Juan Antonio Rosado

 Leticia Luna (México, 1965), directora del grupo Fuego azul (poesía, música y danza) participa de la perenne percepción poética del universo: la vive y la padece, pero sobre todo la despliega en el sinuoso laberinto del verbo para otorgarle un orden. Allí, el éxtasis llega a borrar los colores del amor y los amantes descubren la infinita luz que los traspasa; allí, el juego de identidades, deseos, búsquedas y hallazgos inusitados encuentra su cauce, y la carne se abre para el otro, y los temblores eróticos, la saciedad y el deslumbramiento son ingredientes de una poética que canta y danza para que surjan nuevos navíos: “mis labios son una playa/ y un verano que germina/ tu cuerpo un dios/ donde se acuesta el alba”.

Recientemente, Luna hizo público su libro Fuego azul (poemas 1999-2014), que reúne las flores que la autora cortó al rememorar su trayectoria, periodo vital cifrado por la diversidad en la unidad. En “El amante y la espiga”, primera parte de esta antología, brota el erotismo como “una línea de mordiscos alrededor de tu ombligo”. Gran fuerza se percibe en imágenes como estas: “Pecho de garra de tigre, cuello de media luna, bocado de jabalí, de coral y de joya, pata de pavo real en vuelo”.

Además de los poemas de carácter más o menos tradicional, la autora se arriesgó con formas diversas e inusitadas en joyas poéticas como el díptico “Perla y jade” / “Jade y perla”, donde se nos ofrece, en imagen contrastante, la visión masculina y la femenina. Otros terrenos pisa la segunda parte del libro, “Tequila doble”, insuflada con mayor cotidianidad sin escatimar la constante sorpresa: “La poesía nos salvará del caos”. “Poemas de luna”, tercera parte, se abre con “Hora lunar”, pieza verbal en forma de reloj con una manecilla (más bien una manita) afuera, que acaso indica el comienzo ¿o el final? En esta sección, la presencia lunar es permanente, pero no al modo de Laforgue o Lugones. La luna de Luna es íntima y lo mismo se aleja del modelo romántico que del vanguardista. “Evocación indígena” nos lleva a otros lugares: “Vengo del canto del colibrí/ de la sangre olorosa del volcán”, leemos en “Semilla”. Del mundo indígena nos trasladamos a “Poemas urbanos”, interrumpidos en su intensidad por una página que resume el sentir de muchos aristas: “Ciudad de México 12:00 p.m.”, donde se lee: “Imposible escribir:/ la musa se fue de tragafuegos”. ¿A tragar el fuego azul para devolverlo, con nuevos bríos, en la siguiente página? Tal parece que sí.

“Los días heridos”, “Poemas del desierto migratorio” y “Habitación de la palabra” son las últimas secciones. En la última, recorremos algunas ciudades donde la palabra poética dejó su semilla. Pero es imposible en tan poco espacio dar cuenta de la riqueza expresiva y formal de este exquisito poemario. Por ello es mejor detenerse para releerlo una y otra vez en voz alta.

 Leticia Luna, Fuego azul (poemas 1999-2014). Athena Editores, San Salvador, El Salvador, 2014; 124 pp.