Segunda de cuatro partes

Claudio R. Delgado

Respecto a la novelística de Solana, habría que decir que el humor no es el tono predominante, yo diría que es casi en su totalidad, el gran ausente.

En 1937, al idear su primera novela, Solana la concibe como una trilogía cuyo título sería La educación de los sentidos, y el primer volumen de ésta fue El envenenado, dado a conocer el 21 de abril de 1939.

Es una novela de juventud cuyas influencias más notorias provienen de André Gide, Aldous Huxley y de Freud. En ella, los personajes principales se educan mutuamente a través de sus sentidos, los cuales someten a entrenamiento y que agudizan al “leer” en las personas y los objetos. Es un trabajo en el cual su autor nos muestra una sensibilidad bien educada y un estilo claro y ágil.

Después de escribir su primer tomo de la trilogía, el cual estaba ilustrado con viñetas de Juan Soriano, Rafael Solana ideo el título para el segundo libro: La mujer de sal. Aunque esta segunda parte fue terminada, nunca se publicó[1]; de la tercera parte, a pesar de contar con el título, el cual su autor no dio a conocer, jamás escribió una línea.

En 1959, es decir, veinte años después de su primera novela, Solana escribe El sol de octubre, también una trilogía, la cual sí sería escrita en su totalidad y que estaría compuesta por tres capítulos cuyos títulos serían: Margarita, Sara y Caritina. En esta obra, su autor alude al amor otoñal, de ahí el nombre. Es importante resaltar que en Solana insiste en algunos de sus temas, sobre todo en la novela y el teatro en particular, una obsesión por este tipo de amor, es decir, por el amor en la “madurez” o mejor dicho, en la vejez. Inquietud que el autor también nos muestra claramente en tres de sus obras de teatro: Pudo haber sucedido en Verona (1983), Son pláticas de familia (1991) y el Décimo Fausto (1992).

El sol de octubre es una novela considerada dentro de la llamada “novela urbana”, calificada así por el escritor Gustavo Sainz quien en su tiempo afirmó, durante una entrevista de televisión que: “tres novelas marcaron una nueva época para la narrativa mexicana: Casi el paraíso (1956) de Luis Spota, La región más transparente (1958) de Carlos Fuentes y El sol de octubre (1959) de Rafael Solana”.[2] Según el mismo Sainz, estas tres novelas son las que determinan el fin de lo que se conoce como la novela rural y de la Revolución y abren el camino a la presencia de la ciudad de México dentro de la narrativa.

Sin embargo, no olvidemos que nuestra narrativa toma como protagonista o como el marco de desarrollo de su trama a la capital del país desde El periquillo sarniento de 1816, del escritor independentista José Joaquín Fernández de Lizardi (El pensador mexicano), hasta pasar por las novelas de Manuel Payno (Los bandidos de Río Frio y El fistol del diablo), en algunos momentos en las de Altamirano, en Martín Garatuza y Calvario y Tabor de Vicente Riva Palacio, en las novelas de José Tomás de Cuellar, hasta llegar al mismo Gustavo Sainz, José Agustín, José Emilio Pacheco, etc.

Es decir, que lo que el autor de Gazapo califica como “novela urbana” para mi gusto viene a ser la segunda etapa de la novela urbana en nuestro país, o lo que atinadamente califica el mismo Solana como “neo picaresca”, término que al menos en algunos casos encaja de manera importante, sobre todo cuando de estas tres obras de la narrativa mexicana se trata (Casi el paraíso, La región más transparente y El sol de octubre), sobre todo si tomamos en cuenta que en ellas habitan personajes que más bien tienen que ver con un perfil pícaro, vagos, vividores y oportunistas, que se valen de ciertas situaciones para sobrevivir y vivir a costillas de los otros dentro de la trama de las historias.

Estas tres narraciones crean dentro de la novelística de mediados del siglo XX mexicano un retrato de nuestra capital y de una época que quedó marcada por los afanes modernizadores y por el nacimiento de un nuevo tipo de sociedad en nuestro país.

