Graciela Cándano

Primera de tres partes

En los albores del segundo milenio de nuestra era, los autores árabes empezaron a transmitir a Occidente cuentos orientales preñados de exhortaciones morales. Estos consejos, aunque de procedencia pagana, fueron asimilados en el ámbito medieval español y predicados por la ortodoxia cristiana con el fin de ganar almas para su causa.

Las colecciones de cuentos constituyen un espejo de la tradición oriental, por lo que no están exentas de proposiciones discriminatorias hacia lo femenino. Hay en la mayoría de los originales de estas obras didácticas ideas profundamente misóginas, llegándose a presentar a la mujer, incluso, cual enemiga de Dios. Planteamientos de esta índole tendrían “una larga vida en la tradición medieval”, como señala Lacarra.[ii]

Esta visión negativa de la mujer se ciñó, inmejorablemente, a la doctrina que la Iglesia venía confeccionando sobre aquélla desde varios siglos atrás. La traducción sistemática –a partir del siglo xii– de obras didácticas provenientes de la tradición oriental robusteció la imagen que, con apremio, el discurso oficial quería imponer en lo tocante a la mujer (eran los tiempos de la reglamentación del matrimonio, de la herejía cátara y del comienzo del máximo fruto y prestigio de las colecciones de exempla).

Giordano Oronzo, quien recoge puntos esenciales de la obra de un santo obispo de principios del siglo XII, Bourchard de Worms, nos dice que‚ éste, en su Decretorum libri XX denunciaba a las “mujeres capaces de mudar los sentimientos de los hombres por medio de maleficios y de encantamientos, cambiando el odio en amor y el amor en odio […] que con el mal de ojo pueden destruir los bienes de los hombres”, o reprendía a las que se entregaban a diablos y diosas paganas: “ojalá se perdieran sólo ellas en su perfidia, sin arrastrar a tantos otros a su mortal enfermedad”.[iii]

Daniel Viera, por su parte, atiza la hoguera: “La mayoría de los escritores didáctico-morales y satírico-misóginos de Iberia concordaron en que la mujer es […] jactanciosa, porfiada, engañosa, rebelde […] ni sabe guardar ningún secreto”.[iv]

Los compiladores, traductores y predicadores de las colecciones de exempla, intérpretes de la tradición –como lo fueron en su momento los Padres de la Iglesia–, se erigieron en el severo vehículo por medio del cual se consiguió la articulación de la intriga del exemplum con la expresión de los valores comunitarios.

Las mujeres protagonistas de las obras didácticas orientales vigorizaron los valores que la visión cristiana había relacionado con la naturaleza femenina. La imagen de la mujer indigna, seductora y/o seducida, objeto de permanente sospecha, entroncó con los tipos de adúlteras que aparecían, tanto en el marco narrativo, como en los relatos insertados en el corpus de las colecciones de exempla.

La visión que prevalecía sobre la mujer en la Baja Edad Media estaba influida, indudablemente, por las nociones transmitidas a través de los escritos patrísticos, cuyos autores equipararon los poderes femeninos con los satánicos, y adjudicaron a la mujer una clara propensión a la lujuria. Pero estas interpretaciones, e incluso las de San Pablo en 1ª Corintios 7:1, podrían tener su origen en una misoginia más antigua. Veamos.

Herencia pre-cristiana: paganismo

–La luna… la noche

Para los antiguos, la noche y la tierra se vinculaban a través de la luna para formar las sombras, lo que no existía, lo que era sólo reflejo, apariencia; de esta penumbra surgieron las deidades nocturnas, donde la luna simbolizaba el principio femenino. Y fueron equiparadas, en gran medida, con base en la coincidencia existente entre los períodos menstruales de la mujer y los ciclos de la luna. Tal similitud constituyó un factor importante para que esta reina de la noche hubiera sido considerada como la deidad de la mujer.[v]

