“Amigo Enrique, una vez, leyendo el Quijote, pensé en ti. También, al mismo tiempo, en otros de la estirpe de Alonso Quijano, como Jorge Luis Borges, como Arno Schmidt, que tienen, tenéis, la facultad de ver literatura donde los demás vemos unos simples y vulgares molinos de viento”. Estas palabras inician, por medio de Fernando Aramburu, un inolvidable diálogo con quien es considerado uno de los máximos exponentes de las letras hispánicas, Enrique Vila-Matas.

La apreciación de Aramburu no es exagerada. Vila-Matas posee una ambiciosa y envidiable proyección expresiva que es posible visualizar en cada una de sus obras; “tiene el don de convertir en relato todo lo que sueña” y al mismo tiempo, de explorar las preguntas fascinantes que nacen de improviso en los hombres de libros, muchas veces imposibles.

Aramburu, le cuestiona su papel como escritor revolucionario en un país con un fuerte arraigo de tradición realista en la literatura. Enrique Vila-Matas responde contundentemente que “hay que acabar con ese topicazo, con esa línea divisoria. A fin de cuentas, seguro que quienes inventaron el realismo literario (Balzac, Dickens, Flaubert…) no llegaron a creer nunca en él.”

Acerca del concepto del fracaso, Vila–Matas dice que pocas cosas parecen “tan íntimamente vinculadas como fracaso y literatura”; Aramburu lo traduce como una insatisfacción personal que se “produce en la soledad del escritorio”, con la “convicción , acaso secreta” de que la obra hecha “daba para más”, y porque existen quienes consideran que “el éxito puede resultar paralizante”. El autor de El mal de Montano confirma la percepción de su interlocutor cuando dice que es el fracaso es “aquel al que sólo tiene acceso el escritor, que es el único que obviamente puede conocer la diferencia entre lo que proyectó y lo que logró.”

Hablando de la convivencia propia con la lengua, Fernando Aramburu asevera de ella que “le faltaría al respeto si lo redujera a mero instrumento de trabajo. Para mí la lengua es mucho más, un juguete fascinante…, una fuente diaria, esté donde esté, de indagación de placer y de pensamiento.” Vila-Matas  recuerda su biografía como una especie de sendero de libros.

La conversación se torna melancólica. “Siento compasión por los escritores”, suelta Vila-Matas, “me fascina todo aquello que no soy yo, y me interesa y me atrae la tarea de comprenderlo”. Habla de la admiración que debe existir para que pueda nacer una amistad y empuja a Aramburu a terminar su charla con una clásica pregunta curiosa: que sería de él sin su esposa Paula de Parma, a quien dedica todos sus libros. Vila-Matas, sin vacilar, sólo responde: “Un montón de escombros tratando de subir al autobús.”