Entrevista con Armando González Torres

Ricardo Muñoz Munguía

La brevedad es una presencia en nuestra sociedad contemporánea; las redes sociales, sobre todo, es el mejor ejemplo. En la literatura, el ejercicio de la brevedad es antiquísimo y de gran valía pues, “pese a su escala tan breve, puede ser muy poderoso. El aforismo, como todo texto literario, puede generar una revelación, desde el placer más simple de un sonrisa hasta una revelación que lleve a un cambio de vida, como puede ser en cualquier texto literario”, afirma Armando González Torres (Ciudad de México, 1964).

A propósito de su más reciente libro de aforismos, Es el decir el que decide (Cuadrivio / Secretaría de Cultura, México, 2016), charlamos con el poeta y ensayista sobre esta “escritura fragmentaria contemporánea”.

—¿Cómo es tu acercamiento a las letras?

—Un poco azaroso porque no provengo de una familia lectora. En mi casa no había ni directorio telefónico porque no teníamos teléfono. Mi acercamiento es con las historietas, había una serie de ellas en casa, y de muchas maneras estas historietas me llevaban a lecturas más serias; por ejemplo, una donde ponen a los héroes, Kalimán y Solín, a intercalarse con La Ilíada y La Odisea. Es muy curioso que con estas lecturas aparentemente triviales yo tuve un conocimiento temprano de los personajes y la épica griega. Posteriormente me puse a leer ya sin el apoyo de los monitos. Fue una formación aleatoria, llena de saltos pero al mismo tiempo muy nutrida y muy fecunda. Creo que este hecho de ser un lector omnívoro, de no responder a un programa, me permitió una curiosidad y una apertura que, hasta la fecha, sigue orientándome, soy un lector de todo, sin mucho sistema, que se deja llevar por su curiosidad y por su gusto, y que no intenta, al contrario, busca rechazar esa suerte de especialización que, creo, lastra mucho la vida intelectual contemporánea. Después tuve acercamiento a autores también omnívoros, escritores generalistas, capaces de desenvolverse con mucha fluidez tanto en los campos de la creación como del pensamiento. Pienso típicamente en los modernos del siglo XIX y XX, como Paul Valéry, T.S. Eliot, el propio Octavio Paz, George Steiner…, en fin, estos intelectuales totales que no sólo hacen una obra creativa sino que piensan la creación.

—¿Te sientes más afín o más cómodo en algún género literario?

—Yo me siento muy cómo en los géneros poco clasificables que, precisamente, rebasan estas fronteras a veces muy artificiales que se trazan en la narrativa, el ensayo, la poesía. Y precisamente la escritura fragmentaria que he cultivado en mis más recientes libros me ayuda, me da más flexibilidad creativa, me da más libertad, me permite utilizar recursos de muy distintos géneros para indagar en torno a temas, a ideas, en los que no es fácil tener una visión unívoca y, en este sentido, de repente poder mezclar una prosa de ideas con la prosa creativa, con la ráfaga poética, incluso con el chiste, es algo que, creo, te da muchas más posibilidades de abordar estos temas sobre los que no se puede decir algo definitivo.

—¿Cómo llegas al aforismo?

—Me interesa mucho porque es un género antiquísimo, con un prestigio un poco equívoco de ser como un refrán, una máxima, de tener una utilidad práctica y pedagógica. Sin embargo, a lo largo de su cultivo, sobre todo en su cultivo más moderno, es escaparse de esta tentación de decir verdades, de esta pretensión de dar definiciones últimas. Precisamente por este carácter de indeterminación, búsqueda de incertidumbre, es por lo que me interesa mucho el aforismo o lo que podríamos llamar la escritura fragmentaria contemporánea. Si entendemos como aforistas a autores que probablemente sorprenderían mucho a un aforista de la antigüedad, digamos entre un aforismo de Hipócrates, que eran aforismos estrictamente útiles y, digamos, con pretensiones de lemas e ideas para cuidar la salud, con un aforismo de Cioran o Canetti, son cosas completamente distintas.

—¿Cómo se anida el aforismo en ti?

—Algo que me gusta mucho es acercarme a los temas por contraste, suelo elegir un tema, pensar una serie de tesis y también una serie de antítesis en torno a este mismo tema, y a lo largo de un proceso me doy cuenta de que tanto las afirmaciones como las negaciones sobre el mismo tema llegan a tener ciertos grados de verdad. Así es como realizo esta escritura breve, esta escritura en constante dialéctica, en constante afirmación y negación de sí misma que suele ser la escritura fragmentaria y el aforismo. Es acercarme de una manera mucho más libre a una serie de temas donde cabe un poco de afirmación y un poco de negación, donde no todo es verdad y no todo es mentira.

