Con la muerte de José Luis Cuevas (México, DF, 1931-2017), culmina una de las trayectorias más importantes del arte de México. Sin duda, es uno de los artistas más influyentes del arte en México de la segunda mitad del siglo XX. Un artista sin el cual no podríamos entender el arte de nuestro país. Crear un lugar significa poner límites, delimitar introduciendo un espacio o vaciándolo. Sacar el espacio de cualquier dibujo es para Cuevas configurar un lugar, entre la vida y la muerte, desde donde contemplar el horizonte y entregarse a la luz y al trazo que la propia luz crea. Dibuja para corregir. El arte de Cuevas, brota, es un juego incesante de formas, volúmenes, lenguajes. Todo se combate y se recrea al mismo tiempo. Sentido inverso de la realidad: estructuras que producen movimiento, sonido.

Cuevas ofrece una lectura de su trabajo que está por hacerse, y no sería en vano porque subraya la naturaleza de una obra que no culmina todavía sino que ha convertido su lenguaje en materia artística, en un creador sin retorno, pero sí en el centro “reformulador” del cambio estético contemporáneo. Es decir, toma y retoma una voz poética poblada de símbolos que van más allá de la epitafia del arte. Cuevas respira aires inéditos constantemente y cada trazo es una fugaz imagen nostálgica, es una meditación sobre el inicio de imaginar sin premuras, para desentrañar la complejidad cotidiana, a la vez que fundamenta conceptos cognitivos de su actividad artística: línea, movimiento, signo que se encuentra perdurable. Cada trabajo resulta complejo, rico y deslumbrante.

Cuevas deja descubrir su proceso inventivo, proporcionando soluciones gráficas y plásticas diversas, que, como siempre, nunca dejarán de asombrar. Las obras contienen un interés iconográfico adicional, añadido a sus diversos autorretratos, que evocan a nuestro imaginario propio. Es una obra de evolución, imágenes líricas, tortuosas, pues Cuevas busca dentro de sí y lo que busca es poner al “yo” en un estado de incertidumbre: sólo así muestra su propia identidad.

Ya en 1965 Cuevas se libera de influencias estéticas y extra estéticas para abrir camino a su lenguaje individual, único e inédito, que usa y repite en dibujos, grabados y, recientemente, en esculturas. Transforma su imaginación en realidad, crea un registro personal de la memoria. Manicomio, Mujeres del siglo XX, Comedia humana I y II y Funerales de un dictador son registros expresivos en el cual sorprende la exasperada voluntad por decir. Su dramatismo y su poder radican precisamente en su definición. Picasso transforma los espacios escultóricos y arquitectónicos de la pintura. Pinta y destruye, oculta y revela cada línea sobre un dibujo. Busca la poética del espacio donde habitan, como decía Paul Valéry, los cementerios marinos. Cuevas, en cambio, no profana, sino recrea las estructuras, el porqué de sus movimientos.

El sentido de la composición en la obra de Cuevas es romper los límites. Crear un espacio pictórico es delimitar, concretar escenarios, delimitar introduciendo, concretar vaciando. Entretejer un dibujo es crear un lugar donde se contempla la atmósfera y se descubre la materia.

El diálogo que establece entre silencio-espacio, silencio en el trazo y espacio en el dibujo es determinante en su obra. El silencio no es un acto nuevo, el mito griego nos habla de ello y los gnósticos discutieron abundantemente de lo inefable del silencio del abismo. La experiencia del místico —decía San Juan de la Cruz— es algo absoluto, pero su paradoja es situarse en el lenguaje. Es atracción por el silencio y la reflexión sobre el silencio. Su experiencia, como la de Cuevas, pertenece, de algún modo, al mundo de la meditación, del asombro. En la poesía de Paul Celan o en los estudios herméticos del antiguo Egipto hay una valoración del silencio: el silencio como materia natural del texto y el poema como espacio del silencio. Hay cierto paralelismo entre el acto artístico de Cuevas para quien la obra es el espacio del vacío, y el vacío, la materia natural de lo estético. Todo se opone y se contrapone: definir manifiesta el silencio, encarna el vacío.

