Entrevista con Eduardo Lizalde Farías/Productor ejecutivo de la Fiesta de las jaranas y las tarimas

Jacquelin Ramos

En el siglo XX, en la década de los años veinte, México se reformaba con José Vasconcelos, y la Secretaría de Educación Pública se dio a la tarea de investigar y recopilar las diversas manifestaciones populares de las diferentes regiones del país en el que incluía una expresión popular única, donde se escuchan los versos cantar y la tarima resonar, convocando a la comunidad a bailar y celebrar al son de la jarana la memoria de lo vivido, se trata del Son jarocho.

“En los últimos años, la música de jarana, conocida popularmente como son jarocho, se ha convertido en un vínculo de manifestación cultural y en un elemento de identidad para muchos mexicanos”, así lo argumentó en entrevista para Siempre! Eduardo Lizalde Farías, productor ejecutivo de la Fiesta de las jaranas y las tarimas.

Recordó que el son jarocho, como las demás manifestaciones populares, tiene su origen y su historia, y no es que el fandango en sí fuera un festejo de tinte político, pero siendo una fiesta y el motivo principal de reunión entre los habitantes de las clases bajas, evidentemente no se mantuvo ajeno a los distintos conflictos armados que se suscitaron en el país.

“El son jarocho siguió sonado a pesar de que la Revolución Mexicana sumía el país en un conflicto armado, gracias a ello, se cuentan conmovedoras historias de aquellos músicos jarochos que de niños fueron testigos de esos tiempos violentos”.

Sin embargo, asegura el también músico, la Revolución no quedó plasmada en los sones jarochos, como sí quedó en el caso de los corridos. En cambio, donde podemos encontrar vívidos testimonios de este genero cultural es en su lugar de origen, la zona del Sotavento, región que abarca los estados de Veracruz, Oaxaca, y Tabasco.

Toca el son jarocho en varias partes del mundo

Hoy es muy difícil definir el son jarocho debido a las grandes transformaciones que sigue sufriendo, y que junto con otras modernidades es más difícil buscar su esencia. A pesar de ello, para Lizalde Farías han sido la gente y los músicos que se han encargado de recuperar instrumentos (las jaranas) y la música para que hoy siga vivo lo que ha provocado traspasar grandes fronteras.

“Nuestra cultura no respeta fronteras, existe son jarocho en Japón, en Australia, en Estados Unidos, y es un patrimonio cultural poderoso”, apuntó el músico.

Aseguró que se siente optimista con lo que se está haciendo sobre la fusión del son jarocho con ritmos actuales, en estos momentos “está viviendo todo tipo de ejercicios musicales y espero que los nuevos músicos se acerquen a las raíces, a la fuente del son para que, a partir de ahí, ascienda a otros universos musicales”.

La mayor importancia es que se conozca como una de las manifestaciones culturales más completas, agregó Lizalde Farías, que además implica diversas disciplinas de las artes: encontramos música muy bella de un alto nivel de complejidad en su ejecución musical que tiene mucha magia, se habla incluso de algunos músicos virtuosos dentro de esta tradición.

Encontramos también la danza con el zapateado, envuelto por todo un corpus literario muy complejo que viene desde el Siglo de Oro español, es decir, hay todo un universo poético que nutre al son jarocho, y que de algún modo cierra este ciclo virtuoso de artes con la construcción de elementos comunitarios sólidos a través de la fiesta de fandango, comentó el productor ejecutivo.

El son jarocho, un movimiento contracultural

En marzo de 2010, el gobierno de Veracruz, encabezado por el gobernador priista Fidel Herrera, promovió ante la UNESCO que el son jarocho fuera integrado a la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad junto con el Ritual de los Hombres Pájaro. Desde ese año, artistas y promotores del son han debatido sobre el tema en diversos encuentros

Lizalde Farías expresó que no estaría mal otorgarle el título al son jarocho, pues esto conllevaría que “algunos habitantes del planeta, que no tienen en su mapa cultural la riqueza de esta manifestación, volteasen a verla”.

Recalcó que el son jarocho es un movimiento contracultural. La gestión de la declaratoria de este bien lograría su rescate en forma integral, a partir de promover la participación de la comunidad, donde están las raíces y los personajes poseedores de las riquezas culturales.

