cargo de Gonzalo Correa, durante La Feria del Libro. En 1990, Héctor Azar la incluiría en el repertorio de obras para festejar el décimo aniversario del CADAC.

El 29 de abril, en el marco de Temporada 1954 de la Unión Nacional de Autores tuvo lugar el estreno mundial de Debiera haber obispas considerada como “la favorita del autor” y no sólo la más representada de las obras de Solana, sino una de las más representadas de autor nacional junto a Cada quien su vida de Luis G. Basurto y El extensionista de Felipe Santander.

Escrita originalmente para María Tereza Montoya –quién la estrenó en la Sala Chopin bajo la dirección de Luis G. Basurto- el personaje de Matea se ha convertido en el reto a superar por todas las primeras actrices que lo han interpretado, por ejemplo María Teresa Rivas, Anita Blanch, Gloria Marín y Ofelia Guilmain.

Uno de los años más afortunados para Solana, fue 1955, pues se registran los estrenos de tres de sus obras: Lázaro ha vuelto, La edad media y El plan de Iguala. Lázaro ha vuelto se estrenó el 2 de abril en el Teatro del Seguro Social con dirección de Carlos Rodríguez y el grupo de teatro Experimental del Centro Deportivo Israelí en el marco del segundo concurso de Grupos de Teatro del Distrito Federal auspiciado por el INBA.

  La edad media se estrenó en el teatro Joaquín Pardavé de la Ciudad de México y constituyó la frustrada incursión del crítico y dramaturgo en la dirección de un día y de cuya experiencia señaló: “No lo vuelvo a hacer. Se necesita ser enérgico y déspota. El director y el político no deben hacerle caso a nadie”. [ii]

Respecto de  El plan de Iguala fue llevada al teatro Sullivan por don Aquiles Elorduy  y su compañía, La Alta Sociedad de Comedias, a partir del 8 de septiembre. Esta obra  significó mucho para Don Rafael, no sólo por la excelente dirección de Cipriano Rivas Cherif, sino porqué logró estrenarse a pesar del fallecimiento de Joaquín Pardavé quien llevaba el papel de Marcos, personaje principal –pocos días entes del estreno-. Para sustituirlo se llamó a Roberto Soto, que luego de 16 funciones, el dos de octubre se despidió de la obra, de la temporada y de la carrera de actor.

La siguiente obra de Solana en llegar al escenario fue El arca de Noé dirigida por Luis G. Basurto en la temporada nacional de autores en su edición 1956 sustituyendo a El padrino de oro.

Sin dar tregua alguna en su productividad, desde diciembre de 1956 don Rafael daba cuenta en una de sus crónicas publicadas en la Revista Siempre de los ensayos de A su imagen y semejanza que dirigida por su “director de cabecera” Luis G. Basurto estaba programada para su estreno el 3 de enero de 1957 y que no obstante posponerse éste hasta fines del mes llegó a las 50 representaciones en el mes marzo para registrar inmediatamente el estreno de El círculo cuadrado el 26 de abril.

Lo que para nosotros es ejemplo de creatividad y trabajo intenso, fue para varios de sus colegas motivo de críticas cuando en el marco del mes del teatro mexicano (septiembre de 1960 se presentaron tres obras de la autoría de Solana: La casa de la santísima, Espada en mano y A su imagen y semejanza Protagonizada por Nadia Haro Oliva para quien fue escrita, dirigidas por Luis G. Basurto, Manolo Fábregas y Ricardo Mondragón respectivamente.

Esto colocó a Solana en una situación incómoda, se sentía como el cohetero, pues si por un lado pugnaba porque se montaran obras de autores nacionales y negaba las suyas para que se representaran, los enemigos del teatro mexicano podrían decir que no montaba obras mexicanas porque cuando las pedían se las negaban y si aceptaba la proposición no faltaría quien dijera que en lugar del mes del teatro mexicano sería el mes de tal autor y concluye esta reflexión incluida en su crónica de Siempre del 27 de noviembre de esta manera: “Triste de mí, porque si fracaso, se van a alegrar mis enemigos, si no fracaso… se van a enfermar” y no se equivocó pues a principios de 1961 la Asociación de Críticos no Asociados le otorgó el diploma negro como el peor autor del año por Espada en mano. En una respuesta inesperada, se presentó a recibir su diploma tomando el hecho con gran sentido del humor.

Hacia 1963 se vio en una situación similar, puesto que en septiembre Luis G. Basurto le confirmó que dirigiría Ensalada de Nochebuena para inaugurar la carpa del INBA en Guadalajara el 4 de octubre, al mismo tiempo pero con el nombre de Una vez al año la ensayaba Manolo Fábregas.

