Primera de cuatro partes

Claudio R. Delgado

El escritor Rafael Solana Salcedo (Puerto de Veracruz, 7 de agosto de 1915-Ciudad de México, 6 de septiembre de 1992) fue hijo de Rafael Solana Cinta, conocido por el seudónimo de Verduguillo y de Maurilia Salcedo de Solana.

Verduguillo, padre de Rafael, Luis y Virginia Solana Salcedo, vio la luz el 6 de noviembre de 1890 en San Andrés Tuxtla, Veracruz, en la calle que actualmente lleva su nombre y que antes se llamó de La Libertad. Fue hijo de Joaquín Solana y Dolores Cinta de Solana, y nieto de Bonifacio Solana, originario de Santander (cuna de este apellido), quien vino a México con su hermano Félix a mediados del siglo XIX y se instalaron en el estado de Veracruz.

Con Bonifacio y Félix Solana, llegaron otros dos santanderinos, hermanos entre sí y primos de los primeros: Moisés y Gastón, quienes eligieron el estado de Puebla para establecerse.

Moisés Solana, acaudalado molinero, dejó descendencia que alcanzó fama en los deportes y en la política, en la que la familia Solana Morales logró notoriedad, al igual que los Solana Salcedo, quienes lograron brillar en el periodismo y las letras nacionales.

Rafael Solana Cinta estudió música (violín, guitarra y piano) y literatura nada menos que con Rafael Delgado y Salvador Díaz Mirón. Como periodista, Verduguillo acompañó a las tropas de Venustiano Carranza durante su pasó por Veracruz y otros estados de la República.

Solana Cinta fue fundador de El Universal, junto con Félix Fulgencio Palavicini, periódico que apareció el 1º de octubre de 1916, y dentro del cual desempeñó distintos cargos: cablista, agente de anuncios, jefe de redacción, hasta llegar a ser director de El Universal Taurino, durante la época de Miguel Lanz Duret al frente de El Gran Diario de México [1]; más tarde, en 1934, sería director de El Universal. Al finalizar el año de 1955, en una nota publicada en la primera plana del diario, se anunció a Rafael Solana Cinta y a Fernando M. Garza como subdirectores del periódico [2].

Antes dirigió El Universal Taurino y Toros y Deportes, también condujo otro diario de nombre: El Taurino;  más tarde fue dueño y director de Multitudes, periódico en el cual su hijo, el futuro autor Rafael Solana Salcedo, a los quince años, empezó a escribir sobre teatro.

En febrero de 1959, después de 43 años de servicio y pasión por el periodismo que lo mantuvieron ligado a la historia del Gran Diario de México, el cual durante varios años encabezó Palavicini, se dio a conocer la jubilación de Verduguillo en El Universal.

Se puede decir, que la vida del escritor Rafael Solana Salcedo, estuvo ligada a este diario durante toda su vida, gracias a su padre, pues fue justamente en El Gráfico Dominical, edición de fin de semana de El Universal Gráfico, donde empezó su carrera como periodista a los 14 años de edad, al publicar a partir del seis de enero de 1929 su primer cuento para niños titulado: Los tres hermanos, en la “Página de Pulgarcito”, la cual formaba el entonces niño Rafael Solana.

Es decir que Solana ejerció el oficio periodístico durante 63 años de su vida, con interrupciones muy breves por motivos de salud o de vacaciones, o por comisiones de trabajo que durarían no más de una semana. Recordemos que al igual que muchos contemporáneos suyos y colegas escritores de la época, también desempeñó algunos cargos públicos dentro de la administración del gobierno federal.

La poesía en Rafael Solana

Rafael Solana se estrenó en la literatura en 1934 al publicar su primer libro de versos titulado: Ladera. Este libro y Los sonetos (1936), junto con otro más, del cual perdió los originales, al contar con tan sólo veintiún años de edad, significaron sus primeras muestras de calidad poética.

En 1944 inició su segunda etapa como poeta al publicar su libro Los espejos falsarios, el cual había anunciado como el último en su producción como poeta y en el que su inspiración habían sido Dante, Calderón, Heine y Gustavo Adolfo Bécquer. Vale la pena resaltar que las influencias en la poesía de Solana también provienen del barroco español, de Sor Juana, de los clásicos griegos  y latinos, del periodo romántico y de poetas como López Velarde y de autores modernos franceses.