Vale la pena resaltar aquí que El sol de octubre de Rafael Solana, a pesar de haber sido escrita hace 56 años, continua siendo una obra actual, al día, es una novela que no envejece; un trabajo que expresa aún el calor y la pasión de su autor al escribirla; es una obra que no posee retoques que a la larga podrían restarle la espontaneidad con la que está hecha. Solana es un autor que en su narrativa, privilegió la fluidez; es un autor que nos muestra que en su creación no hay más elaboración que el paso de la observación a lo escrito, lo cual está dado a partir del acomodo que dicta la línea argumental y la acción, el carácter psicológico de sus personajes, lo cual tiene que ver con lo que llamamos proceso técnico. Dicho proceso no es otra cosa dentro de la creación de este autor que la influencia adquirida a través de la lectura de dos grandes escritores: Balzac, con su Comedia Humana y Las escenas portuguesas de Queiroz, autores que le inspiran la idea de crear una ¿novela-río al tratar de escribir una dodecalogía en la que varios de sus personajes harían acto de presencia en distintas facetas de su vida y serían analizados desde diversos planos; a los personajes imaginarios se ligarían otros reales. Don Rafael pensaba reconstruir aspectos de la vida mexicana en ambientes disímbolos a lo largo de un cuarto de siglo.

Sin embrago, y por razones no conocidas, Solana sólo dejó escritos nueve volúmenes de lo que sería su comedia humana mexicana.

Al Sol de octubre le siguieron La casa de la Santísima (1960), novela en la que el autor hace una recopilación de sus años de estudiante, y en la que tienen cabida personajes que fueron conocidos en su novela otoñal y que aparecen ya viejos en esta; en El palacio Maderna (1960), continuación de La Santísima, su autor reconstruye un periodo ulterior al que aparece en la novela donde reconstruye su años estudiantiles, y veinte años después a la historia de El sol de octubre. La historia de El palacio Maderna se desarrolla principalmente en Italia.

Más tarde Don Rafael escribió La pequeña comedia, la cual inicia en 1939 y se alarga hasta cinco lustros. Empieza en Viena, sigue en Lisboa y más tarde llega a Nueva York, para trasladarse finalmente a la ciudad de México y Acapulco. El medio en el que se desarrolla es la ópera, la cual su autor nos deja ver desde adentro; aunque muchos de sus personajes son nuevos, otros ya han transitado por sus novelas anteriores.

Las torres más altas (1969), es una novela inspirada en La ciudad y las sierras de Eca de Queiroz. En ella, el escritor establece la diferencia entre la capital y la vida de un pueblo, particularmente San Miguel de Allende. Aquí reaparecen personajes ya conocidos en los libros anteriores. Viento del sur (enero de 1970) y Juegos de invierno (marzo de 1970), en esta última novela aparecen de nuevo Sergio y Margarita, personajes ya conocidos en El sol de octubre.

Es en Juegos de invierno, donde Solana se retrata a través del personajes Luis Sánchez, y a través de él, realiza una crítica tal vez “oculta” o “velada”, si se prefiere,  de lo que observa durante la organización de los Juegos Olímpicos de 1968, celebrados en México y en cuya organización tuvo que ver directamente. Durante la justa deportiva de ese año, Don Rafael se desempeña como jefe de prensa y encargado de las actividades culturales que paralelamente se desarrollaban durante la justa deportiva.

Es también en este libro donde su autor expresa de manera clara y contundente su deseo de crear una obra que retrate en varios volúmenes la “comedia humana” de la clase media mexicana. Es también en Juegos de invierno, donde Solana plasma su postura frente al movimiento estudiantil del 68 y deja ver su inclinación a favor de los jóvenes que encabezan aquel movimiento; pero además es también en este trabajo en el que Rafael Solana condena la participación de algunos intelectuales que sólo buscan llevar agua a su molino a expensas de los acontecimientos terribles que derivaron en los hechos condenables del 2 de octubre de 1968. Es con este libro que Solana pasa a formar parte de la fila de los muchos escritores que se han referido a este tema, y que dan cuenta de esta parte de nuestra historia a partir de la segunda mitad del siglo XX mexicano.

