Ricardo Muñoz Munguía

El poeta hurga en las finas líneas del tiempo, golpea con cincel el cuadro donde él mismo se guarda cual raíz que sostiene desde su interior —presente y futuro y pasado—, raíces de su sangre: figuras familiares que se extienden en su ser para, ya pletórico de ellas, darles voz, acento, perpetuidad…, como un breve bocado del sabor de la luz, la que ha de conservar como piedras sin tiempo, sin edad, sin la preocupación del día venidero.

Piedras del adivino (Parentalia, México, 2016) de Raúl Renán (Mérida, Yucatán, 1928), es un puñado de poemas que, sobre todo en su primera parte, brotan de su tiempo, que es edad de 88 años, infinitos números al momento de acostarse, al instante de la oración: “Yo no tengo la valoración entre los dedos,/ se quedó fuera el calendario/ lleno de meses, cargado de semanas;/ exentado de diez sin nombre (…) marcando con sus arrugas los surcos de los años:/ mi frente lo repite a dúo”, repetición con la que cierra este poema “Oración del ocho celebratorio”: “8x8x8 reza a coro la oración celebratoria,/ y yo me sigo de largo:/ 8x8x8x8 hasta el fin/ de los siglos… himen”. Sus nietos, sobre todo, obligan con su calor que la pluma del escritor yucateco se ilumine: “Creces en la medida de tu mundo bello/ ello es como tu abuelo te mira con sus mejores/ versos”, líneas que acumulan peso, velocidad y memoria: “Volar es tu signo que sentencio/ te acompañe toda tu vida”, o el prominente futuro “Te espera la caída de las hojas/ y el retoño del sol con margaritas/ yo espero que las hojas/ no sean vidas arrancadas/ y el sol no sea fuego con granadas”, o la vela que despliega arte: “Ceño en tu rostro definirá signo artístico, elevando la figura femenina de larga cabellera que hoy es tu autorretrato y será el gran emblema helenista”, o el que afianza carácter: “tú no naciste para perder/ díganlo los triunfos de tu coraje”, o el del visionario: “Rodrigo poeta con arpón está llamando a matar lo/ inservible del mar humano”. Y continúa con la otra esencia de sangre, la poética, la que lo nutre: “Estoy de él (poema)/ cubierto/ por su saliva/ y tatuado/ por todos/ sus versos,/ así me miran”. Cierra finalmente con la “Danza al dios Tezcatlipoca”: “—En ti encomiendo/ mi brazo a la tormenta”.

Bellas imágenes de Raúl Renán, que son piedras del adivino infinito.