Es Los espejos falsarios, según el mismo autor, un libro “lleno de confesadas procedencias”, [3] y en el que nos muestra una conciencia clara de su quehacer poético, un acierto lucido y no una invención al azar, pues tan sólo su título sugiere una batalla sincera que simboliza el sentir del poeta y que se ve reflejado en el desnudamiento de los últimos versos del poema que le da nombre al libro, y que vienen a ser la partida y la culminación del poemario.

Rafael Solana a lo largo de 30 años escribió siete libros de poesía, los cuatro restantes  fueron: Cinco veces el mismo soneto (1948), Alas (1958) y Las estaciones (1958); el último fue Pido la palabra (1964).

En estos tres primeros libros, nos muestra al poeta romántico, al que padece el abandono, la pérdida, el alejamiento. Refleja al poeta de sí mismo, al de su mundo interior, pero también nos muestra al paisajista, al viajero, al cosmopolita que pinta ciudades europeas y mexicanas; son poemas que a decir del mismo Solana cuentan con la presencia del francés Teófilo Gautier y del mexicano Luis G. Urbina.

En sus libros también está presente la fe religiosa del poeta, la que a la sombra de las catedrales góticas de Francia y al cobijo de lugares de devota peregrinación como Lourdes o Fátima le inspiraron bellos sonetos.

En su último libro de versos, Pido la palabra, Solana muestra un dominio de la versificación, y un manejo preciso de la palabra, es un autor que como lo dijera en algún momento Xavier Villaurrutia, resultó “un predestinado de la lengua”, un escritor de gran oficio e ingenio florido que desde muy temprana edad sorprendió a sus maestros; fue poseedor de una cultura renacentista, a quien Octavio Paz consideraba un personaje “dueño de un idioma y de un talento nada comunes”. [4]

A pesar de que Solana siempre consideró que el ejercicio de la poesía era algo que sólo podía cultivarse durante la juventud, para el escritor y poeta Alberto Quintero Álvarez, al referirse a la “anti-poesía” de don Rafael, señaló certeramente que era “un señor que por fuera se divierte con fuego y por dentro tiene la música auténtica, o bien tiene la música refranesca por fuera y por dentro el fuego sagrado de la poesía”, [5] de ahí que, incluso a pesar suyo, Rafael Solana deba de seguir siendo considerado también, un magnifico poeta.

Las revistas de Solana

Rafael Solana fue quien fundó las revistas: Taller Poético (1936-1938) y Taller (1938-1941). Estas dos revistas fueron planeadas en las mesas del mítico Café París, y nacieron con el propósito, sobre todo Taller Poético, de reunir a todos los poetas existentes en México; es decir que se trataba de una revista de unificación. Era una revista ecléctica, ya que incluía representantes de todas las generaciones vivas y de todos los grupos; en ella se recogieron textos de Jaime Torres Bodet, Carlos Pellicer, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Enrique González Martínez, Genaro Estrada, entre otros- Aparecen además, poemas de Federico García Lorca.

En esa revista se agrupan los más distinguidos entre los poetas inmediatamente anteriores a los de Taller Poético. Estos no pertenecían a grupo alguno y eran más jóvenes que los Contemporáneos y más viejos que aquellos de la misma edad de Solana, como Elías Nandino, Anselmo Mena y Enrique Asúnsolo, principalmente. Es en esta revista de Rafael Solana donde cuentan con un espacio poetas de distintas partes del país como Guadalajara y Mérida.

Taller Poético tuvo una vida muy corta y sólo alcanzó cuatro números. Al acercase, al final de 1938, Rafael Solana decide reunirse con Efraín Huerta, Alberto Quintero Álvarez y Octavio Paz, para informarles su decisión de transformar Taller Poético “en una revista literaria más amplia en la que se publicasen también cuentos, ensayos, notas críticas y traducciones”, según llegó a decir en algún momento Octavio Paz.