Bosques de estatuas la da a conocer Solana en 1971, y sería el libro póstumo dentro de su dodecalogía no lograda; en este trabajo, su autor nos habla de la burocracia mexicana de los años 1958 y 1964, esta novela está compuesta de una “recopilación de anécdotas”.

El teatro y Rafael Solana

Rafael Solana debe ser considerado unos de los padres del teatro moderno mexicano, fue un autor que se atrevió a renovar la escena nacional con la creación de las cerca de 30 obras dramáticas que a lo largo de 40 años dejó escritas.

Don Rafael llegó a decir que después de Rodolfo Usigli, él fue quien rompió con la tradición en la que “los autores se presentan furiosos contra el gobierno, las costumbres, la familia, los padres, los hijos”; fue Solana, a partir de 1951, quien comienza a practicar la farsa y la comedia en la dramaturgia nacional. Inició una línea que más tarde seguirían autores como Hugo Argüelles, Jorge Ibargüengoitia, José Fuentes Mares, Tomás Urtusástegui y Víctor Hugo Rascón Banda.

Al contar con tan sólo once años de edad, Rafael Solana es llevado por sus padres de manera constante cada domingo al teatro, después de asistir a la corrida de toros, afición heredada por su padre, quien era además de cronista taurino, un apasionado del teatro. La familia Solana era dueña de una platea fija en el teatro Ideal. Asistía al Teatro Iris, a la ópera, y al Fábregas; algunas veces al teatro Hidalgo.

Al contar quince años de edad en 1930, Solana empieza a escribir sobre temas teatrales en el periódico que fundó su padre, Rafael Solana Cinta, Verduguillo, llamado Multitudes, y el cual dirigía; lo anterior permite señalar que Don Rafael vio gran parte del teatro que se hizo en México desde 1926 hasta 1992.

Esto quiere decir que durante 76 años este autor veracruzano vivió una íntima relación con el teatro mexicano, la cual significa toda una vida que tuvo que ver con el trato a los autores, actores y actrices; pero que además también lo llevó a preocuparse por conocer y leer obras inéditas, e incluso aquellas que conocía antes de que llegaran a la escena, o las que no eran representadas, también las leía don Rafael.

Fue un autor de teatro que poseía un gran conocimiento de lo que se hacía en la  escena mundial, en ciudades como Nueva York, París, Londres, Alemania, Polonia, Suiza, Buenos Aires y Madrid, algunas de las cuales fueron testigo de la representación de sus propias  comedias teatrales. Durante su visita al Japón en los primeros años de la década de los sesenta, se acercó al teatro japonés. [3]

Don Rafael siempre procuró obtener obras teatrales editadas en español, inglés, francés, italiano, alemán o portugués, idiomas que hablaba a la perfección, y los periódicos especializados en temas teatrales de otros países; con todo esto podemos ver que Solana poseía una profunda pasión por el teatro, y que le dedicó desde pequeño, estudio y dedicación incansables.

En 1951, Solana se inicia como autor teatral con su comedia Las islas de oro, la cual fue estrenada en 1952 en el Teatro Colón; sin embrago, antes adapta uno de sus cuentos, el titulado “Estrella que se apaga”, obra que estrenó hasta 1953 en el Teatro del Caracol.

Debo apuntar que Solana, antes de incursionar en la autoría teatral, realizaba adaptaciones de comedias para radio, una de ellas fue la de Ninotchka de Sauvajon para la actriz Anita Blanch, pero debido a las controversias suscitadas por los derechos de autor con Dagoberto Cervantes, Don Rafael decide escribir sus propias obras y evitarse con ello problemas.

Es en sus primeras comedias donde Rafael Solana muestra que sus creaciones teatrales también huirán de lo dramático, tal y como lo hace en sus cuentos, y de la insistencia de convertir en melodrama lo que puede ser llevado por el camino de lo ridículo, satírico, gracioso y alegre, ángulos considerados por Magaña Esquivel, “como parte de la vida real, la cual es regida por la imaginación”.

