Juan Antonio Rosado

Como el viento, la poesía disipa las palabras y las resignifica, abre sus sentidos y explora en lo más oculto de las apariencias, incluidas las apariencias del yo. El beshabar (viento negro) —dice Michael Ondaatje, citado por Patricia Camacho Quintos— “es otro viento sombrío y seco procedente del nordeste, del Cáucaso”. “En el aire hay siempre millones de toneladas de polvo, como también hay millones de metros cúbicos de aire en la tierra”. Polvo en el aire y aire en la tierra… Esta aseveración puede sonar lógica, pero no deja de causar asombro para la percepción de cierta mirada —la mirada del poeta— que, como afirma Cecilia Urbina en el prólogo a Beshamar, el nuevo libro de Patricia Camacho, oculta el qué tras velos: “lo envuelve en lenguaje y otorga al lector la facultad de desentrañarlo”.
El primer poema, “La muerte de un gurú”, se trata tal vez de la reminiscencia de un pasaje que no es, en el fondo, sino un ciclo: “al nacer has muerto”, y luego, al final: “qué manera tan curiosa de existir/ sin estar y sin embargo siendo:/ al morir has nacido”. En uno de los más importantes himnos védicos de la antigua India, se dice textualmente: “Buscando dentro de sí, los sabios encontraron en el ser el vínculo con el no-ser”. Esta idea se refleja en el primer poema de Patricia: todo ser contiene en sí mismo su propia muerte, pero toda muerte es también un nacimiento. El yo no deja de ser un vehículo más en que se contienen los opuestos.
Acaso sea éste uno de los ejes temáticos del poemario: la “acuática sustancia veleidosa/ mezclada con el polvo/ de la ausencia”, como reza el poema “La despedida”. A la vez, la piedad se tambalea, surge la locura, el yo lírico elige la concupiscencia, desciende hacia la Nada para encontrarse después con la columna de luz. Los símbolos evocan de repente presencias míticas o religiosas, pero no tomadas de los mitos o religiones tradicionales. El poeta erige aquí sus propios mitos, su propia religión: la mar como el mundo materno; el mar, como el paterno, alejado, distante, ajeno, temible. Hasta aquí, la primera parte: “Ventisca de arena” y empieza “Estado de gracias”, que conecta al lector con el homenaje y con el ser. En la tercera parte, “Luminiscencias”, hay un juego con el color y la luz, un verdadero “carnaval de estrellas”.

Patricia Camacho Quintos, Beshamar
 (viento negro). Edición de Emily Vargas Estévez, Editorial Trauco, 2012; 44 pp.