OPINIÓN

Arma más efectiva para las reformas que los revolucionarios

Genaro David Góngora Pimentel

La violencia, siendo por naturaleza un instrumento, puede considerarse racional cuando sea efectiva en alcanzar el fin que pueda justificarla. Tomando en cuenta que cuando actuamos nunca sabremos con certeza las eventuales consecuencias de lo que estamos haciendo, la violencia puede ser racional solamente que persiga objetivos a un corto término. La violencia no promueve causas, ni busca la historia ni la revolución, pero puede, por cierto, servir para dramatizar agravios y llevarlos a la atención pública; se requiere de la violencia, en algunas ocasiones, para que pueda ser escuchada la voz de la moderación.

Y, la violencia, la contrario de lo que sus profetas tratan de decirnos, es un arma mucho más efectiva para las reformas que lo que pudieran ser los revolucionarios (las vehementes denuncias que a menudo hacen los marxistas de la violencia no nacen de motivos humanos, sino de su conciencia política que siempre han tenido de que las revoluciones no son el resultado de una acción violenta o una conspiración). México nunca hubiera tenido las profundas reformas políticas, desde 1917, sin el movimiento estudiantil de 1968 y el levantamiento de Chiapas en la época de Carlos Salinas.

No obstante, el peligro de la práctica de la violencia, aún cuando se oriente conscientemente buscando logros a corto plazo, siempre resultará que los medios habrán de apabullar el fin que se pretenda. Si los éxitos no se logran rápidamente, el resultado no sólo será una derrota sino la introducción de la práctica de la violencia en todo el cuerpo político. La acción será irreversible y el regreso al estado en que se encontraban las cosas en caso de una derrota es siempre improbable. La práctica de la violencia, como en toda acción, cambiará el mundo, pero lo más probable es que el cambio tenga como resultado un mundo más violento.

Entre más grande sea la burocratización de la vida pública, mayor será la atracción a la violencia, porque en una burocracia muy desarrollada no queda nadie con quien se pueda argumentar o ante quien se puedan presentar los agravios o a quienes las presiones de los poderes puedan advertir lo que eso significa y tomar de ello consejos. La burocracia es la forma de gobierno en que a todos se les priva de libertad política, o del poder para actuar; porque la regla que rige ante nadie es que no hay reglas, y cuando todos están igualmente sin poderes tenemos una tiranía sin que exista un tirano. La característica esencial de las rebeliones estudiantiles es la de que están dirigidas contra la burocracia dominante. Esto explica lo que a primera vista parece tan perturbador. Las grandes maquinarias de los partidos han tenido éxito para negar la voz a los ciudadanos, no obstante que en nuestro país la libertad de expresión y de asociación están establecidas en la Constitución.

Lo que hace al hombre un ser político es la facultad de actuar. Le permite unirse con sus iguales para actuar en concierto y lograr los fines y proyectos que nunca ante habían tenido, para embarcarse en algo nuevo.

Todas las propiedades de la creatividad adscritas a la vida en manifestaciones de violencia y poder pertenecen a la facultad de acción. Y, pienso, puede fácilmente demostrarse que ninguna otra habilidad humana ha sufrido tanto por el progreso de la actualidad.

El progreso —tal como ahora lo entendemos— significa crecimiento, el proceso continuo de uno más y más de más grande y más grande. Un país es más grande, es mayor, si crece en población, en objetivos, en posesiones; esta grandeza, en esos términos, necesitará una administración y con ella el poder anónimo de los administradores. Necesitamos una democracia participativa de los ciudadanos, esto podría ser para México un nuevo ejemplo, si no, vamos a ser una civilización de primates, de changos.

Este nuevo ejemplo que pedimos difícilmente podría ser puesto en práctica con la violencia; creo que en gran parte la glorificación que se hace en México a la democracia se debe a la severa frustración de la facultad de acción. Es una verdad que los movimientos estudiantiles como el Yo Soy 133 hacen pensar y sentir a las personas que están actuando de común acuerdo de una manera en que difícilmente pueden hacerlo. No sé si estas cosas son el inicio de algo nuevo, del nuevo ejemplo o los dolores agudos de la facultad de la humanidad que está en camino de perder. Como están las cosas en este momento en que vemos a los superpoderes pasmados bajo el monstruoso peso de sus negocios y empresas multinacionales, pudiera parecer, pensamos, que el nuevo ejemplo tendría oportunidad de levantarse, si acaso, en un país con tantas carencias como México, o tal vez en sectores bien definidos en grupos sociales de los grandes países.

Para los procesos de desintegración, puestos de manifiesto en los años recientes, vemos como están decayendo en México los servicios públicos, las escuelas y la policía, el servicio de correos del país y el sistema de transporte sobresaturado, las muertes del crimen organizado y los accidentes en las carreteras y los graves problemas de tráfico en las ciudades, todo lo que concierne a los servicios masivos que trata de prestar el gobierno a la sociedad. La enormidad está afectada por la vulnerabilidad, y si no podemos saber con certeza cuándo y dónde vendrá el punto de quiebre, podemos observar, hasta el punto de medirlo, cómo la fuerza y capacidad de recuperación se está destruyendo, goteando si se quiere gota a gota, de nuestras instituciones políticas que se supone están para servir las necesidades políticas de nuestra sociedad, hacer posible un gobierno representativo con una verdadera democracia, sin embargo, realmente no lo hacen porque no hay lugar para que todos puedan participar, no caben todos.

De nuevo, no podemos saber a dónde llevarán a México estos acontecimientos, pero podemos ver las roturas en la estructura de poder que se están abriendo y ampliando. Y sabemos —o debemos saber— que toda disminución del poder es una invitación abierta a la violencia, porque sólo aquéllos que tienen el poder y ven que se les va de las manos siempre encontrarán difícil resistir la tentación de sustituir la violencia por ese poder.

Reflexiones a la manera de Hannah Arendt.