David Alejandro Boyás Gómez

 La tarde noche del martes 9 de julio, día en que él poeta hubiera cumplido los 95 años de edad, fue elegida por la Fundación Miguel Alemán para recordar, con algunos de sus amigos cercanos, la vida y la obra de Alí Chumacero (1918-2010), profundo y ceñido poeta y eximio editor.

El homenaje fue organizado por la Fundación, en colaboración con la Secretaría de Cultura del Comité Ejecutivo Nacional del PRI que encabeza Beatriz Pagés, quien con colocada voz leyó poemas del autor nayarita al tiempo que moderó la mesa de honor conformada por Felipe Garrido, Hugo Gutiérrez Vega, Jaime Labastida y Vicente Quirarte, miembros los cuatro de la Academia Mexicana de la Lengua.

Garrido se refirió a la extensa carrera de Alí Chumacero, cuya labor editorial fue vital durante décadas para la industria mexicana, y en un nivel internacional. Como amigo íntimo, supo que el autor nayarita tenía tres grandes amores en la vida: las mujeres, la poesía y los toros. Les tocó trabajar juntos en el Fondo de Cultura Económica, periodo del cual Garrido recuerda colaborar con un editor inteligente, con criterio, severo pero con muy buen humor. Incluso recuerda muy bien que le dijo en algún momento: “Tú y yo sabemos cómo hacer libros; ahora déjame decirte cómo deberíamos hacerlos”.

Como editor encargado en el Fondo de Cultura Económica, hizo decenas de críticas a manera de prólogo o de contraportadas; encargó e hizo cientos de solapas e introducciones e incluso fue él quien corrigió la edición Pedro Páramo de Juan Rulfo. Aunque Chumacero llegó a comentar que sólo le cambió una palabra a la novela.

Por su parte, el poeta Hugo Gutiérrez Vega señaló que la poesía de Chumacero no es plástica y en esa profundidad radica su extrañeza. Comentó que el tiempo y la puntualidad eran esenciales para nuestro autor, y provocó gran risa y aplauso entre el público al asegurar que no tardaría más de diez minutos en su intervención, pues el mismo Chumacero era un gran observador del respeto al tiempo de los demás. Emocionado recordó el peso del nayarita en la literatura nacional, y mencionó a varios críticos como Margarita Michelena o Marco Antonio Campos, quienes han analizado su obra y han concluido estar ante un enigmático y cifrado poeta.

 “Escribió lo que tenía que escribir” dijo al respecto de su breve obra y rememoró un viaje a Nayarit donde Chumacero elaboraría un texto en homenaje a Amado Nervo y donde Gutiérrez Vega encontró un nexo claro entre la vida y obra de los dos poetas. Además, conmovido, dijo que era uno de los más grandes honores en su vida poder ocupar en la Academia la misma silla que otrora fuera de Chumacero.

Para el poeta y director de la editorial Siglo XXI, Jaime Labastida, el encuentro en los talleres del FCE con Chumacero lo marcó de por vida. Aunque al principio fue una relación joven-viejo de aprendizaje para Labastida, aseveró que nuestro autor supo borrar en un segundo toda diferencia y tratar al joven Jaime como un igual. Generosidad y nobleza le reconoció a Chumacero, al tiempo que aseguró, era un hombre muy sencillo. “Siempre dijo que su oficio era el de corrector o de tipógrafo”. El Presidente de la Academia señaló que la dedicación del poeta nayarita en la labor editorial lo llevó a ser el primero en ganar el premio “Ignacio Cumplido” de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana en 1996.

Labastida ahondó también en el poema Responso del peregrino. Refutando a los críticos que aseguran que es de tema religioso, asegura: “es un poema de lo más profano”. El poema es una petición de perdón de un hombre a su mujer, por él engañada.

Por su parte, Vicente Quirarte definió a Alí Chumacero como un poeta no solemne, para quien la verdad, como el tiempo, fue una obsesión. Tardaba hasta un año en cerrar un poema y, justo esa búsqueda de la palabra precisa, lo hace uno de nuestros poetas más rigurosos, opinó Quirarte.

Sólo tres libros de poesía dejó este autor que prefirió una calidad honda y certera que una cantidad exorbitante: Páramo de sueños (1940), Imágenes desterradas (1948) y  Palabras en reposo (1956). Mas su mano de obrero del libro y su ojo agudo de crítico, de editor, están presentes en muchos de los grandes momentos de la literatura mexicana del siglo XX, fue como dijo Quirarte, un gran maestro de generaciones de escritores y editores que aprendieron de él el oficio y recibieron sus críticas, sus correcciones y sus elogios. Quizá él crea que se ha ido con su música a otra parte, no sabe que su presencia en nuestra República de las Letras, aún hoy, es como un Poema de amorosa raíz, insoslayable.