En 1953 Solana estrenó: Sólo quedaban las plumas, en la Sala Chopin, comedia que compitió en cartelera junto con Estrella que se apaga, ante Hidalgo de Federico Schroeder Inclán, Los sordo-mudos de Luisa Josefina Hernández, y Las cosas simples de Héctor Mendoza.

En el año de 1954, Solana escribe para la actriz María Tereza Montoya: Debiera haber obispas, obra teatral que según Jovita Millán, miembro del Centro de Investigaciones Teatrales Rodolfo Usigli (Citru), se encuentra entre las cuatro obras de teatro que más veces ha subido a la escena nacional. Jovita afirma que ha sido representada cerca de diez mil ocasiones, y que se encuentra tan sólo detrás de Once y doce de Chespirito, del Extensionista de Felipe Santander y tal vez antes de Cada quien su vida de Luis G. Basurto.

Es Debiera haber obispas, una de las obras más reconocidas de este autor por su temática, pues se las ingenia para subir a escena a un sacerdote en una época en la que los hombres de sotana se encontraban relegados de la vida pública y política del país. Es una pieza teatral, en la que Solana deja ver a la mujer como un personaje capaz de ejercer el poder dentro de una sociedad hipócrita y convenenciera, en la que la doble moral, la lleva al grado del fingimiento y sobre todo, del sometimiento ante el poder ejercido (de forma involuntaria) por Matea, personaje que encarna en la obra de Solana el “tabú” que en ese tiempo, la década de los cincuenta, sigue dándose en torno a la participación de la mujer en todos los ámbitos de la vida del país, y que en ese periodo de modernización en México, la mujer empieza a despuntar de manera importante.

Me parece, que esta temática abordada por Solana en Debiera haber obispas, ha sido mal entendida o mal interpretada, sobre todo en la parte final de la misma obra, ya que muchos perciben que el autor en el desenlace deja ver que la mujer “no es capaz” o “no está preparada” para ser parte actuante y decisiva en una sociedad como la que existía en la década de los cincuenta. Yo diría que más bien pone en relieve la falta de preparación de la misma sociedad para aceptar o enfrentarse al poder o desarrollo de la mujer frente a su mismo entorno social, ya que para mí, el centro de la polémica durante el desarrollo de la trama, recae precisamente en esa falta de reconocimiento real de las capacidades de la mujer dentro de una sociedad tradicional, agobiada por normas y valores malentendidos que llevarían al rechazo de la participación femenina.

Es Debiera haber obispas, una obra que a pesar de haber sido creada hace más de 70 años, se observa como un trabajo actual e incluso premonitorio, pues resulta que en el 2014, la iglesia de Inglaterra nombró a la primera mujer obispo de la historia, la reverenda Libby Lane, lo que resulta un acto importante para la igualdad, tema central al que se refiere la pieza teatral de este autor mexicano.

En A su imagen y semejanza de 1957, se lee una adaptación de su cuento “El director, publicado en su libro de relatos Los santos inocentes de 1944, y en la que el autor se refiere a un famoso director decepcionado por la crítica, quien resuelve engañar a los críticos, y presentar ante ellos como director invitado a un vagabundo, al que el reconocido director contrata para instruirlo en la dirección orquestal y pueda conducir como si él lo hiciera. El personaje impostor logra triunfar y llega, incluso, a desbancar a su maestro, lo cual le reditúa contratos y la dirección del Conservatorio.

Esta comedia teatral se estrenó en México en el Teatro de la Comedia, el 18 de enero de 1957. En 1962 en Alemania, en el Behind Spanish American Footlights con gran éxito de taquilla y de crítica.


[1] Véase Prólogo a Tres puntos cardinales: Poesía, novela y teatro. México, Fondo de Cultura Económica, 2015.

[2] Rafael Solana. Mil nombres propios en alas planas de El Universal. Ed. cit. P. 248

[3] Rafael Solana. Momijirari. Edición del autor. México, 1964.

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