Ricardo Venegas

Tallerista consumado y a su vez participante de las reuniones literarias en casa de Juan José Arreola, Luis Francisco Acosta (1943-2015), promovió la literatura durante muchos años, de los cuales cosechó variados libros, tanto propios como aquellos que editara para sus alumnos en el Taller de Letras de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Maestro insustituible, en esta entrevista Acosta nos brinda su testimonio sobre el significado de la escritura en la vida del escritor y tallerista. Fue egresado del Colegio de Filosofía de la Facultad de Filosofía y letras de la UNAM y trabajó en la docencia y el servicio publico, colaboró en la revista Siempre! y en los periódicos Excélsior, La Jornada, en la coordinación de suplementos culturales de El Día, El Universal y El Nacional. Con la voz de Acosta vemos un breve repaso por algunos medios impresos en los que él participó.

—Se hicieron muchas revistas en las que participé con los Ampuria, eran una familia de editores, hicieron la revista Caballero, la Playboy, también participé en la primera que hicieron, se llamaba Dos, él y ella, les acerqué material y me lo publicaron, el editor literario era Edmundo Valadés, a él lo conocí y lo traté, me publicó ahí uno de mis primeros cuentos ya formados, se llamaba Memorial de Otoño, pero después le pusimos Contrapunto.

En otro momento hubo la oportunidad de coordinar El Gallo Ilustrado, cuando salió el que era el director, fue durante alguna temporada, hice dos páginas culturales diarias en El Universal, pero la gran experiencia en mi vida fueron los talleres en la Universidad. Inicialmente era un taller y después se hicieron cinco o seis más. Habían unos talleres que funcionaban independientemente, en los que había gente valiosa como Elba Zabala y Olivia Abúndez, y un hombre muy interesante que hizo un gran libro y aportó mucho al taller, es de origen sueco y se llama Gunnar Beckstrom.

Los talleres de la Universidad, cuando comenzaban, eran de dos horas, y cuando yo salí de ahí se volvieron de cuarenta horas, era tiempo completo, la razón por la que fui dejando todo eso es porque me detectaron que tenía las plaquetas muy altas y después de muchos estudios encontraron lo que padezco, se llama síndrome displásico degenerativo de la medula ósea.

—¿Cómo se inició el taller de la Universidad de Morelos?

—Desde el principio el taller dependió de la Universidad, y fue anterior al de Hernán Lara Zavala. El taller que ya estaba totalmente instalado era el de Poli Délano, lo patrocinaba el IRBAC (Instituto Regional de Bellas Artes), dirigido por Carlos de la Sierra. Ahí hizo su labor el maestro Raúl Moncada. Comenzamos a trabajar, empezó a crecer y a integrarse gente, había algunos ya formados como María Zacarías, quien por motivos familiares se fue de Cuernavaca y dejó de publicar. También estuvo con nosotros Elena Dresser, por ejemplo.

—Hágamos un recuento de los participantes destacados…

—Édgar Piedragil, y hubo otra personita que quizá conozcas —juega con el parentesco, pues se trata de mi hermana—, llegó muy joven, de 16 años, y se quedó cuatro años y medio en el taller y empezó a publicar cosas, le echó ganas, pues le dedicaba mucho tiempo al taller, se llama Socorro Venegas. Ella te llevó ahí, tú nunca te quedaste, tú entrabas y luego te ibas, nunca te inscribiste y ella sí, semestre con semestre se inscribía. En fin, varios compañeros, algunos muy empeñados y entregados, pero éramos muchos, como unos veinte o veinticinco. Hacíamos presentaciones de libros a las que invitábamos a José Agustín y a Carlos Monsiváis, la condición era que los recogiéramos en su casa y después los lleváramos de regreso. Habían otros, como Raúl Renán, quien a través de él conocí a varios de su grupo, narradores y demás.

—¿Cómo era tu relación con los escritores de aquella época?

—Para entonces teníamos un taller en México que se llamaba Alfil Negro, y teníamos un revista muy bonita con gente importante, estaba Anabel Yebra, y yo la dirigía. El Alfil Negro era un taller de ajedrez que estaba en la calle Colima en la colonia Roma, llegaban varios escritores y gente que jugaba ajedrez, Eduardo Lizalde, luego Arreola fue abandonándolo, pero para entonces ya se había conformado un grupo de escritores que tenían un taller una vez a la semana, ahí estaban Francesca Gargallo, Luis de la Torre…

—¿Cómo conociste a Enrique Espinoza?