Aunque determinó el director de la fiesta del fandango que “en estos momentos el son goza de una esplendida salud, gracias justamente a quien salvaguarda esta tradición, que son los propios músicos de las distintas comunidades, pueblos, y de las distintas generaciones que hoy tienen como una razón de vida la música tradicional del Sotavento en su historia”.

Músicos nonagenarios como don Elías Meléndez Núñez de Playa Vicente, Veracruz, un jaranero legendario a punto de cumplir los 100 años de edad, y más de 78 dedicados al son, enseñando sin nada a cambio la pasión del fandango a diversos jóvenes, son los que se han convertido en “verdaderos guardianes de esta expresión cultural”, expresó el productor.

En cambio, asegura, existe un foco rojo que conviene a los propios músicos y guardianes de esta tradición atender: “La sistematización de la enseñanza del son podría ser saludable para esta expresión”.

Agrego que académicos como don Antonio García de León, una de las figuras señeras de la investigación y la promoción del son, aseguran que a nivel cuantitativo crece, pero a nivel cualitativo está en crisis al no haber avance. “La expansión de ejecutantes ha aumentado pero con un nivel de estancamiento. Si queremos desarrollar el son jarocho se necesita de música escrita, ya no se puede seguir enseñando de oídas, esa raíz es buena y está ahí, pero solo se puede construir a partir de la música escrita”.

En ese sentido, comentó Lizalde, las ciudades de la Nueva España fueron importantes para la creación de los sones, principalmente en Puebla, Guadalajara, Guanajuato, Valladolid y Oaxaca; y que la mayor parte de estas músicas regionales y tradicionales eran ágrafas (no poseen escritura), refiriéndose a que “los músicos aprendieron de oídas, transmitiéndola de generación en generación”.

La fiesta jaranera

El Encuentro de Son Jarocho, en el Centro Nacional de las Artes (Cenart), ha logrado a cinco años de su emisión la congregación de más de 300 músicos de distintos lugares de la región del Sotavento; se han dado cita ante la gran demanda y apetito cultural que hay en la Ciudad de México ante este tipo de música tradicional.

“Nos ha salido bien el chamaco, es un logro casi heroico llegar a la quinta edición en este país, con un proyecto de esta magnitud y gozar de cierta salud”, asegura el músico.

No obstante, al contar con menos recursos por la crisis económica que vive el país, el apoyo de los grupos y amigos para la construcción de un acercamiento a la música veracruzana y a la música tradicional ha sido esencial para “ofrecer un festival digno para el público”, expresó su productor.

Agregó que cada año se intenta tener una presencia plural en los grupos que tocan, que versan, zapatean y que ejecutan el son jarocho de acuerdo con las regiones donde viven; por ejemplo, en la última emisión del encuentro se contó con la presencia de un grupo de origen indígena, de la zona baja de la sierra Mixe, por lo que “escuchamos el son de otra manera, con otro sentido y en su lengua materna”.

El proyecto debe volverse internacional, asegura Lizalde Farías, es decir el son jarocho muy bien puede ser el anfitrión de otras culturas tradicionales genuinas, de otras manifestaciones musicales sólidas de otras partes del mundo, y en ese sentido, seguir construyendo estos encuentros de confluencia entre lo local que existe en el planeta y lo que nos hermana a los seres humanos.

¿Qué tan jarochos somos los mexicanos?

“Más de lo que creemos y menos de lo que deberíamos, pero no solamente se reduciría mi lectura a lo jarocho, sino a lo tradicional”, argumentó el productor. Esto nos podría invitar a hacer una serie de reflexiones en torno a la mexicanidad, por ejemplo, qué tan mexicanos somos los mexicanos, qué tanto sabemos de nuestras tradiciones locales, qué tanto realmente propiciamos la difusión de las culturas tradicionales en el país; y en nuestra vida cotidiana, qué tan consumidores somos de las culturas tradicionales y qué tanto bien nos haría que el Estado y sus ciudadanos pusiera énfasis en el fortalecimiento de los pueblos originarios y de las tradiciones del país”.

“Es ahí donde está el pendiente que tiene el país con todas las tradiciones culturales. Tenemos que valorar toda nuestra riqueza tradicional, no abandonemos nuestra propia música, nuestra propia cultura”, concluye Eduardo Lizalde Farías.

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