El escritor Juan Valera leyó Azul… (1888) y lo valoró tal vez menos de lo que merece, pero sin duda positivamente. Entonces empezó el ascenso y el cada vez mayor prestigio del nicaragüense radicado en Chile (y luego en España) Rubén Darío, seudónimo de Félix Rubén García Sarmiento. Hoy reconocemos que Darío, incluso antes que José Martí, renovó la lengua española. Ya olvidamos la debilidad del poeta al adular al sanguinario dictadorzuelo guatemalteco Manuel Estrada Cabrera. Lo que permanece es su obra, siempre actual, siempre moderna y sorprendente: Azul…, Prosas profanas y Cantos de vida y esperanza, pero también sus crónicas y ensayos en libros como La caravana pasa, Los raros y España contemporánea. Es verdad que Azorín lo asoció a la Generación del ’98, y que se le sigue asociado al modernismo y a la siempre obsoleta teoría del arte por el arte (a las famosas torres de marfil que “protegen” al artista de la realidad exterior). Esto último es mentira en el caso de Rubén Darío, quien desde Azul… expresa un intenso compromiso estético, pero también social y político, que se exacerbará en diversas crónicas y también en algunos poemas. Para no extenderme en este tema, basta recordar unos versos de Cantos de vida y esperanza que siguen siendo actuales: “¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?/ ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?” (“Los cisnes”), o estos otros, que confirman la profunda defensa de la hispanidad: “Eres los Estados Unidos,/ eres el futuro invasor/ de la América ingenua que tiene sangre indígena,/ que aún reza a Jesucristo y aún habla español” (“A Roosevelt”).

Respecto de su defensa del arte, en particular de la poesía, baste recordar esa joya en prosa llamada “El rey burgués”, cuyo título es irónico por la contradicción que implica. Sigue siendo un texto de actualidad en la medida en que, como lo ha analizado Alberto Pérez Solís, hay un claro ingrediente ideológico y social. En principio, no puede haber un “rey burgués” y de ahí la ironía. La burguesía siempre se opuso a la nobleza, a la aristocracia. El cuento es una sátira contra la mentalidad burguesa acomodada e ignorante, a la que sólo le interesa obtener dinero para parecerse a los nobles. El burgués, en consecuencia, se opone a la sensibilidad que debe conllevar la obra de arte. En otras palabras, Darío elaboró una sátira contra la superficial mentalidad burguesa que aún padecemos, así como una despiadada crítica contra las deplorables condiciones del artista. Lo anterior, independientemente de que el rey burgués esté basado en el director del periódico El época (Eduardo McClure), de Santiago de Chile. En el cuento, el personaje es ya un símbolo, y lo esencial es que en el concepto “burgués”, Darío implica la cosificación del ser humano: su reducción a lo útil. Al burgués sólo le interesa la acumulación utilitaria, yuxtaponer objetos de los que nada entiende ni sabe, pero que considera “valiosos”. Un poeta, en cambio, ¿para qué sirve? Al burgués sólo le interesan las apariencias: carece de visión crítica y sólo acumula. Su concepción del arte es fetichista: “por lujo y nada más”. Darío, además de denunciar las condiciones del artista, denuncia la frivolidad y estupidez de una clase que sólo acumula sin conocer lo que acumula: “japonerías”, “¡chinerías!”. Nada entiende. Es como los coleccionistas de objetos que son sólo ornamentales y lujosos; como quienes usan sus libros para adornar los libreros. El arte así se vuelve meramente ornamental, inocuo, inofensivo, controlable, dócil, y Darío lo sabía bien.

A los gobiernos siempre les ha interesado volver dócil al arte, despojarlo de sus funciones sociales y convertirlo en adorno (o adornarse con él). Sería como despojar el Guernika, de Picasso, de toda su intención original. Y si bien siempre ha habido artistas cortesanos (el mismo Darío, en una época, no pudo escapar de esa triste situación), el cuento sigue haciendo ruido, a pesar de que muchos continúen leyéndolo de modo superficial. Recordemos al poeta del texto, cuando dice: “Señor, el arte no está en los fríos envoltorios de mármol… El arte no viste pantalones ni habla en burgués…”, “Señor, ha tiempo que yo canto el verbo del porvenir”, o “Siempre he tendido a la eternidad”. Lo anterior se contrapone a frases irónicas como “alma sublime, amante de la lija y de la ortografía” (la pura forma).

Mucho tiempo después, el escritor mexicano Mariano Azuela hablará de esos escritores que se la pasan corrigiendo y acicalando el idioma para decir “solemnes boberías”. Eso hace el rey burgués en Darío: acumula arbitrariamente objetos por su apariencia. Si en esta nota por los cien años del gran poeta me detuve en este cuento es porque considero que de algún modo resume la poética del autor. La insensibilidad e ignorancia del consumidor de arte sigue siendo un tema actual. Por ello la técnica a menudo es lo de menos para esos consumidores. Basta que cualquier criticastro les diga que un clip o unas pinzas son obra de arte para que desembolsen los millones…