Adolfo López Mateos

Por José Elías Romero Apis

Los Días de Muertos nos invitan a pensar en los muertos y a los políticos en la muerte en la política.

Por eso traigo una anécdota.

Una carrera política que se cruzó muchas veces con la muerte fue la del ilustre y querido presidente Adolfo López Mateos. La primera ocasión fue en 1941, cuando en un banquete, en Toluca, fue asesinado el gobernador Zárate Albarrán. Para ocupar la gubernatura y con el fin de pacificar el Estado de México, que vivía una ola incontenible de violencia caciquil, fue designado Isidro Fabela, fundador del Grupo Atlacomulco, llamado así por ser este su pueblo natal y por haber incorporado a su gobierno a muchos de sus coterráneos.

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Alfredo Zárate Albarrán

Era Fabela un prestigiado diplomático y jurista, hombre culto y de buenas maneras y, desde luego, buen político, pero alejado del Estado de México y de sus conocencias. Para subsanar ese déficit tuvo el buen tino de rodearse de políticos locales bien informados, bien identificados y buenos operadores. Así, se volvió el líder, protector e impulsor de jóvenes políticos como Alfredo del Mazo, padre, y Adolfo López Mateos, y de muy jóvenes estudiantes como Carlos Hank González.

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Gabriel Ramos Millán

Fabela supo acumular y utilizar su poder político y, con él, impulsó a Del Mazo como su sucesor en la gubernatura y a López Mateos como senador de la república. Sin la muerte de Zárate Albarrán, Isidro Fabela quizá no hubiera tenido necesidad de regresar a Toluca ni hubiera sido el esencial e importante impulsor de López Mateos.

Ya siendo senador, el futuro presidente vería cruzar la muerte, por segunda vez, en su brillante carrera. Era presidente Miguel Alemán, y secretario de Gobernación Héctor Pérez Martínez. Sucede que, al segundo año de gobierno, Pérez Martínez fallece víctima de cáncer. Para despachar en Bucareli, Alemán llamó al gobernador veracruzano Adolfo Ruiz Cortines quien, rápidamente, trabó simpatía con el joven senador mexiquense, a quien convirtió en uno de sus operadores en el Senado y para quien habría de ser el más importante factor de su éxito político.

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Héctor Pérez Martínez

La tercera ocasión fue un hecho muy dramático y doloroso en nuestra vida política y, particularmente, en la vida de Miguel Alemán. En septiembre de 1949 se estrelló, en el Popocatépetl, el avión en que viajaba Gabriel Ramos Millán, el indiscutible candidato de Alemán para sucederlo en la Presidencia. La ausencia de Ramos Millán dejó muy abierto el camino para Adolfo Ruiz Cortines, para llegar a Los Pinos, y a López Mateos para incorporarse a su gabinete.

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Enrique Rodríguez Cano

La cuarta y decisiva ocasión, para López Mateos, habría de acarrear un gran dolor para Ruiz Cortines. Ocupaba la Secretaría de la Presidencia un político que llegó a gozar, como nadie, de la confianza y de la confidencia del presidente Ruiz Cortines. Se llamaba Enrique Rodríguez Cano, y su natal Tuxpan hoy lleva su nombre. Supo acumular y utilizar una fuerte dosis de poder. Ruiz Cortines decía que era el único que lo entendía; que era como su hijo. Con él, además de operar su complicada política, gozaba de los momentos de charla y reflexión, normalmente en las tardes mientras caminaban en los jardines y bosques presidenciales o degustaban la taza de café y la copa de anís.

Rodríguez Cano no buscaba, en ese momento, participar en la sucesión pero apoyaba las aspiraciones de Gilberto Flores Muñoz. Poco después de la mitad del sexenio habría de fallecer de una hepatitis descuidada. Con su muerte se perdieron  —si las tuvo—  las posibilidades de Flores Muñoz. Pero lo más importante fue que el espacio de las charlas vespertinas, de los comentos y confidencias y del café con reflexión no lo ocupó el nuevo secretario de la Presidencia sino el secretario del Trabajo, Adolfo López Mateos. Es de suponerse que ese espacio fue decisivo para el logro de su candidatura. Así se escribe  —o se supone—  la historia.

@jeromeroapis

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