Fue en diciembre de 2016 cuando un jurado de primera línea, integrado por la nicaragüense Gioconda Belli, la cubana Nancy Morejón, el ecuatoriano Augusto Rodríguez, el chileno Elicura Chihuailaf y el uruguayo Rafael Courtoisie eligieron por unanimidad el manuscrito Eros una vez por encima de más de 300 participantes, y descubrieron al abrir la plica que la autora, ganadora del Primer Premio Internacional de Poesía Mario Benedetti, 2016, era la poeta mexicana Julia Santibáñez Escobar. Editorial Planeta publicó el libro para distribución en el Cono Sur y Julia estuvo recientemente en Montevideo para recibir el galardón otorgado por la Fundación Mario Benedetti.

La siguiente entrevista recoge un diálogo ocurrido a poco tiempo de su regreso a la Ciudad de México.

—¿Qué significa esta distinción para ti y para tu trabajo?

—Significa sobre todo un reto; no creo en absoluto en decir “qué buena soy”; al contrario, creo en el trabajo cotidiano, y creo que este premio significa que voy a trabajar igual o más que antes.

—En tu obra hay un énfasis en los juegos de palabras, en la reinvención del lenguaje; hay esta pulsión de la que hablabas en alguna de las entrevistas que te hicieron en Montevideo, por definirte y entenderte a través de la palabra. ¿De dónde viene eso?

—No sé exactamente, pero la disfruto mucho; siempre estoy en la búsqueda un nuevo ángulo, quitarles lo gastado a las palabras, buscar formas nuevas. Me acerqué a la poesía siendo niña sin entenderle, pero me gustaba la cadencia. No estoy segura de dónde viene pero no quiero perderlo. Ahora me arriesgo un poco más, estirando un poco más la liga, lo cual es un gran riesgo aunque en cada poema hay ese riesgo de que se rompa y que no haya poema. Me interesa cuando el fondo y la forma se encuentran, cuando se dan la mano en un texto y la forma corresponde con lo que quiero decir. Cada vez exploro más estos ángulos, y estoy trabajando en un nuevo libro que si cuaja será lo más arriesgado que he hecho a nivel formal.

—¿Qué es Eros una vez, cómo se gesta?

—Es un conjunto de poemas que pretenden tener una narrativa, no sé si lo consiguen: eso lo dirá el lector. Hay un hilo narrativo, que va desde un primer roce de miradas, hasta el desamor más amargo que existe. Es algo que he vivido. Es un viaje, es una expedición, por esas zonas muy dulces, muy cursis, pero también por otras zonas más profundas donde el hilo narrativo nos guía por distintos parajes: selvas, desiertos, un poco de mar, hay un paraje de bosque. Ciertamente es un viaje interior, porque las cosas las digo desde mi yo. Me encantaría escribir desde alguien más, pero no lo he logrado. No logro trasplantarme a otro cuerpo o a otra historia. Siempre es un viaje interior.

—En alguna de las crónicas que se publicaron en Uruguay escribieron que la poesía erótica es tu marca. ¿Consideras esa definición precisa? ¿Cómo defines tu poesía?

—No me gusta ponerle una etiqueta a mi poesía, me parece que es limitar, creo que además es inexacto. Sí: hay una parte de mi obra en la que de manera particular me interesa hablar del amor y del cuerpo pero ni siquiera esa la etiquetaría como erótica. La motivación es mucho más amplia que el erotismo; no estoy diciendo que hago menos al erotismo, sino que intento explorar otros enfoques, lograr una exploración casi existencial. Me han preguntado por qué escribo y normalmente contesto que no lo sé, pero me remito siempre a algo que dice Huidobro, que los poemas son incendios; tal vez escribo porque quiero provocar un incendio en la piel de alguien. Es una respuesta que me deja satisfecha sobre por qué escribo.

—En tu discurso de aceptación del Premio haces un reconocimiento no sólo a Benedetti, sino a Idea Vilariño, Juana de Ibarborou, Felisberto Hernández. Es decir, reconoces la influencia de las letras uruguayas en tus letras. ¿Cómo se manifiesta esa influencia, en qué la notas?

—Primero que nada en cuentos que me marcaron mucho, por ejemplo los cuentos de Horacio Quiroga, que me impresionaron desde la primera vez que los leí. Más tarde descubrí a Idea Vilariño, a Felisberto Hernández y a Juana de Ibarborou. Me parece una literatura muy vital. No sé si se nota en mis letras, pero sí sé que esas lecturas me han impactado. No sé si esa influencia es visible, pero sí creo que las lecturas a las que he regresado, terminan saliendo de alguna manera. Quizá la influencia más obvia es la de Idea Vilariño.

—Siguiendo con el tema Uruguay, y éste es un parecer personal mío, pero siento que la literatura uruguaya a veces se nos cuela por una puerta trasera o lateral, ante el peso de otras literaturas como la argentina, española, mexicana. Sin embargo, no dejamos de sentirla (para mí, por ejemplo, es fundamental Onetti). ¿Qué te dejó Uruguay, qué descubriste tras haber estado ahí?

—No sé si coincido, pero sí creo en mi experiencia en que a mí no me interesaba saber si la literatura era uruguaya, argentina, colombiana, o chilena. No me interesaba la nacionalidad. Sabía que era el Cono Sur, y eso me interesaba y en particular me interesaba su poesía. De Uruguay me traje libros de un chorro de autores que no conocía porque es de las cosas que más me gustan de los viajes. Descubrí una veta, y estoy como muy alucinada porque encontré poesía que no nos llega hasta acá. ¡Qué vitalidad tiene la literatura uruguaya, y en especial la poesía! Están haciendo también un trabajo estupendo de diseño y concepto de los libros.

—¿Qué sigue ahora para ti, en qué trabajas?

—Tengo un libro de poesía prácticamente terminado, al cual he dejado descansar como suelo hacer para echarle una última lectura. Trabajo muy lento en un libro de pequeños ensayos, y también estoy en la elaboración en otro de poesía donde me arriesgo más a nivel formal.

—¿Qué lees ahora mismo, que te sorprenda, cuestione, sacuda?

—De Montevideo me traje unos relatos de Felisberto Hernández que no había leído. Leo a Roland Barthes, los Fragmentos de un discurso amoroso, y también leo las obras de Gilberto Owen y es alucinante. A Owen no me había acercado mucho. Estoy leyendo a Malcom Lowry, en una traducción de Pitol de un libro titulado El volcán, el mezcal y los comisarios. Y también de Uruguay, estoy leyendo a Gustavo Wojciechowski, que es escritor y además está haciendo cosas muy interesantes en el diseño de libros como editor de su sello, Yauguru.

Julia Santibáñez, poeta y ensayista mexicana, es autora de seis títulos que incluyen crítica literaria, El laberinto de Fortuna; prosa poética, Coser con tu nombre; y poesía, Rabia de vida, Ser azar, Versos de a pie y Eros una vez. Licenciada en Letras Hispánicas y Maestra en Literatura Comparada, publica constantemente en su página palabrasaflordepiel.com y conduce el programa de radio Bazar de Letras.