Por Carlos Santibáñez Andonegui

Hay cosas que son imposibles en poesía. Entre ellas, dejar de cantar. El ritmo es algo que se trae con la respiración, hay un ritmo interior alejado del sonsonete pero tampoco empeñado en derogar por derogar. Uno que va al fondo del encono, al fondo del vértigo, para cantar de nuevo, como definiera el poeta de Las Flores del Mal. Ritmo que sólo tienen nuestros aventureros de confianza. Artaud: “Bailo con usted sobre el tejado del mundo/alegre de vivir…”.

Fuera de foco, no es el gusto de atacar por atacar. Sí pasa por el humor, que asombre: “señor, su Banco no existe/ no me aparece en la computadora”, dice la cajera al cadáver que lleva horas haciendo cola. Pero ese humor no es de hoy. No hay que caminar mucho en la Biblia para encontrar el verso “surrealista”, el arrebato de pólvora “el cielo y la tierra pasarán”. Así se debe leer al poeta Artaud, delicioso, tentacular, su verdadero nombre es peligro. Fuera de foco es uno de esos libros que irá usted a comprar medio a hurtadillas publicado por la editorial Rojo Siena. Nos devuelve el sabor de los mejores momentos transcurridos en la amistad del Infrarrealista Mario Santiago. A partir de Valery, el concepto más extendido o tradicional de belleza como algo que sabe rico y confirma nuestras más ricas instituciones, en realidad ha muerto, la belleza ha sido suplantada por todos los valores de choque: la novedad, la intensidad, la extrañeza: “El cadáver emprendió el rumbo/ a la salida, atravesó la puerta…”. Aferrarse a la vieja fórmula tradicional para defender lo bello junto a lo convencional, es como empeñar sus ahorros en una enorme casa a orilla del mar, a prueba de ladrones, de incendios, de todo, y que al final del día la barrerá el primer estúpido y desquiciante tsunami.

La ventaja de poetas como Artaud es que son capaces de resistir el tsunami de la posteridad.

Se instala en la perspectiva de recuperación de la anécdota para lo poético. No es que cuente a lo menso, entiéndalo bien señores prosistas: selecciona, de cuanto hay que contar, aquello que es capaz de estremecer por sí mismo y sacudir estructuras. No está pensando en describir aquello que “le deje” dinero, pero curiosamente, si el libro se distribuyera como Dios manda, obtendría a mucha honra, buen billete. En parte la obra de García Márquez se vendió en Estados Unidos, como “latin american curious”.

Ya lo dijo Apollinaire en sus Meditaciones estéticas: “El espíritu nuevo reside en la sorpresa. La sorpresa es su mayor resorte”. El artista procede, al igual que un vaso de precipitado, por eliminación de un protón, de un ion, la cara bonita, el lado amable de la tradición, que lo lleva a encontrar el ángulo deseado. Arrebata de lo efímero, algo duradero. Nació para robar las rosas de las avenidas de la muerte (Bukowsky). En este orden de ideas, cabe jerarquizar la originalidad de las anécdotas. “El mullido sillón”. No diré en qué consiste. Anécdotas escritas para pensar, realmente, no para entretener a la gente y hurgar en su bolsillo, revelarlas puede ser como vender la trama. En abono al esfuerzo de Rojo Siena por sacar este tipo de libros, les diría: cómprenlo.

Hay una voluntad de resplandor en contar vidas paralelas, recontarlas, imaginarlas, ficcionar a partir de estas historias, como lo hace Samperio en la Señorita Green, pero que estaba ya en Paseo de mentiras de Juan de la Cabada, hacer crecer lo poético en la confluencia del relato y las muchas miradas que pueden recaerle, enriqueciéndole. Eso hace Artaud bajo el señuelo de relatos cortos, punzantes, insidiosos, elevarnos adonde los poemas son como quería Yaxkin Melchi, “situaciones electrodomésticas”, acá bajo el esquema “mi mujer me abrió la puerta de la casa”, (para recibirlo del congreso de poetas mentirosos de donde acababa de llegar), o que se encuentran de camino al humor: “Encontré a Edgar pegado en el muro de la facultad” son ese tipo de textos que no hay que tomar literalmente, resultaría odioso que su señora le hubiera salido al paso de vuelta del congreso de poetas mentirosos tan sólo para rasgarle el vientre con el cuchillo, por creerse poeta, sino que el lector, de preferencia debe, a querer o no, reunir lecturas previas que lo lleven a disfrutar del valor simbólico de lo narrado.

Categorema del arte actual: el valor imprecación. ¡Ay, me agredió un poco el texto! Pues qué bueno, de eso se trata. Una reducción al absurdo como: se levanta la sesión porque es la hora en que los delincuentes salen a robar.

Echar una mirada seria sobre lo cotidiano pareciendo que bromeamos, va a dar directamente a la literatura, “lo que se dice en broma, se dice en serio”. El señor Artaud atraviesa sus personajes como Alfred Hithcok gustaba aparecer de incógnito en escena, pero la voz del poeta en este tipo de textos es todo menos autobiográfica, la voz poética está en otra parte, aunque no fuera del texto, pero hay que hallarla. “Vermeer, dice de pronto el reseñado, es uno de los grandes pintores de la edad de oro en Holanda”, una de esas sentencias curativas que nos receta tipo Wikipedia.

El libro me dejó con el ¡bravísimo!, en la boca. Los ricos espacios de indeterminación, la pista falsa, hacen ver que, en efecto, la clonación ya dio con la fórmula, y un día se sabrá la fórmula exacta de estar aquí y sin embargo, será solo el camino para obtener otra fórmula más allá de la equivalencia einsteniana mc cuadrado.

Disfrutemos entonces la poesía de Edgar Artaud, ¡Poeta de confianza! Porque su compañera la poesía, lo alumbre, lo estremezca, para que él la merezca y ella le siga dando la fórmula.

Edgar Artaud Jarry, Fuera de foco. Editorial Rojo Siena. Diseño: Jesús Escabernal. Revisión: Roxana Cortés.