Gonzalo Valdés Medellín

Deberíamos iniciar estas notas haciendo un recuento de lo que fue el teatro nacional en el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa; no obstante, eso llevaría mucho espacio discernitorio, sobre todo por el saldo final que se deja ver: no hubo apoyo alguno a la dramaturgia mexicana; tampoco se generaron nuevas corrientes o tendencias estéticas. El dominio de la ideología derechista en las instituciones destinadas a la creación e impulso del teatro en México se centró única y básicamente en hacer de las artes escénicas en general, un acopio de productos y producciones “vendibles”, sin una honda determinación ideológica y sin reflexión suscinta de lo que acontecía en el país, más allá de la anécdota de que “imperaba la violencia” y por ende había que hacer un teatro de (y en torno a) la violencia. Sin embargo, en este sexenio surgieron nuevas voces dramatúrgicas que, si bien, aún no han encontrado su propia voz, sí descollaron con propuestas de talante innovador y decisivo ahínco transgresor. La derecha ideologizó al teatro para hacer —y ser— no arte sino productos vendibles; y en este sentido, muchos de los jóvenes autores se perfilaron como vendedores de obras (cualquiera que fuese su temática), ocupados —más que preocupados— en reponer sus inversiones, más que en dejar algo en el público y en la historia misma del teatro. Así, se repitieron y reiteraron hasta el cansancio fórmulas de hacer teatro donde el texto dramático era mal trabajado en aras de la visualización, el estereotipo, el culteranismo y en suma, la vacuidad. Como siempre suele suceder, las voces que figuraban y surgían desde el teatro independiente (aquel que en la gran mayoría de los casos se gesta en la precariedad de recursos aliada a la inventiva) fueron las que mayormente se perfilaron con fuerza dignificada en nuestro panorama teatral. El ejemplo mayor lo volvió a dar, como en años anteriores, El Milagro, espacio escénico abocado a propulsar las nuevas formas de producción, instigación y conceptualización escénica, y que respaldado con inteligencia, sensibilidad y visión moderna por los creadores Daniel Giménez Cacho, David Olguín y Gabriel Pascal dio a conocer una buena cantidad de propuestas tanto del Distrito Federal como de varios estados de la República, abriendo además un nuevo espacio, para hacer frente a la gran oferta de creaciones independientes y/o provenientes de provincia. Y fue justamente en El Milagro donde se llevó a cabo la que quizá halla sido la mejor puesta en escena que, en terrenos de experimentación, se dejó ver en 2012: La tragedia del rey Macbeth, versión de Laura Almela al clásico de Shakespeare y que ella misma interpretó al lado del primerísimo actor Daniel Giménez Cacho, ambos codirigiendo y acometiendo la confirmación clara de que la vanguardia teatral existe, cuando no se abandera el artista como “vanguardista”, sino cuando decide romperse el alma por su arte, cuando arriesga y deja sangre, sudor y lágrimas regadas por el escenario; y es el caso de esta puesta en escena no sólo memorable ya, sino aleccionadora y magistral, porque en sus resultados sólo vemos la genuina garantía estética de dos artistas de pureza expresiva y madurez emocional extraordinarias: Laura Almela y Daniel Giménez Cacho, maestros. Y uno de los estrenos más representativos del teatro latinoamericano fue Cuernos de la misma cabra de Víctor Vegas, dramaturgo venezolano que “se ocupa de los oficiantes del arte teatral, quienes son acogidos por una comunidad que los admira, porque se han comprometido en el presente continuo de la historia al abrir campos nuevos a la experiencia humana y apoderarse de la sustancia social, para hacer de ella una sustancia artística. En un espacio sin tiempo, encontramos a dos seres híbridos, solitarios, heréticos, que nos hacen recordar a personajes paradigmáticos de Sófocles, Calderón, Shakespeare, Chéjov, Pirandello…”, explica Jorge Galván actor y director de esta inquietante apuesta teatral en la que participa la primera actriz Martha Papadimitriou. Un nuevo espacio surgió en la colonia San Rafael: el Off-Spring, iniciativa del dramaturgo, actor y director Arturo Amaro destinado también a los teatristas independientes y ofreciendo tres espacios teatrales en uno solo; iniciativa que sin duda alguna cubrirá un amplio espectro en el quehacer de nuestros jóvenes artistas. Otro espacio fue destinado a la memoria de la maestra Lola Bravo, puntal en el teatro mexicano y a quien el Instituto Politécnico Nacional (IPN) debe mucho de su solidez teatral. Con