Sus hechizos perduran

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

Poco importa a donde vaya

en este roto tiempo. René Char

Hace cien años, un brumoso 6 de abril de 1917, en Lancashire, Inglaterra, nació Leonora Carrington, la más rebelde de las hadas, concebidas en el seno de una aristocrática familia cuyo patriarca renegó de ella y en 1940 pagó por encerrarla en un psiquiátrico santanderino, en una España sumida nuevamente en el Medioevo por el franquismo triunfador de la Guerra Civil.

En aristocrático baile de debutantes, la bella Leonora brilla ante la corte de Jorge V, pero se niega a formar parte del grupo de jóvenes casaderas en busca de un buen partido y prefiere estudiar arte en Florencia y en París.

A su regreso a Londres en 1937, conoce al pintor Max Ernest, 27 años mayor que ella y con quien, a pesar del matrimonio del primero, definirá una vida en común, una vida surrealista extrema en la que Lolop (Max) y La desposada del viento (Leonora) recrearían un universo fantástico, roto cuando el pintor fue declarado enemigo de la República de Vichy y el Hada, Carrington, debe huir a España sin saber que ahí caería presa del ogro paterno.

Evadida del tormento correctivo, Leonora viaja al “país de los gallos”, en cuya capital, antigua y bella, se desposa con un elfo mexicano: el caminante y poeta Renato Leduc, quien la sedujo en un té danzante parisino, y como señora de Leduc se embarca a ignotas tierras que la alejan de las sombras macabras de la guerra.

Instalados a la sombra de la Libertad —hecha estatua por Eiffel—, Leonora continúa en el exilio su relación con el grupo surrealista, y en 1942 desembarca en Buenavista y de ahí llega al enigmático palacete mandado a construir por el enviado plenipotenciario del zar Nicolás II Gregoire du Wollant, edificado en el 110 de las calles de Artes (hoy Antonio Caso) de la colonia San Rafael, punto de encuentro con “la tierra del sol ascendente”, como llamó a México el primer ocupante de aquel inmueble.

En este nuevo puerto, Carrington encontrará otro remanso de re-creación, en el humilde departamento que ocuparon la pintora Remedios Varo y el poeta Benjamín Peret, en el número 18 de la calle de Gabino Barreda.

Gracias a la intensa amistad con la hechicera catalana, conocerá en casa de Kati y José Horna, de las calles de Tabasco de la colonia Roma, al húngaro Emérico, Chiki, Weisz, su gnomo sosegado y amoroso, fotógrafo, compañero de Frank Capa en la Guerra Civil española, con quien procrea a sus dos hijos Pablo y Gabriel, y quien la lleva a vivir a Chihuahua 194, espacio vital que, un 25 de mayo de 2011, verá apagarse el genio de Leonora.

La Roma será el reino de las tres hadas: Leonora, Remedios y Kati; en ese feudo las tres forjarán los hechizos plásticos, las pócimas oníricas que traspasaron los muros de las viejas casonas en las que habitaron.

Leonora fue la última de las emperatrices del surrealismo, incansable caminante de los sueños, asidua e imponente aparición de nuestras calles, espíritu creador que anidó en una ciudad que la celebra y por ello, parafraseando al también surrealista francés René Char, poco importa a dónde se fue, pues en este tiempo roto, sus hechizos perduran entre nosotros.

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