Susana Hernández Espíndola

A nadie le gusta pagar impuestos y, mucho menos, cuando los ciudadanos piensan, como en el caso de México, que los gobiernos no retribuyen esos pagos con servicios públicos o infraestructura eficientes y de calidad.

Ahora que se discute en nuestro país la Reforma Fiscal, es necesario recordar que los impuestos son contribuciones obligatorias que tiene que realizar las personas y las empresas para financiar al Estado. Sin esos recursos, ninguna nación podría funcionar, dado que no dispondría del dinero suficiente para financiar la construcción de carreteras, puertos o aeropuertos, o para prestar servicios públicos de sanidad, alumbrado, educación, seguridad, etcétera, o para establecer sistemas de prestaciones o protección social por desempleo, invalidez o accidentes laborales, entre muchos otros.

No obstante, a lo largo de la historia ha habido gravámenes realmente extraños, que en muchas ocasiones los gobiernos han establecido para disuadir la compra de determinado producto —como el alcohol, el tabaco y las drogas— o para fomentar y/o desalentar algunas actividades económicas, llegando a extremos verdaderamente absurdos.

Ya en 1966, en su canción “Taxman” (Recaudador de impuestos), del álbum “Revolver”, los famosos Beatles se ocupaban, en su inigualable estilo, de criticar el abusivo sistema fiscal de la Corona británica, que les quitaba a los músicos y cantantes de moda el 95 por ciento de sus ganancias, obligando a muchos a marcharse al exilio para evitar tal sangría. Por eso cantaban: “Si manejas un automóvil, tasaré la calle; si tratas de sentarte, tasaré el asiento; si tienes frío, tasaré el calor, y si tomas un paseo, te tasaré los pies”.

Y es que, aunque parezca increíble, como veremos a continuación, los gobiernos han gravado desde el tener puertas, ventanas e inodoros en casa, hasta el llevar algún tatuaje en el cuerpo.

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La SHCP emplumada

Los primeros registros que se tienen del pago de impuestos en nuestra nación se remontan a la era de los mexicanos emplumados, el Imperio Mexica. Los llamados “calpixquis” eran los “Taxmanes” de la época y para identificarse portaban una vara en una mano y un abanico en la otra. Estos primeros recaudadores llevaban un registro pormenorizado de los pueblos y ciudades tributarias, así como la enumeración y valuación de las riquezas recibidas en los llamados “tequiámatl” (papeles o registros de tributos).

Según algunos códices aztecas, había varios tipos de tributos, entre los que destacaban el de guerra, que era necesario para financiar las luchas para someter a otros pueblos, y el religioso, que se aplicaba para subsidiar grandes festejos sacerdotales.

Los impuestos que pagaban los pueblos sometidos al Imperio Azteca, se podían recibir en dos formas: en especie o mercancía (de acuerdo a su población, riqueza y actividades productivas) y en servicios de mano de obra para los gobernantes.

El diezmo de los gachupines

Con la llegada de Hernán Cortés y la derrota de los mexicas, el organizado sistema tributario azteca cambió a beneficio de la Corona española. El tributo de frutos, flores y animales quedó atrás y en su lugar se cobraron cuotas en alimentos, piedras preciosas y joyas. Muchos indígenas fueron despojados de sus tierras y bienes para ser otorgados a los soldados del conquistador.

Cortés nombró a un ministro, un tesorero y varios encargados de la recaudación y custodia de lo que llamó “el Quinto Real”, es decir, el tributo que se pagaba al rey de España. Cuando se capturaba una presa o se descubría un tesoro, la quinta parte (20 por ciento) era enviada al hijo de Juana “La Loca”, el emperador Carlos  V.

En 1573 se instauró el impuesto conocido como alcabala, que era el pago por pasar mercancías de un estado a otro. Después, el de peaje, que debían cubrir quienes transitaban de una ciudad a otra, con una carta que acreditaba ese pago. El gobierno colonial también creó el diezmo minero, un gravamen que los indígenas pagaban con trabajo en minas.

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Caballos flacos y gordos

La abolición de la esclavitud y la cancelación de impuestos fueron algunas de las banderas detonantes de la lucha de independencia de México. Para 1810 los impuestos se habían multiplicado. Existían las alcabalas o impuesto indirecto del 10 por ciento del valor de lo que se vendía o permutaba; las gabelas (gravámenes) y peajes (pago de derecho de uso de puentes y caminos). También se pagaba “el quinto” a  los vinos y al aguardiente y se sancionaba la libertad para extracción de capitales al extranjero.

El sistema fiscal se complementó con el arancel para las aduanas marítimas, siendo éstas las primeras tarifas de importación publicadas en México. Se llegó a cobrar un impuesto extraordinario, como el de “muralla”, por hacer un gran muro en Veracruz.

Con la llegada de Antonio López de Santa Anna al poder, la situación en materia de gravámenes no mejoró como se esperaba. Al contrario, durante su gobierno se decretaron contribuciones verdaderamente estúpidas, como la de un real por cada puerta y cuatro centavos por cada ventana de las casas; un pago de dos pesos mensuales por cada caballo robusto y de un peso por cada equino flaco, y también se cobraba un peso mensual por la posesión de cada perro.

Juárez también fue “cobrón”

Durante la época del presidente Benito Juárez y la intervención francesa, se hizo un primer intento para la conformación de un catastro de la República. Se establecieron la Lotería Nacional y la “contribución federal”, que consistía en el 25 por ciento adicional sobre todo pago hecho en las oficinas de la federación y de los estados.

