En la lente de Rogelio Cuéllar

Roberto García Bonilla

Una de las prácticas más populares del mundo contemporáneo son los autorretratos (selfies) gracias a los blogs, las redes sociales; con los autorretratos, en natural se quiere atraer la atención, exaltar —de manera genuina, superficial o ficticia— la autoestima, así como autoelogiar méritos, viajes y hechos atrevidos; aunque también puede ser parte de una información, aun, documental. Sobre todo ahora los selfies dan parte del ocio en que el Yo lucha por abandonar el anonimato, ante la conciencia de la fugacidad de connotación.

Y si un escritor como García Márquez escribía para que sus amigos lo quisieran, ahora quienes son practicantes y ejercen los selfies pretenden que sus allegados o, al menos , conocidos no los olviden aunque no necesariamente con afecto. Ahora que vivimos el desvanecimiento del compromiso como regulador de formas de convivencia, aspirables a la solidez y estabilidad, la relevancia está en atrapar el instante con todas las expectativas e incertidumbres que provoquen. Cualquiera que sea su valoración, la fotografía de aficionados ya ingresó en la historia de la fotografía.

Tradición del retrato

Ante esta realidad pareciera que el retrato como producto informativo (fotoperiodismo), documental y estético es igualado con la práctica del autorretrato. No es así; el retrato es una de las expresiones de la fotografía (“foto”) cuya aceptación como producto artístico derivó, en parte, por el naturalismo que pretendía “objetividad”: la imitación decantada de la realidad y la naturaleza que así incluso se podía arrogar el derecho de superar la pintura. El retrato pintado se sustituyó por el retrato fotográfico y autores como Felix Tournachon (1820-1910), Gustave Le Gray (1820-1884) y Auguste-Rosalie Bisson (1826-1900) elevaron la fotografía a producto artístico, J. Margaret Cameron (1815-1879), Gisele Freund (1908-2000), André Kertész (1894-1985) o Richard Avedon (1923-2004).

En México hay una tradición del retrato y uno de sus representantes contemporáneos más significativos es Rogelio Cuéllar (1950) cuya labor de cerca de medio siglo destaca por la anunciación crepuscular, el resplandor, el vértigo en cuyo límite aparecen sus personajes. La luz que rescata el ser del estar; la esencia de la apariencia; el carácter del gesto; la revelación anímica de la adustez y la sonrisa. Los imaginarios de los semblantes se desmoronan con la luz y el encuentro entre la mirada del retratista —y su cámara— y la de los rostros que plasma, algunas veces yacentes, unas veces más yacen como monolitos, y otras, trasmiten, sobre todo, el ánimo o la desazón encubierta con guiños de indiferencia o solemnidad.

Las fotografías de Cuéllar han ilustrado las páginas de las secciones culturales de diarios, semanarios y revistas a lo largo de casi medio siglo. Su trabajo está dirigido por tres vertientes: el fotoperiodismo, la fotografía de autor, el paisaje rural y urbano, así como el desnudo fotográfico. Su obra ha sido reconocida fuera de México y ha obtenido premios como el Bloksberg a la Paz por Innovación y Creatividad (2006).

Tres ámbitos en Cuéllar

Sobre la fotografía erótica de Cuéllar (manifiesta en La imagen absoluta del mundo, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, 2014) Juan García Ponce escribió hacia 1983: “Nos muestran los objetos elegidos como imagen absoluta del mundo de una manera que parece revelándonoslos por primera vez; nada en ellos es natural […] junto al cuerpo que le sirve de modelo lo que las fotografías eróticas muestran es el ojo. La mirada de un artista”.

El rostro de las letras (La Cabra Ediciones-Conaculta, 2014) es una muestra de los retratos realizados a escritores de 1969 a la fecha. Tres ámbitos abarcan más de centenar y medio de fotografías aquí reunidas: la recuperación psicológica y enmarcada en las aspiraciones estéticas de Cuéllar; el recuento iconográfico de algunas relevantes figuras de nuestra república de las letras, y, en conjunto, la aportación documental a la historia de la cultura mexicana y latinoamericana. No es menos significativo advertir en estos rostros la evolución del fotógrafo y ubicación precisa de las fotografías; sabemos, en concentradas sinopsis biográficas, sobre la trayectoria de los escritores, sobre todo mexicanos, aunque aparecen escritores latinoamericanos que al ser retenidos por la cámara de Cuéllar se han integrado a la galería de nuestro imaginario, por ejemplo la fotografía de Julio Cortázar (1979) que sostiene un puro entre los dedos, sus ojos casi hipnóticos observan la cámara.

El imaginario colectivo, visto desde otro lugar y con guiño, es una suerte de canonización, aquí de la obra sino de los retratos de los escritores. Este impecable volumen está diseñado por María Luisa Passarge y prologado por Laura González Flores —para quien uno de los logros de Cuéllar no es sólo afirmar “que el personaje retratado estuvo ahí y funcionar como evidencia. Sino que el fotógrafo consigue que sus imágenes se parezcan a nuestra imagen de los retratados”.

Cuéllar como Ricardo Salazar (1922-2006), Lola Álvarez Bravo (1907-1993), Manuel Álvarez Bravo (1902-2002), Mariana Yampolsky (1925-2002), Héctor García (1923-2012), Pedro Meyer (1935), Nacho López (1923-1986), Graciela Iturbide (1942), Paulina Lavista (1942), Flor Garduño (1957), entre otros, forma parte de nuestra tradición que se alimento de creadores como Hugo Brehme (1882-1954), Juan Guzmán —Hans Gutmann— (1911-1986) y antes Agustín V. Casasola (1874-1938).

Las cámaras de Cuéllar, en el instante pertinente, retienen la nostalgia de Revueltas, el dolor contenido de Rosario Castellanos, la abstracción amurallada entre libros de José Emilio Pachecho; la noble reciedumbre de Renato Leduc, la meditada pose de Fernando Benítez, la irreverencia contenida de Antonio Alatorre, la fiereza apenas disimulada de Ricardo Garibay, la espontaneidad de Miguel León Portilla, o el reposo fugaz y el tiempo acuñado en las manos de Federico Álvarez Arregui en una de las más recientes fotografías de Cuéllar en El rostro de las letras, al que sucederá este mismo año, El rostro de la plástica.

rgabo@yahoo.com

Rogelio Cuéllar, El rostro de las letras, México,

La Cabra Ediciones-Conaculta, 2014.