—En el taller de México, a él se le veía con su sombrerito. Con él me llevé una sorpresa, porque llegaba, opinaba, etcétera, y de repente recuerdo que ya tenía un titipuchal de cosas publicadas. Él también estuvo una temporada dirigiendo el taller en el IRBAC. La evolución en el IRBAC se dio de forma paulatina, primero fue Poli Délano, salió y entró Lara Zavala, después Héctor Gally, luego Enrique Espinoza, de ahí el IRBAC se fusionó con el Centro Morelense de las Artes y se hizo otra institución, y sólo quedó La Tallera, a cargo de Alberto Vadas.

Cómo fue que comenzaste a escribir poesía

—Empecé a escribir poco a poco, pero hubo alguien que me desafió, se llamaba Jesús Camacho Moreno, él publicó y ganó un premio con un librito que se llamaba Pandemonium

—Cómo te sientes respecto a los dos lenguajes, cuando escribes un cuento y tienes que narrar, y cuando tienes que escribir un poema y tienes que dosificar la voz.

—Se me dan los dos lenguajes muy fácilmente, de manera espontánea. Yo puedo escribir un cuento plagado de metáforas y en la poesía también estoy totalmente formado.

—Al revisar un poco tus lecturas, hay ciertas predilecciones… por ejemplo, William Blake, poetas muy definitivos, de alguna manera emparentados con la sentencia, con los latinos, y por ejemplo, tus filias con Efraín Huerta.

—Efraín vivía al lado de mi casa; una vez llegué con un librito y me recibió muy bien. Él tenía un suplemento cultural grande, publicaba para cada autor una página.

—¿Con cuál de tus libros de poesía te sientes más cómodo?

—Pues con todos, pero fíjate que creo que a pesar de que quedó atrás en el lenguaje, en la concepción, con Anacrusis, y hay uno que también me gusta, en el que hice una composición interesante, Transfiguraciones.

—¿En tu persona, qué lecturas te marcaron?

—Desde muy joven fueron los maestros como Dostoievsky, luego llegué a autores como Panait Istrati —le hice un reportaje a Hugo Gutiérrez Vega y lo publicó—, después a Carlos Fuentes; en la poesía, y aunque su persona era detestable para mí, a Octavio Paz. También fueron Francisco Hernández, también Raúl Renán, su juego, su afán de investigación, tiene un libro precioso, es toda una lección sobre la poesía El libro de las cosas simples, volúmenes importantes que se editan y se guardan.

—Cómo describirías tu evolución como poeta, Lara Zavala me comentaba en una entrevista reciente que él no cree que la literatura importante sea la que se escribe en la capital, sino la de los estados.

—La piedra basal de la poesía mexicana contemporánea está en López Velarde, entonces eso está fuera de discusión y hay cuentistas como Ignacio Betancourt. Uno de los cuentos entrañablemente provinciano que más me gusta, me ha conmovido y hecho pensar, por la estructura del cuento, pues el tema no es algo sublime, es un cuento de Betancourt que se llama “Cuando Guadalupe baja a la montaña”, desde que yo leí ese cuento, dije: éste es de los que sirven como modelo de la nueva literatura mexicana. Creo que el espacio de la literatura mexicana ahora es todo el país y todas las ciudades. Acaban de conformar un libro en la FIL de Guadalajara que se llama Los 20 escritores mexicanos menores de 45 años. Yo estuve haciendo esta investigación como no tienes una idea. Cada seis meses yo tenía un taller de literatura, un taller de lectura y ahí tenía otro concepto; no era un taller formativo ni normativo, era un taller completamente diletante, leíamos, opinábamos, entraban y salían los talleristas.

Fui escogiendo épocas y empezamos a ver la evolución, primero una temporada de los modernistas, luego fue la narrativa, hasta que llegamos al cambio, ¿y ahora qué?, entonces vamos a investigar cuál es la literatura que viene. Qué difícil ver quiénes estaban de verdad, fue un experimento importante, es algo que hay que hacer, está pendiente ver quiénes son los que siguen ahora en la poesía.