Tercera de cuatro partes

Claudio R. Delgado

Una de las características en la obra teatral de Solana, es la utilización de los “subtextos”, elemento presente en al menos tres de sus comedias: Pudo haber sucedido en Verona (1983), Son pláticas de familia (1991) y El décimo Fausto (1992). En la primera se lee el Romeo y Julieta de Shakespeare, en la segunda el Don Juan de José Zorrilla y en la tercera el Fausto de Goethe. Todas ellas llevadas por la línea del humor, rasgo característico en toda su producción teatral.

Podemos decir que el manejo del “subtexto” o “metatexto” (presente también en sus cuentos) es empleado, por parte de don Rafael, de manera magistral, ya que estamos ante una “Literatura con mayúscula”, y que en nada demerita en calidad (toda proporción guardada), a los textos originales de los que retoma los temas que le dan pie a sus comedias teatrales. Cabe decir, que en ningún momento el autor pretendió “reescribir” o “rehacer” las tres obras clásicas de estos autores como malamente se ha llegado a interpretar. Solana toma como pretexto los temas, y los ve en perspectiva y desde el punto de vista del humor, y pinta  a los personajes en su vejez, en torno a un posible amor otoñal.

Pudo haber sucedido en Verona, fue reconocida en 1983 con el premio Juan Ruiz de Alarcón como mejor obra de teatro en ese año, en 1991 recibió Solana de nuevo este premio, pero como reconocimiento por sus aportaciones al teatro nacional; Son platicas de familia, fue la última de sus obras que vio representada don Rafael en escena en 1991 (de ésta dejó escritas dos versiones, la primera de 1987 en prosa, y la segunda en 1988 en verso). El décimo Fausto, fue escrita meses antes del fallecimiento de su autor en 1992, y publicada por vez primera por el Fondo de Cultura Económica con motivo de los cien años del natalicio de Solana en el libro: Tres puntos cardinales: poesía, novela, teatro, dentro de la Colección Popular.

De entre las últimas obras que dejó escritas este autor, destacan dos por haber sido creadas en tan sólo un mes: La pesca milagrosa (escrita únicamente en dos días: el 16 y 17 de febrero de 1984), y Cruzan como botellas alambradas  (creada el 22 y 23 de febrero también de ese año). Esta última toma su título del poema La suave patria de Ramón López Velarde y aunque nunca ha sido llevada a escena, en 1999 fue editada por Publicaciones de Conaculta en el libro Debiera haber obispas y otras piezas teatrales.

Solana y Emilio Carballido, son los dos escritores que primero establecieron la importancia de la comedia en el teatro mexicano, sin embargo, me parece que la diferencia entre estos dos autores estriba en que mientras el segundo trata temas y actitudes provincianas, don Rafael plasma en su trabajo escénico, actitudes totales y melodramáticas de la clase media de la Ciudad de México, principalmente.

Según Rafael Solana, Xavier Villaurrutia le enseñó que es un error ofrecer al público problemas que únicamente le interesan al autor y a sus amigos; y que resulta mejor abordar problemáticas que tengan una resonancia social. Aprendió que la inteligencia en los diálogos es algo fundamental para el éxito de las obras; sabía que la corrección en el lenguaje y la innovación son partes fundamentales dentro del arte escénico. Solana, en la creación de sus obras de teatro, siempre se preocupó por el público, y jamás en sus textos pretendió tratarlo como tonto o iletrado. Sus obras aunque están estructuradas, digamos, de manera sencilla, siempre llevan un mensaje y procuran dejar al público, además de una diversión, una enseñanza.

Apropósito de lo que señalo, don Rafael dice: “…en materia de estética (según Sócrates, refiere Solana) lo que puede pedirse a un cuchillo es que corte, y no que sea de marfil, de oro, o muy labrado y muy bonito. O la de Lope de Vega, tan conocida, y que es un poco descortés, de que al pueblo, que es el que paga, hay que darle gusto. Hay otra de Boileau que dice que ‘la primera misión del artista es actuar sobre la sensibilidad del público. El artista es un amante que solicita el aplauso, la aprobación de una muchedumbre’. “Otra más de Alexander Hardy, un estético del siglo XVII, dice que ‘debe existir un acuerdo con el público. Todo lo que el uso prueba y que gusta al público, viene a ser absolutamente legítimo’. Finalmente (dice Rafael Solana), he aquí una observación del crítico Raymond Bayer, instantes antes de examinar a Moliere: ‘El artista, ¿trabaja para sí mismo o para el público? En una gran obra está contenida implícitamente una fuerza expansiva. El gran artista no es sólo el que crea sino el que tiene fuerza suficiente para imponerse al público con su obra; entre el público y el artista existe un lenguaje común…´”.[1]

Con esto reafirmo, según creo, lo que he venido señalando, respecto a la importancia y la calidad de las obras de este autor mexicano, quien pasadas varias décadas, nos legó comedias que siguen vigentes la mayoría de ellas y que de ser llevadas a escena de nuevo, estoy seguro que al público actual lo cautivaría y le dejaría una muy buena impresión, además de una magnifica enseñanza y grande divertimento.

La gran mayoría de las comedias teatrales de Solana, aunque “no encajen”, según la visón actual de los “exquisitos”, dentro del buen “teatro clásico mexicano”, y que insisten en “defender” denodadamente y que por ello, y por ignorancia, digámoslo con claridad, han pretendido olvidar el trabajo teatral de Solana, insisto, sigue siendo una veta digna de ser explotada y mostrarse como espectáculo de calidad.

Rafael Solana siempre construyó sus personajes teatrales, y sus temas, a partir de la observación y el análisis de su entorno, incluso el que vivía con su misma familia; entre los conocidos y sus amigos, y de los que imaginaba a partir de sus lecturas y recuerdos.

Según don Rafael, lo importante del arte escénico, no radica en los movimientos, sino en la forma en que se realice el montaje, que es el que debe hacer que el público comprenda la belleza literaria de los textos. Decía que el teatro es un género literario ameno, y que puede ser una escuela cívica de educación moral para la familia.

El teatro fue para Rafael Solana, el que tal vez más satisfacciones le dejó, sin embargo, no fue el único, ya que es un autor que gracias a su genio creador, a su brillantez como intelectual y a su capacidad para acometer todos los géneros literarios, pudo conocer el éxito en varios periodos de su vida y logró brillar con luz propia en el parnaso de nuestras letras desde muy temprana edad.

Es un escritor del que podría decirse lo que del gran José Tomás de Cuellar dijo en algún momento el maestro Manuel Altamirano: “Fue uno de esos talentos que tienen una flexibilidad sorprendente”.

[1] Rafael Solana. Mil nombres propios en las planas de El Universal. Selección y prólogo de Claudio R. Delgado. México, Fondo de Cultura Económica, 2015. Pp. 333-334.

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