El “Big Brother Fiscal”

La dictadura de Porfirio Díaz también lo fue en materia hacendaria, ya que “Don Porfis” resultó un auténtico “Taxman”: duplicó, por ejemplo, el impuesto del timbre, gravó las medicinas y un ciento de artículos. De poco le sirvió cobrar impuestos por adelantado, ya que la deuda externa crecía día a día. De los 30 millones de pesos que recaudaba anualmente, gastaba 44. Aunque la situación era apremiante, el general Díaz logró darle un poco de respiro al erario, al nombrar, en 1893, al pomposo y no menos terrible José Yves Limantour como ministro de Hacienda. El “Francesito” armó una especie de “Big Brother Fiscal”, ya que aumentó las cuotas de los estados y la Federación; redujo el presupuesto y las partidas abiertas del Ejecutivo, así como los sueldos de los empleados gubernamentales; encontró nuevas fuentes de ingresos en el gravamen racional de las actividades, especulaciones y riquezas, y regularizó la percepción de los impuestos existentes por medio de una vigilancia activa y sistemática sobre trabajadores y contribuyentes.

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Tasa al “chupe y los faros”

Sin embargo, los excesos del porfiriato y sus impuestos socavaron la situación de la mayoría de la población. El destierro del general Díaz y los movimientos revolucionarios provocaron que se dejara de pagar impuestos durante siete años.

En 1913, el general Victoriano Huerta impuso nuevos pagos y gravó fuertemente los licores, vinos, cervezas, alcohol en general, el tabaco y el petróleo. El pretexto para estos tributos “al chupe y los faros”, como se decía, fue que se requerían recursos para combatir a Venustiano Carranza. De acuerdo con información de la Secretaría de Hacienda, sólo en esta guerra se gastaron 36 millones de pesos.

Para 1917 la recaudación de impuestos en México ascendía a 75 millones de pesos en oro y 236 millones en papel, pero se hicieron gastos por 96 millones y 855 millones, respectivamente. Por esa razón se incrementaron de nuevo los aranceles a las bebidas alcohólicas, la cerveza y los vinos importados. El gravamen al tabaco se duplicó y se impusieron tarifas fiscales al teléfono, la luz y la publicidad.

Entre 1917 y 1935 se crearon diversos impuestos, entre ellos, algunos descabellados. Se tasaron, por ejemplo, el uso de ferrocarriles; la exportación de petróleo y derivados; los timbres, las botellas cerradas y los avisos y anuncios. Simultáneamente se incrementó el Impuesto Sobre la Renta y el de consumo de gasolina.

Los gatos, exentos

En México los tributos extraños, absurdos  o insólitos se han dado a lo largo y ancho de su territorio: en el municipio de Talpa, en Jalisco, por ejemplo, además de un gravamen por no arreglar la fachada de los inmuebles, hay impuestos si los animales domésticos no tienen “identificación” o certificados de vacunación. Por vacas, cabras y perros no identificados, o, dicho más formalmente, “sin IFE”, las multas van de 25.33 a 105 pesos. Los gatos son la clase privilegiada, ya que no pagan impuestos.

En Sonora, la Ley de Hacienda exige una “tenencia” anual de 100 pesos por caballos o burros, lo que ha provocado plantones y manifestaciones. En el municipio de Banamichi, viajar en vía pública a bordo de una bicicleta infantil se multa con 80 salarios mínimos.

En Escuintla, Chiapas, los poseedores de lotes o terrenos baldíos pagan 200 pesos si no los mantienen limpios.

Y el colmo: durante mucho tiempo en nuestro país estuvo vigente un impuesto “al pulque”, por el consumo de esa bebida, y, como si cada mexicano fuera narco, se impuso un gravamen de 3 por ciento a los depósitos en efectivo.

Si México no canta mal las racheras, en otras partes del planeta menos:

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El costo de ser bello

En 2012, en Japón el economista Takuro Morinaga planteó cobrar un impuesto a los hombres guapos y solteros. Para ello, dividiría a la sociedad nipona en cuatro grupos: los guapos, los normales, los feos y los muy feos. Al primer grupo se le duplicaría el pago del impuesto y al último, se le aplicaría un descuento de 20 por ciento. La categorización de los varones japoneses estaría a cargo de un consejo, integrado por cinco mujeres, elegidas al azar.

Se cobra por kilo

Ante el aumento de la obesidad y el sobrepeso, en octubre de 2011, el gobierno de Dinamarca —argumentando un bienestar en la calidad de vida— anunció el aumento de impuestos a productos comestibles “engordantes”. Determinó imponer un impuesto al aceite y a la mantequilla de poco más de 16 coronas, el equivalente actual de 2.85 dólares estadounidenses. En Finlandia no se aprobó la propuesta de cobrar tributos a las personas con obesidad, por razones de discriminación.

A pagar por ser “bruja”

En 2011, en la ciudad de Bucarest, Rumania, se estableció que las personas que se dedicaran a la brujería y la adivinación, tendrían que pagar un impuesto del 16 por ciento de sus ingresos, además de obligarlos a hacer aportaciones a patronatos pro salud y jubilación, para así tener acceso a esos servicios.

Inodoros

Desde 2005, en Maryland, Estados Unidos, los ciudadanos deben pagar casi 30 dólares al año por cada inodoro que se tenga instalado en una casa. Y a pesar de que los habitantes califican de injusto el gravamen, ya que se trata de una necesidad fisiológica, las autoridades han externado la posibilidad de incrementar la cuota.

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Tatuajes

A partir de 2002, en Arkansas, Estados Unidos, el gobierno decidió establecer un impuesto al grabado de piel. Por ello, los locales que ofrecen el servicio de ‘piercings’ y tatuajes deben recaudar un 6 por ciento más en sus tarifas.

(Fotos: shutterstock)