El sentido de Cuevas se concreta y madura en los sesenta, se basa en la simplicidad, en la eliminación de excedentes retóricos que produce la imagen; en él destaca la modulación de los espacios y la orquestación de lo no dicho: la energía de la figura adquiere categorías de signo. Una figuración que está dimensionada por espacios no creados, un vacío como el silencio “que sucede a los acordes, no tiene nada que ver con el silencio atento, es un silencio vivo”, dice Marguerite Yourcenar. Y ese plano de correspondencias vibra con diferente intensidad, en diferentes direcciones y de múltiples maneras.

La línea surge entre un silencio y otro, surge de ese silencio absoluto cargado de tensión, y lo va conformando. De esa transgresión original del silencio, del estallido inicial que trabaja el vacío, o que se anula sobre la blanca hoja, surge la obra y su intensidad. El trabajo de Cuevas juega con el límite, en esos instantes fronterizos donde chocan las formas. El poeta busca el milagro de las palabras, en ese silencio cargado de tensión, en esa vibración cósmica entre rito y silencio, aparece el sentido perfecto del lenguaje traducido en imágenes gramaticales. Cuevas comienza sus trabajos con esa concentración que pide el poeta, el alquimista, el místico. Este silencio no es el del minimal. El vacío de Cuevas es la experiencia transgresora del arte conceptual, sino la materia austera de la creación y el culto que el artista le profesa. Rito mágico que descubre sentidos, ordena perspectivas, perturba el asombro.

Dibujar para Cuevas es imponerse sobre los materiales (ponerse en su espíritu, no superponerse) y, sin dejar de ser esa materia, darle vida, un hálito, un ser a un nuevo nivel, el artístico. Así, pues, la obra de Cuevas pertenece a una sensibilidad única, íntima, intransferible, cuyo eje elemental es y será la anulación del tiempo. Cuevas ha domesticado la rebelde figura y el vacío constante, es decir, ha logrado percibir el espacio del universo. Cuevas piensa que el dibujo se diluye entre el ritmo de un trazo, hay que entenderlo, profanarlo y observarlo. Pero, en último término, su comprensión no es asunto de conocimiento, sino de intuición, como lo demostró en la serie de grabados dedicados al Marqués de Sade. Se intuye con la mirada, dice Cuevas, se destruyen las formas y se consolida en el resultado final, ya sea gráfico o plástico.

Cuevas entiende que el dibujo se convierte en un drama de elementos formales que dialogan y se articulan entre sí; hay que observar detenidamente sus autorretratos para descubrir en cada línea el espacio intermedio como signo de configuración estética. De aquí también su búsqueda por la significación de los materiales. Cuevas jugó con los papeles, es decir, se articula en su mismo espacio. Mancha, levita, cuelga, desgarra, crea tensiones dramáticas, figuras uniformes que originan nuevos mundos.

En más de cincuenta años de producción artística, José Luis Cuevas se movió por la energía de puntos contrarios: espacio-tiempo. Y vuelvo a sus primeros dibujos: Copia de Orozco, 1949; Retrato imaginario de Diego Rivera, 1951, Luis Buñuel, 1953; Durante la lectura de Kafka, 1957; Apunte del natural de un cadáver, 1954, Gran señor (tres figuras), 1960; sus series de Autorretratos de 1980; sus pequeñas cajas —objeto de 1978 y 1980; sus libros de artista con poetas. Por ejemplo, Cuevas blus que hizo con el escritor francés André Pieyne de Mandiargues, editado en París en 1986, o los que realizó con Miguel Ángel Muñoz Convergencia, 2002, y Líneas paralelas, 2006, editados en México—. Creación y contradicción continua que revela un horizonte que nos guía por su camino. Infinitus y límite. Este espacio tiene signo de acontecimiento. Como ya se ha visto, la obra de Cuevas responde a la invención de los límites. Forma vacía, paradigma contrario; exterior e interior. En lo interior culmina sus secretos, en lo exterior logra entablar un diálogo estético concreto. Confrontación radical, pero acertada.

Recuerdo que el poeta español José Ángel Valente me hablaba del silencio como signo de la poesía: “Porque el poema tiene por naturaleza al silencio”. El dibujo de Cuevas tiene como arte la composición del silencio. Un signo unificante y unificado que está lleno de símbolos, que tenemos que descubrir a cada momento de nuestro propio espacio, quizá lleno de límites y de secretos.

miguelamunozpalos@prodigy.net.mx

Fragmento del texto del catálogo Homenaje a José Luis Cuevas, que publica la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Lerma, México, 2017.