este espacio de usos múltiples se rindió un merecido homenaje a quien sin lugar a dudas fue una de las directoras y promotoras teatrales más importantes para México en la segunda mitad del siglo XX: Lola Bravo. El foro El Foco se convirtió en semillero de numerosas actividades. La mejor sin duda, Arráncame la vida, del venezolano Enzio Palencia, pese a los asegunes de la dirección de Wilfrido Momox y gracias sobre todo a la impecable —como siempre— actuación de la primera actriz Teresa Selma, quien además fue homenajeada por cincuenta años de trayectoria artística. Varios fueron los nombres que dieron nota a su creación: David Olguín, Richard Viqueira, David Herce, Hugo Wirth, Carmina Narro, Juan Tovar, José Ramón Enríquez, Conchi León, Guillermo Schmidhuber… Cada cual, entre muchísimos más, prosiguieron su ruta creativa con tenacidad y congruencia. La edición 40 Festival Internacional Cervantino (FIC) se centró este año en la obra de Luis Mario Moncada A soldier in every son. Códice Ténoch, coproducción del FIC, el British Council, la Compañía Nacional de Teatro y la Royal Shakespeare Company, dirigida por la británica Roxana Silbert, como propuesta “importante” (habrá que ver su temporada oficial para valorarla en su totalidad). Susana Alexander continuó con su Yo soy una buena madre abuela suegra judía, comedia exitosa a la que acudió la escritora Elena Poniatowska a develar la placa de fin de temporada. También Poniatowska —acompañada por el dramaturgo Jorge Galván y quien esto redacta— develó la placa de fin de temporada de El pájaro azul de Maurice Maeterlinck dirigida por el maestro Jorge Arredondo, en la Universidad Autónoma del estado de México. Y a su vez, Ocesa rindió homenaje a Elenita con una función especial del musical ¡Si nos dejan! En el teatro comercial Ocesa prosiguió con su impulso al teatro musical, destacándose el estreno de Mary Poppins. Fallidos fueron los montajes de Tomar partido dirigida por Antonio Crestani (pese a los esfuerzos actorales de Humberto Zurita y Rafael Sánchez Navarro); El efecto de los rayos gamma dirigida por Alberto Lomnitz y producida por Claudio Sodi (pese a la buena disposición histriónica de Laura Zapata); Pasiones peligrosas, versión “moderna” de Esquina peligrosa de J.B. Preastley, adaptada, dirigida y actuada por Angélica Aragón y Roberto D’Amico fincó una de las peores puestas del teatro comercial en 2012, salvándose las actuaciones de Fernando Allende y Luz María Aguilar; otro estreno sonado fue El chofer y la señora Daisy, interpretada por María Rojo y de quien los irreverentes —aunque por lo general certeros y agudos críticos de Farándula 40— asentaron que Rojo se veía incapacitada para hacer una dama inglesa de alcurnia, y no pudo con el personaje convirtiéndose en un pastiche de “Doña Naborita” la de Los Polivoces, con una caricaturesca peluca de abuela, y señalando asimismo la “pésima” dirección. Vimos también El pelón en sus tiempos de cólera de Héctor Suárez Gomís, abominable “monólogo” que sólo se apoya en el oportunista pirateo —que no llega a ser ni siquiera parodia— del título de la novela de Gabriel García Márquez, y en donde se ve a un buen actor totalmente autodesperdiciado e infatuado. Otros trabajos: De mis humedades vengo (a pesar de tan poco atinado título) unipersonal de la bailarina y actriz Beatriz Cecilia; Rashomón de Akira Kurosawa, dirigida por Enrique Aguilar. La edad de la ciruela, de Arístides Vargas constiuyó un brillante debut como directora de la actriz Aleyda Gallardo; Caos mental del grupo Los Bocanegra bajo la provocativa y estupenda dirección de Ginés Cruz representó uno de los mejores trabajos escénicos de este año. Mujeres en el baño, obra de la argentina Mariela Asensio que, adaptada al medio mexicano, fue un congruente trabajo de expresión femenina. Isaac Pérez Calzada dirigió con tino Desamor o la fugacidad, textos de Juan Tovar, Beatriz Novaro y Carmina Narro. Estela Leñero estrenó Agua sangre, texto de difícil complexión tonal en la cartografía creadora de esta dramaturga. Y entre lo peor del año hay que contar Lady Hamlet, “versión libre de Aurora Cano a partir del texto de William Shakespeare”, una de las peores puestas en escena de que se tenga memoria, producida por el INBA. No están todos los que estuvieron este 2012, pero mírese este recuento como una aproximación a lo que fue. Acaba un año de teatro, empieza un sexenio. Esperemos que los vientos nuevos traigan mejores propuestas y también aires renovados para la conformación de un auténtico y genuino teatro mexicano en el futuro.