La imagen de la mujer que brindaban las leyendas de las diosas de la luna estaba, sin lugar a dudas, relacionada con la noche, la media luz, los animales noctívagos, lo encubierto, lo huidizo. Asimismo, la deidad madre, la luna, era una fuerza ciega; creaba y destruía, como la tierra (un ejemplo de ello es Ishtar, diosa babilónica y asiria del amor y de la guerra).[vi]

Como la luna, la mujer estaba sumergida en lo misterioso, en el lado sombrío de la realidad; ésa era una de las esencias de la interpretación que se daba al eterno femenino. Esta larga tradición de relacionar el lado oscuro, tanto con la mujer como con la divinidad que simbolizaba el principio femenino, reforzaba, además, la imagen que se tenía de que nuestro incierto satélite enmarcaba las circunstancias propicias para la evocación de las fuerzas del mal. La aparición de la noche y de la luna (cuando los ojos no ven bien), era propicia para el llamado de los espíritus malignos, furtivos, y correspondía al momento en que se desataban los poderes de la subrepticia hechicería; cuando tenía lugar todo aquello encadenado a las tinieblas y su señorío, es decir, todo lo relacionado con lo oscuro e inasible para el varón.

En la mitología griega, si el hombre –considerado la luz (Fanete)– se unía a la noche, moría ésta (se disolvía), y entonces aquél tornábase su enemigo.[vii] Por eso la noche se mantenía segura uniéndose a Erebo (el infierno). Éste fue un vínculo más entre la noche y lo infernal, entre la luna y lo diabólico: entre la mujer y lo demoniaco.

Tanto a la luna como a la satánica serpiente (movimiento en las sombras, en la profundidad) se las suponía capaces de renovación, mutación, transformación: astro y reptil unidos por ciertos atributos. La diosa oscura de la luna, la griega Hécate –otro ejemplo– era simbolizada en ocasiones varias con serpientes en el pelo, mientras que a Ishtar se la representaba con escamas.[viii]

Dentro de una conceptualización tan sombría de lo femenino, no es de sorprender que haya nacido la creencia de que la mujer constituía un peligroso foco de infición durante sus periodos menstruales. Tabúes primitivos constatan la antigüedad de este humillante prejuicio.[ix]

De acuerdo con lo anterior, el temor a todo lo mujeril se justificaba plenamente. La mujer representaba para el hombre un riesgo que lo obligaba a estar alerta, a someterla. De hecho, la visión del hombre aniquilado o perdido por haber confiado en la mujer se encuentra en vastas extensiones del tiempo y del espacio: ya sea desde la literatura grecolatina al Concilio de Trento, ya desde el lejano Oriente a América.

Pandora

Otro mito antifeminista, el de la griega Pandora –la primera mujer según una saga hesiódica (a quien Hermes habría puesto en su corazón la impudicia y el engaño)–, nos proporciona información precisa sobre la culpabilidad que se ha atribuido a la mujer como causante de todos los infortunios y calamidades que azotan a la humanidad.

Pandora, obrando con descaro e impetuosidad, abrió la vasija que contenía todos los males del mundo. De este modo, la curiosidad y la desvergüenza femeninas fueron consideradas fuerzas devastadoras que ocasionaban desorden, desgracia. Tan es así, que, después, la jarra de Pandora se hermanó con el fruto que comió Eva a instigación de la serpiente. De hecho, la interpretación del relato bíblico fue contaminada por el traslape que se produjo en la Edad Media entre la leyenda de Pandora y la historia de la Caída-y expulsión del paraíso.[x]

Lilith

Otra figura, esta vez demoníaca, fue Lilith, quien, según un Midrás de fines de la Alta Edad Media, fue la primera compañera de Adán.[xi] Ella se habría expulsado a sí misma del Paraíso con tal de no aceptar el sometimiento a su marido. Lilith insistía en que el hecho de haber sido creada al mismo tiempo y de la misma manera que Adán, la exoneraba de tener que aceptar un papel subordinado a éste. Le pareció degradante la posición misionera que le exigía Adán para realizar la unión carnal, y huyó a las costas del Mar Rojo para cumplir sus desenfrenadas fantasías sexuales con los íncubos. Se la entronizó como la que podía derrotar al hombre, e incluso al mismo Dios.

