Sobrenatural como la vida que ya no regresó

 

  

Roberto García Bonilla

Tzvetan Todorov definió la “literatura fantástica” como un género literario, momento de duda de un personaje de ficción y del lector implícito de un texto que comparten afinidad. La delimitación de un texto de ficción fantástica reside en el territorio de lo maravilloso, lejos de la lógica de los hechos del mundo en oposición a lo “extraño” o el “fantástico explicado” en el que elementos y hechos perturbadores aparecen como un suceso insospechado pero explicable.

El teórico búlgaro distingue tres categorías en la ficción no realista, a saber: lo maravilloso, lo insólito y lo fantástico. En todos los casos están presentes los elementos sobrenaturales En conjunto se suman elementos sobrenaturales. Aunque también se pueden agregar circunstancias históricas y despojar la literatura de su aura milagrosa; leerla como realidad asible que apela a la racionalización científica.

Y es en ese territorio sobrenatural que choca, incluso, subvierte el orden convencional de los hechos y la connotación: aquello de los sujetos y sus cosas que el lector deja sumergido entre la fascinación, el desconcierto, el temor y el sobresalto; entonces, una vez envuelto en la verosimilitud “fantástica”, el mismo lector se libera de las convenciones y entra en la espiral donde sus fantasías —algunas sin germinar— se abrazan con la imaginación del escritor que busca no la verdad, ni siquiera una verdad, sino el artificio que la semeje o simule a través de la verosimilitud. Todorov señala que “el hombre normal es precisamente el ser fantástico; lo fantástico se convierte en regla, no en excepción” (Introducción a la literatura fantástica, 1968).

En México se ha sustituido el término “literatura fantástica” por “literatura de la imaginación” con el propósito de cambiar en el lector su imagen sobre la literatura “fantástica” que carga equívocos y prejuicios; se quiere mostrar al lector que no se están imitando a autores extranjeros (por ejemplo Tolkien) y que es una literatura con una vitalidad que concentra rasgos propios, aun generacional.

 

Portada la puerta

 

 

 

 

 

Estilo decantado

Mauricio Molina (México, 1959) es, a decir de Sergio González Rodríguez, el mejor escritor de lo fantástico en la literatura mexicana. Las definiciones son un punto de partida, sobre todo historiográficas, que no concentran los rasgos esenciales de obras y creadores.

La puerta final reúne veintiún textos concebidos por una minucia estilística y formal notables, en algunos casos deslumbrantes; lejanos a la idea restringida de “fantástico” como sinónimo de sobrenatural, sin más.

En la obra de Molina, realidad inasible, ensueño, autobiografía, soledad, bajos fondos, parejas malogradas, derrumbe arquitectónico, social y individual, la ciudad crepuscular y su decadencia —entre la reconstrucción, las ruinas y la modernidad transpuesta— campean y se subvierten al sumergirse o dispararse a la otra irrealidad, ausente de la consecución de los hechos de la lógica convencional.

El realismo, en una metamorfosis que sólo encuentra reposo en el punto final, al chocar con el flujo de imágenes que el escritor aprehende en enunciados, las narraciones alcanzan paradójicamente una suerte de hiperrealismo entre lo grotesco y lo poético, como en “Cadáveres y ballenas” donde el narrador se “la pasaba buscando las ballenas de nubes que pasaban ondulando por encima de edificios. La ciudad se había convertido en un lugar de ballenas, enormes, pasaban las tardes enteras proyectando sombra”.

El estilo decantado hasta la filigrana en el fraseo y la sonoridad, sobre todo en los textos breves —cuya economía de medios es excepcional— fluye con firme agilidad de una escritura diáfana en su llaneza coloquial, con frecuencia sombreada por la solemnidad de los narradores que contrasta con los hechos y las cosas que viven y les rodean, por ejemplo en “La entrega” —que la convención llamaría realista—: la amarga ironía del narrador-protagonista, a manera de fatigada obsesión, da cuenta del abandono formal de su pareja, quien prepara una cena de despedida e invita al nuevo prometido.

En “Orfeo”, la ocurrencia del tiempo se trastoca a partir del ejercicio de un matemático que concibe un programa que le permite enviar mensajes por Internet hacia el pasado. El laberinto alcanza una suerte de realismo mágico al “presentificar” el pasado, en encuentro de uno, su doble y una joven.

 

Género esculpido con precisión

Acceder a los mares de la irrealidad, rozada, abrazada por la verosimilitud, para Molina es sólo un medio para aprehender con todos los sentidos preceptuales que rodea el exterior y, sobre todo, colma el interior de hombres, mujeres, regiones y comunidades continentales. Vivimos en el caos (lugar común, no por ello menos cierto), en el abandono masificado; entre derrumbamientos, atisbos de elevación y caídas, como aves mancilladas; entre la resecas anímicas y ansiedad de canes recién perdidos.

Lo sobrenatural se aparece en efímeros cuadros de costumbres que el escritor delinea a modo de performance preciosista: descripciones coloreadas por la herrumbre del tiempo y bañadas por la reflexión de los personajes que sin cesar se interrogan sobre el sentido y dirección de sus huellas en la terrenalidad con pasado y presente en comunión o en ausencia eternizada.

El efecto mayor de lo intangible pero visible, sin embargo, no está en la descripción sino en las atmósferas que rodean las historias; en “Medusa” nos situamos en el Boulevard de Saint Germain en un cuadro realista de nuestros días: la densidad que alcanza la narración es conmovedora: el invierno mojado con gelidez; provocación a la gratificación sexual y culminación remunerada. Tres personajes, incluido el objeto del deseo: una adolescente vaporosa a la mirada, entre champagne y libros de Beckett, Camus y Sainte Beuve. Como en muchos otros textos de Molina, las escenas se iluminan con flashazos y aliento autobiográfico.

En “La puerta final”, los recursos del género son esculpidos con una precisión ejemplar por un creador, Mauricio Molina, que nos alerta: “la vida está en otra parte” y no en la hoja del calendario que se arranca cada día; también nos dice con Beckett: “Restaurar el silencio es la función de los objetos”.

 

Mauricio Molina, La puerta final, México, Cuadrivio, 2014.