Claudio R. Delgado

En memoria de todos los compañeros periodistas asesinados, y por quienes exigimos justicia y garantías para el libre y seguro ejercicio del quehacer periodístico

El pasado 24 de mayo del presente 2017, los capitalinos nos despertamos con una noticia, hasta cierto punto grata y necesaria, si usted me permite querido lector decirlo de esa forma.

Resulta que los diputados locales de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF), tuvieron a bien crear la Medalla al Mérito Docente “Jaime Torres Bodet”; esta notica, tal vez a la mayoría de los capitalinos les parecerá poco o nada importante, sobre todo si tomamos en cuenta qué escasas son las noticias importantes o estimulantes que recibimos o conocemos del trabajo legislativo, no sólo en la ALDF, sino en el Congreso federal en su conjunto, y peor aún, en los Congresos locales del país, pues la mayoría de las veces las aprobaciones de propuestas legislativas se consuman más bien por consignas partidistas o de grupos de interés ya sea político o económico, y muy pocas por el bien del ciudadano en general, que es a quien al menos en teoría, se deben los legisladores o “representantes populares”.

Sin embrago, en esta ocasión la idea propuesta por el diputado de la ALDF, Juan Gabriel Corchado, nos llena de satisfacción pues se trata de honrar no sólo la memoria, sino el legado educativo de unos de los hombres más destacados de nuestro país, y reconocido en un nivel mundial como un personaje de alta moral intelectual y noble compromiso con la educación: Don Jaime Torres Bodet.

Al crear la Medalla al Mérito Docente “Jaime Torres Bodet”, se reconoce al intelectual y educador que en enero de 1960 durante el régimen del entonces presidente de la República, Adolfo López Mateos y a la sazón el mismo  Don Jaime Secretario de Educación Pública, entregó por vez primera en manos de los niños mexicanos en el poblado de El Saucito en el estado de San Luis Potosí, los primeros libros de texto gratuitos.

Aquellos libros que prodigó hace 60 años Don Jaime a los cincuenta niños de la escuela Cuauhtémoc en El Saucito, fueron formados con amor y con verdadero compromiso pedagógico, literario y de enseñanza, por los más ilustres hombres de letras, por los más nobles maestros de ese tiempo; por los escritores y pintores de mayor prestigio de nuestro país: Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, José Gorostiza, Agustín Yáñez, Gregorio López y Fuentes, Arturo Arnaiz y Freg, por el propio Torres Bodet, etc.

Por los artistas David Alfaro Siqueiros, Roberto Montenegro, Alfredo Zalce, Raúl Anguiano, Jorge González Camarena, quien fue el autor de la portada que durante muchos años  llevaron los libros de texto gratuitos: La Patria.

De todos esos grandes hombres, que gracias a la visión, interés y compromiso educativo de Don Jaime Torres Bodet, buscaron infundir (entonces y para  el futuro) a nuestra niñez la idea del ser mexicano, que se comprometieron, que buscaron el afán libertador del pueblo a través de las letras, el mayor y el más eficientes de los beneficios que nos puede dar el libro, su legado es hasta ahora reconocido, al menos en la Ciudad de México con esta medalla que lleva su nombre.

Torres Bodet fue y es un personaje que destacó y destaca como un impulsor y defensor tanto en México como a internacionalmente del avance y consolidación de las Ciencias Sociales, las Humanidades y las Artes, tanto en labores de enseñanza, como de investigación y de divulgación del saber, principalmente cuando de 1948 a 1952, encabezó la Dirección General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Por cierto, Don Jaime fue, y es, el único mexicano que ha encabezado dicho organismo en toda su historia.

Aquí querido lector permítame usted subrayar que sólo una vez Jaime Torres Bodet encabezó la UNESCO, y no dos veces como mal apuntó el diputado local José Alfonso Suárez del Real y Aguilera.

El 26 de noviembre de 1948, Jaime Torres Bodet, fue informado, a través de un cablegrama firmado por el entonces Ministro de Relaciones Exteriores del Líbano, señor Suleiman Frangié, quien en ese momento actuaba como Presidente de la Conferencia General de la UNESCO, dependiente de la ONU, que había sido electo por unanimidad para dirigir al organismo, y encargado de promover, a través de la educación, la ciencia y la cultura, la colaboración entre las naciones, a fin de garantizar el respeto universal de la justicia, el imperio de la ley, los derechos humanos y las libertades fundamentales que la Carta de las Naciones Unidas reconoce a todos los pueblos sin distinción de raza, sexo o religión.