A semejanza de otros seres míticos femeninos de la antigüedad, Lilith fue representada desnuda, con su cuerpo rematado por una cola de serpiente (¡el infalible reptil asociado a la mujer!, ya sea que se tratara de una diosa, semidiosa, virgen o simple mortal). Por todo ello no es extraño que en la época medieval se creyera, superando a la conseja oriental, que este personaje satánico habitaba en las cavernas y fornicaba con los hombres cuando se hallaban dormidos y solos, así como que constituía una terrible amenaza para los niños, en particular para los recién nacidos, a quienes estrangulaba despiadadamente y después sorbía su sangre.[xii] En este sentido, es notable que la primera ejecución en la hoguera de una mujer considerada bruja, ocurrida en 1277, se llevara al cabo después de que se la acusó de ofrecer “al diablo la vida de muchos niños, a los que degollaba con sus propias manos”.[xiii]

Es muy probable que el origen de esta femme fatale se remonte a una diablesa asirio-babilónica, adoptada por la tradición rabínica para culpar a otra mujer –no a Eva, madre de todos los vivientes– de los males que afligían a la humanidad desde su creación.[xiv] De hecho, una explicación que se da a la exclamación de Adán, cuando Jehová le presenta a Eva: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Génesis 2:23), es que, precisamente, Eva fue una segunda creación, después de la inapropiada Lilith.

NOTAS



[i] Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM

[ii] LACARRA, María Jesús, “Algunos datos para el estudio de la misoginia”, en Studia in honorem Prof. M. de Riquer, Vallcorta, Barcelona 1986, p. 348.

[iii] Oronzo, Giordano, Religiosidad popular en la Alta Edad Media, Gredos, Madrid, 1983, pp. 65 y 68.

[iv] Viera, David, “‘El hombre cuerdo no debe fiar de la mujer ningún secreto’, como tema de la literatura clásica hispánica”, Thesaurus, XXX, 1975, p. 557.

[v] En virtud de que la devoción a la luna era el culto a los poderes ingénitos de la naturaleza y a “la sabiduría que permanece inherente al instinto de la ley natural” (Harding, Esther, Los misterios de la mujer, Obelisco, Barcelona, 1987, p. 56), la mujer fue ligada, por analogía, a lo instintivo, a lo intuitivo, a lo interior. Y por razones espontáneas, de afinidad, la veneración a la luna estuvo generalmente a cargo de las mujeres: se trataba de un culto inmanente a ellas mismas.

[vi] Otro ejemplo es Tlasolteotl, diosa lunar totonaca de la natalidad, y patrona del sacrificio por flechamiento.

[vii] Fanete: un sobrenombre del dios-sol Helios.

[viii] Eurínome, diosa de todas las cosas, fue fecundada por la gran serpiente Ofión, mientras que en la tradición hindú existían divinidades de cuyo sexo surgía una serpiente.

[ix] Harding rescata, entre varios testimonios, lo establecido en las Leyes de Manú, el más antiguo código de la India: “La sabiduría, la energía, la fuerza, el poderío y la vitalidad de un hombre que se acerca a una mujer cubierta por su menstruación, perecen del todo. Si la evita mientras tiene esta condición, su sabiduría, energía, fuerza, vista y vitalidad aumentarán” (Harding, op.cit., 92)

[x] Phillips, John, Eva. Historia de una idea, Fondo de Cultura Económica, México, 1988, p.100.

[xi] En el Talmud, exégesis no literal del Antiguo Testamento.

[xii] “La historia de Lilith parece encarnar los más profundos temores masculinos […] ante una desenfrenada sexualidad, afirmación e independencia” (Phillips, op.cit., p. 72).

[xiii] McKey, Jameson, Vida de Satanás, Plaza & Janés, Barcelona, 1963, pp. 28-29.

[xiv] Para mayor información, ver Bornay, Erika, Las hijas de Lilith, Cátedra, Madrid, 1990.