El aforista tiene principalmente dos exigencias: concisión y contundencia. La escritura fragmentaria contemporánea es algo que va mucho con los tiempos que corren, con esta exigencia de brevedad, incluso se ven en las redes sociales más frecuentadas, como es el twitter y, por otro lado, la contundencia que es algo que caracteriza a toda la escritura fragmentaria y que le da sentido es esta capacidad de tener conclusiones poderosas, de generar alguna revelación en breves líneas.

—¿Cómo abordaríamos el aforismo como género literario?

—Es muy buena pregunta porque el aforismo como género va evolucionando, el aforismo original se entiende como un hermano o pariente cercano del refrán, de la máxima, que tiene que ver mucho con cuestiones con consejos prácticos, con orientaciones para el bien vivir, mientras que a lo largo de su evolución el aforismo va ganando en ironía, en agudeza, en carga literaria…, y me atrevería a decir que más que un género aforístico, existe un temperamento aforístico, un temperamento escéptico, levemente misantrópico…, que hermana a escritores tan lejanos en el tiempo como Pascal o La Rochefoucauld con autores contemporáneos como Cioran, Canetti o, incluso, Pessoa.

—Para el aforismo tú pones la línea y ahí lo encuentras pero también, seguramente, debe hallarse en la cotidianidad.

—Sobre todo en la experiencia cotidiana: en la caminata, el paseo, el transcurso por la ciudad te da ideas o intuiciones que pueden ser muy fecundas para trabajar. Después las guardo temáticamente, piezas que pueden parecer inconexas pero, a medida que se va acumulando material, van encontrando sus propias afinidades dentro del cuerpo de escritos que se van teniendo. Además que tengo cierta predilección y competencia para la escritura breve, para la concisión. Mucho de mi vida profesional tiene que ver con la escritura, con la difusión y la claridad, la contundencia y la brevedad son la parte fundamental de mi trabajo.

—De tu labor como aforista, ¿qué tanto aparece ésta cuando lees algún libro o cualquier publicación?

—Sí, mucho. Aunque creo que hay escritores cuya prosa está llena de revelaciones aforísticas, Octavio Paz, por ejemplo, es uno de ellos. Sin embargo, yo sí distinguiría entre la escritura deliberadamente breve y extraer de fragmentos mucho más amplios frases muy llamativas, muy contundentes que podrían funcionar solas pero que se hacen dentro de un conjunto. Yo creo que sí es fundamental la voluntad de la escritura breve para darle su identidad.

—¿Hay un tema que predomine en tu trabajo?

—Hay una serie de temas que siempre aparece en mi trabajo de escritura fragmentaria. Quizá el más predominante sea la memoria, de la forma tan frágil y aleatoria en que se construye la identidad a partir de una memoria que, finalmente, es muy endeble, de una memoria que continuamente fabrica hechos y recuerdos, y de una memoria que trata de acomodar un conjunto profundamente caótico de experiencias en un molde muy estrecho que llamamos “identidad” o que llamamos “yo”. A mí me interesa mucho el fenómeno de la memoria, tanto de la construcción artificial de la memoria como también de estos recuerdos o experiencias desperdigados que, muchas veces, la memoria más monolítica, más granítica, rechaza. Hay otro tema que también me interesa mucho, que es el de la ofensa y el perdón, ¿quiénes son los ofensores?, ¿quiénes los perdonadores?, hasta qué punto esta idea tan corriente de nuestro tiempo que perdonar sana es profundamente nociva. Por cierto, un tema que me resulta muy caro en mi trabajo y que de una manera u otra siempre reaparece en mis libros.

Me interesa mucho la escritura fragmentaria, la confluencia de los géneros literarios. Creo que tendemos a simplificar y a estratificar demasiado los géneros literarios. Muchas de las aventuras que para mí son más sugestivas dentro de la literatura contemporánea no responden a un género estricto, se manejan dentro de esos lindes difusos que son la escritura y, en muchos sentidos, los escritores que yo más admiro, mis mentores, mis maestros, se mueven en estos no límites, y de alguna manera es a lo que yo aspiro también.

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