Tres años más tarde, esto es 1966 la situación se repitió, pues casi simultáneamente se estrenaron Camerino de segundas que Miguel Manzano dirigió en el teatro Jorge Negrete y sendos montajes de  Vestida y alborotada el primero a cargo de Luis G. Basurto con la que inaugurara la Carpa del INBA en Mazatlán y el segundo dirigido por Víctor Moya en el teatro Virginia Fábregas

En marzo de 1967 Emilio Brillas llevó al teatro Milán  Los viernes salchichas y un año después, en el marco de la Olimpiada Cultural de la XIX Olimpiada el 14 de julio de 1968 se estrenó El dia del juicio, así mismo, en junio de 1971 se registró el estreno de Ni lo mande Dior en el Auditorio de la New Mexico Highlands University de las Vegas.

Ya en la década de los ochenta, el 16 de abril se registra el estreno de Carnes frías  dirigida por Maricela Lara en el teatro Cinco de Diciembre.

Optimista por la trayectoria que seguía la Compañía Nacional de Teatro, entonces con José Solé como jefe del Departamento de Teatro del INBA y Luis Gimeno como director artístico de ésta, desde octubre de 1981 Solana dio cuenta del inicio de los ensayos de su obra Pudo haber sucedido en Verona que se estrenaría en 1982.

El montaje le fascinó de tal suerte que en su crónica del 10 de febrero escribiera que saló de esa representación “pisando algodones, como después de un gran concierto o de una gran tarde de toros”, ellos gracias a las admirables actuaciones de todos los que en ella intervinieron, empezando por la dirección de Ignacio Sotelo siguiendo con las actuaciones de Virginia Manzano, Yolanda Mérida, Augusto Benedico y Jorge Mateos y rematando con la escenografía de Marcela Zorrilla.

Posteriormente, en mayo de 1983, nuevamente Maricela Lara elegiría Tres desenlaces para dirigirla en la inauguración del teatro Benito Juárez en la ciudad de México, en 1985 Luz María Núñez llevaría a la escena La pesca milagrosa en el teatro del Sindicato de Trabajadores de la Salud y en abril de 1987 Luis G. Basurto habría de dirigir La maleta misteriosa en el teatro Reforma.

Son pláticas de Familia la última de sus obras que vio representada don Rafael. Dirigida por Manuel Montoro en el teatro Wilberto Cantón le dio muchas satisfacciones como el premio Sergio Magaña y nueve distinciones más que recibió de la Asociación de Periodistas Teatrales.

Esto le dio mala espina y lo llevó a pensar que su próximo homenaje sería con flores y velas: el de su muerte, muerte que no logró detener su trabajo, pues fiel a su promesa, tres días después de su fallecimiento la revista Siempre publicó su colaboración final.

Amante del teatro hasta sus últimos días y con la certeza de que su vida llegaría pronto a su fin, en su colaboración del 25 de agosto publicó su reflexión sobre la muerte, una analogía entre la vida y el teatro, arte al que se entregó en cuerpo y alma:

Me levantaré de mi asiento –el que me tocó ocupar en la vida y que nunca intenté dejar por buscarme otro mejor- satisfecho de haber disfrutado la función. No me desbarataré en la imploración de encore alguno, ni me aferraré a la butaca desde la que ví pasar la  vida  hasta esperar a ser violentamente expulsado de ella. Setenta y siete años ya fue mucho y no espero llegar a otro cumpleaños. Tampoco seré de los ansiosos que dejan su sitio antes de que caiga el telón, como pretexto de evitar el tumulto de la salida, o las colas en el guardarropa o en el estacionamiento

Hasta aquí estas efemérides que dan cuenta de la trayectoria de un hombre poseedor de una amplia cultura, ávido lector, prolífico creador, hombre de letras, de toros, de ópera y de teatro.

Su deseo de ser recodado como “un hombre que siempre luchó por las causas nobles como la educación del pueblo y el cultivo del arte, sobre todo del arte teatral” será cumplido cabalmente mientras recordemos su vida y obra como esas noches de estreno que gozó y reseñó. No habrá función de despedida, sigue y seguirá vivo mientras lo mantengamos vigente en nuestra memoria.



[i] Noches de estreno, México, Oasis, 1963.

 

[ii] Fernando Figueroa. “Rafael Solana en busca del optimismo”. In memoriam. El Nacional, México, 8 de septiembre, 1994.