Cuatro años más tarde, Torres Bodet dimitió al frente de la UNESCO, debido a la decepción provocada por la falta de compromiso de las naciones más desarrolladas en ese momento, para el impulso de las labores que el organismo internacional se había propuesto, ya que antes de apoyar el desarrollo de la ciencia y la cultura, estaban interesadas  principalmente en invertir grandes, poderosas y millonarias cantidades de dinero en su carrera armamentista, situación que hizo a Don Jaime reflexionar en su labor “infructuosa” ante los poderosos para conseguir su real y comprometido apoyo para el desarrollo de la ciencia y la cultura, sobre todo en las naciones más pobres y necesitadas del planeta. Lo cual lo colocó ante los demás, como el humanista, como el hombre que estaba ante todo, interesado en el bienestar de sus semejantes, de los pueblos desheredados de la historia, y con su propio país.

Actualmente y desde octubre de 2014, la UNESCO entrega el Premio UNESCO-UNAM Jaime Torres Bodet, el cual tiene como finalidad impulsar el papel de las Ciencias Sociales en el ámbito del pensamiento y la creación, el cual fue aprobado por unanimidad por la comunidad internacional, reunida en París durante el 195 Consejo Ejecutivo del organismo el mismo 2014.

Con esta distinción, no sólo se honra a México y a nuestra UNAM, sino que enaltece la memoria y labor de un intelectual, de un escritor, educador y diplomático del calibre de Torres Bodet, aun después de 43 años de ausencia, y 69 posteriores a que él llevará las riendas de un organismo como la UNESCO, del cual fue parte importante al participar en 1945 en la reunión preparatoria  de su constitución.

Torres Bodet es un personaje en el que  “todo surgió temprano”. En 1918, al contar con tan sólo 16 años de edad publica su primer libro de versos titulado Fervor, el cual aparece con un prólogo escrito por el ya consagrado autor de La muerte del cisne, Enrique González Martínez; su precocidad es deslumbrante, pues a los 19 años desempeña cargos de alta responsabilidad; entre 1921 y 1924, se desenvuelve como Secretario de la Escuela Nacional Preparatoria y como secretario particular del entonces Rector José Vasconcelos.

Don Jaime en su magnífico Tiempo de Arena (primer volumen de sus memorias) cita unas líneas de un poema en prosa (“de ímpetu muy genuino” hasta nuestros días) que dice: “Aprovecha la lección del sol. No basta resplandecer. El ser a quien buscas… ha de ser capaz de deslumbrar”. Y Don Jaime, cumplió a cabalidad con lo dicho por Vasconcelos en su poema, durante su vida y su gran labor, pues no sólo como escritor sino también como el gran educador y maestro que fue, deslumbró y supo dar lecciones altamente significativas.

Jaime Torres Bodet, personaje de “asombrosa ubicuidad”, se procuró tiempo para todo. En 1922, como jefe del Departamento de Bibliotecas, impulsó la revista El Libro y el Pueblo, y varios tipos de bibliotecas populares; junto con Bernardo Ortiz de Montellano, fundó y dirigió la revista literaria La Falange (1922-1923); formó parte de la creación (según José Luis Martínez) “de uno de los más hermosos libros mexicanos”: Lecturas clásicas para niños (1925); en 1928, publica su primer libro de crítica literaria, el cual le diera nombre al grupo al que perteneció: Contemporáneos; entre 1928 y 1931 aparece como codirector, precisamente de la revista que le daría nombre a su generación, la cual representaría a uno de los grupos de escritores más importantes y fundamentales para el desarrollo de las letras nacionales del siglo XX mexicano.

Don Jaime debe ser considerado no solamente el poeta o intelectual de espíritu disciplinado y laborioso, sino además, uno de los educadores más destacados de nuestra historia, tarea que por cierto, lo eleva al nivel de dos grandes impulsores y verdaderos fundadores y formadores de nuestra educación: el positivista Justo Sierra y el filósofo José Vasconcelos. Son estos tres grades, los únicos que nuestra historia educativa deberá perpetuar como ejemplo de verdadera vocación pedagógica.

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