José Gabriel Ríos

 Dos años y pico antes de su desaparición, Carlos Montemayor (13 de junio de 1947- 27 de febrero de 2010) me habló de su cercanía con los poetas chinos, quienes lo sorprendían por el realismo de su poesía -“…y que después de milenios se pueda sentir su presencia física…”- y también del libro Los poemas de Tsin Pau.

Carlos Montemayor comenzó a trabajar los poemas de Tsin Pau, 17 años después de haber conocido a los poetas chinos de la dinastía Tang. Del libro titulado Los poemas de Tsin Pau, conversó el tenor, poeta, traductor, activista y autor de una extensa obra novelística y periodística.

—En el libro Los poemas de Tsin Pau y en otros tuyos, parece que la neblina y el paisaje son elementos imprescindibles.

—Tsin Pau es un personaje de mi libro de cuentos Las llaves de Urgell (Premio Xavier Villaurrutia, 1972), pero en esta ocasión lo considero como poeta y no como estudiante de la capital del imperio que aspiraba a ser gobernador de una provincia. He tenido la oportunidad de acercarme a la poesía china de la dinastía Tang por algunos amigos chinos. Mi estancia en China ya hace algunos años me envolvió por la presencia de la neblina. A mí, la neblina me atrae y seduce mucho porque me obliga a concentrarme de otra manera, en un sentido corporal, espiritual.

En Parral, Chihuahua, los inviernos suelen ser poderosos y entonces la neblina es permanente. Me he encontrado con neblinas en otros sitios, y por lo tanto, es uno de los momentos que, por ejemplo, en China, la neblina me ha acompañado. Los paisajes que voy describiendo en Los poemas de Tsin Pau vienen de distintas regiones. Los fui escribiendo a lo largo de algunos viajes que realicé a Italia, en las montañas que divide la zona de Bolonia y Toscana, ahí donde existe una pendiente muy pronunciada y en la que sentí que no me estaba esforzando en caminar, sino que estaba cargando mi cuerpo.

Cuando hablo de nogaleras y cerezas, bueno, cerezas no hay en Chihuahua, pero recuerdo las fiestas de mi padre y el paisaje de mi infancia. Si escribo de la nieve me estoy refiriendo a una nevada que me tocó presenciar en el Museo de Pittsburgh. En el poema “La noche”, que son dos versiones, me llegó muy cerca de Pisa, Italia. Sentí que algo me estaba llamando atrás, y no, era muy rulfiano: el silencio y la noche.

Esta libertad de escribir con sencillez me ayudó a sentirme libre y abordar temas directamente humanos. Como si fuera otra persona me surgió personificar a Tsin Pau. Confieso que soy yo mismo, nada más que ubicado en esa tradición china milenaria, como un breve homenaje.

—El poeta chino Du Fu mantiene un paso constante en los personajes de tu obra, en el sentido poético de acercarse con pasión a la pobreza de los campesinos ¿Es así?

—Me siento muy identificado con él por la cercanía con el campo, con los desheredados y por su crítica objetiva a las injusticias. A mí me sorprende el realismo de su poesía y que después de milenios se pueda sentir su presencia física. Lo tomé de inmediato como un patrimonio personal, y ahora que lo dices, es muy posible que me haya sorprendido anteriormente sin darme cuenta cabal que no sólo me identificaba con esa poesía directa, sino también con una posición política. Du Fu es uno de mis colegas del pasado, maestro literario y ejemplo político.

Son centrales en el libro dos poemas de Tsin Pau. No hay mención a ningún nombre chino, y aunque no existe apoyo en ese sentido, el lector puede sentir que hay una continuidad. Estos poemas tienen una intención peculiar que tiene que ver con otro poema mío en el que una de las líneas dice más o menos así: “todo cuerpo recuerda la tierra en que nació”. La sensación de lo ya vivido es lo que pretendo que se asuma con las dos versiones. Como que algo está movido o fuera de foco. En ese ligero movimiento es como decir: ya he estado aquí.

—En el poema “La ventana” se percibe la concreción del libro.

—“La ventana” fue uno de los primeros poemas. Ahí trato de relacionar la luz del día con el despertar súbito e imprevisto de la mujer.

—¿Cuando estás a solas piensas en Parral, en los ríos, huertos, bosques, así como lo describes en el poema “La fiesta”?

—A mí me ha afectado la muerte de mis padres. Mi madre falleció hace muchos años y con esa pena escribí varios poemas que llevan por título Memoria; son textos que se refieren a Parral. Cuando desapareció mi madre escribí un poema en el que describo una hiedra. En esa misma serie estoy con mi padre y hablo con él de la plata, cuya veta es negra; de la oscuridad, de los mineros. Una de mis hermanas vive fuera del país y cuando llega y nos reunimos con nuestros hijos, y ahora con mi nieto, hacemos unos recuerdos formidables, nos reímos mucho y estamos muy contentos: es un gran festejo. De estas reuniones viene el recuerdo de mis hermanos, de mi padre, del guitarrista que en el poema “La fiesta” toca el laúd. Es el aliento de la dicha de los hermanos y la familia. He tenido siempre una pasión por mi tierra, árboles, ríos, y también por mis amigos.

—En el poema “La espera” se conecta el cielo con la tierra.

—Empezamos en la bóveda celeste y terminamos en la tumba. Es un ciclo de lo vivo. Es el caso de los gansos salvajes que se van y queda desolada la tierra, que después reverdecerá. Me pregunto si tendremos la oportunidad de vivir de nuevo. Al final del poema retrato la muerte de un niño, que es algo más intenso. Mi hermano murió cuando era muy pequeño y mi segundo hijo también. Son referencias intimas que a partir de la vida y el círculo familiar aparecen como una cosa natural.

 

La entrevista que me concedió el escritor y activista social en defensa de las comunidades indígenas, se incluye en el libro de reciente aparición El canto del aeda. Testimonio de Carlos Montemayor, de Pablo Espinosa (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2015).