En diciembre de 1938 aparece el primer número de Taller y fue Solana quien lo publicó solo. Él se encargó de dibujar la cabeza tipográfica y de su formación en la imprenta. En este número aparecen algunos fragmentos en prosa de Paz, poemas de Huerta y un pequeño artículo de Quintero Álvarez, además de un magnifico ensayo de Solana sobre la pintora María Izquierdo, el cual está ilustrado con reproducciones de cuadros de la misma pintora. En esta revista, Andrés Henestrosa da a conocer su memorable Retrato de mi madre y aparecen nuevos poemas de García Lorca. Rafael Solana dirigió los primeros cuatro números de su Taller y Octavio Paz se encargó de los ocho números restantes. junto con el escritor español, Juan Gil Albert.

Para Julio Torri, Taller permitió el surgimiento de tres poetas de calidad: Efraín Huerta, Rafael Solana y Octavio Paz, los cito en el orden en que Torri los menciona.

Pero estos tres autores que continúan su carrera literaria en Taller Poético y después en Taller (recordemos que Paz es quien dentro de este grupo de jóvenes poetas, se adelanta al publicar su primer libro de versos en 1933 titulado Luna silvestre, Solana lo sigue en 1934 al dar a conocer Ladera y Huerta en 1935 se revelaría con Absoluto amor. Alberto Quintero Álvarez, poeta injustamente olvidado, quien cumplió el 25 de enero de 2014 cien años de haber nacido, y del que no se ha investigado a fondo -lo refiero, por ser también parte importante dentro del grupo, debió de haber publicado su libro Saludo del alba meses antes del surgimiento de Taller poético en 1936, también formaron una izquierda juvenil en la década de los treinta (algunos de ellos ya se conocían desde 1928, como Paz y Solana, que jugaban juntos frontón allá por Avenida Chapultepec, cuando cada uno de ellos contaba con tan sólo 14 y 13 años de edad respectivamente). [6] En el grupo, que no era numeroso, y sin ser ninguno de ellos famoso aún, se encontraban: Octavio Paz, Efraín Huerta, José Revueltas, Rafael Solana, Enrique Ramírez y Ramírez, José Alvarado, Héctor Bernal, Tránsito López y el “Chamaco” Avalos. Los tres últimos no optaron por la carrera literaria y sus nombres se fueron perdiendo.

Todos los que formaban esa “palomilla” se identificaban como jóvenes de izquierda y solían por las noches salir con botes de engrudo a pegar en las paredes del viejo barrio estudiantil, en San Ildefonso, el periódico El machete[7] que era la publicación clandestina del Partido Comunista de cuyas células pasado algún tiempo, sólo José Revueltas y Enrique Ramírez y Ramírez, junto con Efraín Huerta, formaron parte.

Ramírez y Ramírez fue militante del Partido Popular Socialista y además de dedicarse a la política, también fue por muchos años diarista, pues fundó además en 1962, el periódico El Día. Efraín, nunca renunció a sus ideas de izquierda y también publicó durante varias décadas al igual que Solana, numerosos artículos en el periódico de su amigo.

Son Paz, Huerta, Revueltas, Quintero Álvarez y Solana, los nombres que han dado brillo a su generación dentro de las letras nacionales; todos ellos miembros de Taller, revista literaria que debe ser considerada la más importante que se editó en México tan sólo después de Contemporáneos.

Otras como Alcancía y Fabula de Miguel N. Lira, o Barandal y Cuadernos del Valle de México de Paz, Romance, del español Juan Rejano, Tierra Nueva, de José Luis Martínez, Alí Chumacero y Ramón Xirau, América de Efrén Hernández y Marco Antonio Millán, Tierra de Colores de Álvaro Gálvez y Fuentes, y Estaciones del doctor Elías Nandino, tuvieron una vida muy corta y significaron menor novedad, su contribución en cuanto a la renovación literaria mexicana fue pequeña. No así los casos de Letras de México (1937-1947), de la cual se editaron más de 130 número y El Hijo Prodigo (1943-1946), estas dos orientadas por su editor y fundador Octavio G. Barreda y por Xavier Villaurrutia, las cuales podrían ser consideradas tal vez como una prolongación de Contemporáneos. El surgimiento de la Generación de Taller, significó un cambio en nuestra historia literaria, simbolizó con ello a un grupo de escritores que más han marcado el desarrollo poético y narrativo de la literatura nacional, tan sólo después de El Ateneo de la Juventud y de los Contemporáneos. Ya entrada la primera mitad del siglo XX mexicano, serían los escritores agrupados en el suplemento México en la cultura de Fernando Benítez en Novedades y posteriormente en le revista Siempre!, los que darían nuevo brillo a nuestra literatura nacional.

Rafael Solana practicó todos los géneros literarios: poesía , cuento, novela, teatro y periodismo. Fotografía: Archivo Siempre!

 

La necesidad de amar la prosa

A pesar de que Rafael Solana se inició en el mundo de las letras como poeta, pronto sentiría la “necesidad de amar la prosa”, como llegó a decir su admirado amigo Jaime Torres Bodet.

Fue en el cuento donde obtuvo sus primeros triunfos (su carrera en el periodismo la inició en 1929 en el Gráfico Dominical; en las letras de manera profesional se inicia como poeta en 1934, como novelista en 1937, en este género se reestrena en 1959 y como comediógrafo empieza en 1951), en 1943 su libro La música por dentro, fue premiado como el mejor de creación aparecido en México ese año a juicio de (entre otros): Alfonso Reyes y Octavio G. Barreda. Este libro estaba integrado por cuentos cuyo tema central era la música, y es en este volumen donde aparece publicada su primera narración corta, dada a conocer en 1941 titulada, La trompeta, la cual originalmente apareció en forma de plaquette e ilustrada con viñetas hechas por el mismo autor.

Rafael Solana en total dejó escritos siete libros de cuentos. Además de la Trompeta de 1941, y del premiado en 1943, también apareció en 1944 Los santos inocentes, Trata de muertos en 1945, La capilla dorada en 1947 y en 1960 El oficleido y otros cuentos. En 1961 edito un volumen titulado Todos los cuentos, el cual contenía un total de 22 historias cortas, entre las que destacan: La trompeta, El concerto, La décima, Los santos inocentes, El padre Silvestre, El arma secreta, El director, El crimen de tres bandas, Cirugía de guerra, El oficleido, entre otros.  Con motivo de los cien años de Solana, la Universidad Veracruzana editó en agosto de 2015 el libro titulado: La trompeta y otros cuentos, el cual contiene una selección de ocho narraciones.

Los cuentos y el teatro de Rafael Solana en particular, se distinguen, por huir de lo dramático, de la manía insistente y en ocasiones aburrida, de trasformar en melodrama lo que su autor observaba a través de su crítica; son textos cargados de una realidad, que el escritor vio y analizó desde lo ridículo, lo satírico, lo gracioso y alegre.

Según Carmen Galindo, los cuentos de don Rafael tienen: “… un ingenio juguetón, apacible, medio clásico, muy siglo XVIII y que representan un estilo burgués, el cual posee el dulce encanto de la burguesía”. [8]

El humor de este escritor veracruzano es en principio, un simple juego con las ideas, lo mismo en sus cuentos que en sus comedias teatrales, y el cual está aderezado con el “finísimo” toque de la muerte.

La muerte, se encuentra presente sobre todo, en el fondo de las comedias y cuentos de Solana; como ejemplo podemos citar su libro de narraciones cortas titulado precisamente Trata de muertos, o La capilla dorada, historia que desemboca en una agencia de pompas fúnebres.

Es importante decir que Solana en sus narraciones breves maneja lo que podría calificarse como “absurdo realista”, es decir que son historias donde la fantasía se toca con lo absurdo, y donde lo “realista” es lo que establece el equilibrio. La “ampliación del absurdo” permite al autor, llevar al lector por el humor, lugar donde el escritor demuestra sus dotes para evidenciar lo “doloroso ridículo” que existe en la naturaleza humana y en sus creaciones.

Es justamente en este punto donde se marca la diferencia entre los cuentos de Solana y los creados por Juan José Arreola, autor jalisciense, de quien se ha dicho, inexactamente, que Rafael Solana posee “influencia” en su cuentística. La crítica suele caprichosamente insistir de manera retórica en esto, sin embargo es justo decir que dicha afirmación está alejada de la verdad, pues los críticos han pasado por alto en el caso de Solana el punto que he referido líneas arriba: el tema de lo doloroso ridículo que expone este autor veracruzano en sus inventivas.

Don Rafael se inicia como cuentista en 1941; Arreola publica su primer relato corto en el año de 1943 en Guadalajara, cuando Solana es premiado por su libro La música por dentro, como el mejor de creación aparecido ese año según el mismo Reyes y Octavio G. Barreda; además, Juan José Arreola, toma notoriedad en 1945.

Para entonces, Rafael Solana ya había publicado tres libros de cuentos, y ya había sido, además, fundador de dos revistas de prestigio: Taller Poético y Taller. En 1936, ya había publicado dos libros de versos e incursionado en la novela al publicar La educación de los sentidos.

Todo esto nos deja ver que en realidad los antecedente literarios de Solana, muy anteriores a los de Arreola, y que las influencias dentro de la narrativa, particularmente en el cuento, no descienden del jalisciense. Me parece que tal aseveración en muy poco honra a Rafael Solana, y por otro lado, flaco favor se le hace al propio Arreola.

Rafael Solana posee una personalidad propia, cuya diferencia con la inventiva del autor de Confabulario, también radica en la variedad de los ambientes, en Solana éstos son variados y cosmopolitas; los cuentos de don Rafael tienen como marco ciudades de Francia o Italia, de Alemania o Budapest, de Nueva York o de ciudades mexicanas.

Lo anterior tiene importancia si tomamos en cuenta que don Rafael viajó a Europa a lo largo de su vida durante 23 ocasiones, cantidad considerable; además de que visitó ciudades como Nueva York, Buenos Aires, en fin; en el caso de la ciudad de los rascacielos, año con año acudía a la temporada de ópera. Todo esto nos deja ver a un Rafael Solana, dueño de una vasta cultura, que le permitió, insisto, construir sus cuentos en escenarios variados y cosmopolitas.

En sus narraciones cortas Solana se divierte al tomar de la mano a sus personajes, y pasearlos por escenarios poco comunes en otros autores; es un escritor enciclopédico, conocedor de óperas y de  música clásica, de escenarios teatrales, de libros, de términos y lugares a través de los cuales hace gala de su gran cultura; es un autor elegante, es decir, Solana es un escritor poseedor de una cultura: “…burguesa o, como se decía antes, general: respetuosa de los valores establecidos, de Balzac a Beethoven, del caviar al poully-fuissé. De la cultura ciertamente con mayúscula, pero también con hedonismo –esa plusvalía del arte-”, según Carmen Galindo. [9]

Si se tratará de mencionar alguna influencia en la creación cuentística de Rafael Solana, habría que mencionar, a Efrén Hernández, y aun así, es necesario resaltar que se trata de personalidades literarias bien definidas, y que en todo caso el aire de semejanza entre Solana y Hernández, se debe a lo que Eliot calificó como “comunidad inconsciente”, a propósito de las semejanzas entre artistas.

Notas:

[1] Rafael Solana. 100 nombres propios en las planas de El Universal. Edición, selección y prólogo de Claudio R. Delgado. México, Fondo de Cultura Económica. 2015. 12-14 pp.

[2] Loc. cit.

[3] Los espejos falsarios. (Primera edición) Prólogo de Alberto Quintero Álvarez. México, Editorial Géminis, 1944. P. 11.

[4] Rafael Solana. Tres puntos cardinales: poesía, novela, teatro. Selección y prólogo de Claudio R. Delgado. México, Fondo de Cultura Económica, 2015- P. 23.

[5] Rafael Solana. El poeta detrás de la sonrisa. México, UNAM, Dirección General de Publicaciones, 2004. P. 17-

[6] Rafael Solana. Mil nombres propios en las planas de El Universal. Ed. Cit.

[7] Crónicas de Rafael Solana. 2ª  Ed. Comp. Claudio Rodríguez y Mireya Rodríguez. Xalapa, Universidad Veracruzana, 1997. P. 194.

[8] La casa de la Santísima y Todos los cuentos. Prólogo de Carmen Galindo. México, Fondo de Cultura Económica. 2000. P. 10.

[9] Ibídem. P. 7.

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