Francesca Gargallo Celentani

En El miedo lejano y otras fobias, Juan Antonio Rosado reunió 20 cuentos alrededor de tres elementos. Cuatro discurren sobre el tiempo, siete le guiñan el ojo a la urbanidad y nueve apelan a la pureza, no entiendo si porque el autor encuentra honorable la descarnada referencia a los juegos eróticos o porque entre vómitos, fantasías socio-pornográficas, asesinatos, secreciones y familias funcionales a la disfuncionalidad de las relaciones de parentesco, se carcajea de las higiénicas entregas al coito pagado.

La obra cuenta con soltura y encuadra vigorosos escenarios. Su estilo, que de tan colorido puede llegar a ser nauseabundo y de tan asqueroso, revelarse irónico, es gramaticalmente impecable. Las anécdotas se sostienen más allá de los repentinos cambios narrativos. Rosado juega con rasgos psicológicos de personajes que se debaten entre la sinrazón de la abulia, la hipocresía y los atropellos del urbanismo ecocida. Opina a contracorriente sobre el tabaco y las dependencias para revelar una alteridad amoral; suelta opiniones poco convenientes sobre el aburrimiento vital de los burócratas como figuras paternas; se ríe de la medicina como desafío a las determinantes biológicas de cuerpos envueltos en relaciones mercantiles; no encuentra mejor salida para reírse de los moralismos que desafiar la corrección política del sexo, la cultura, las convenciones sociales y las prácticas de enamoramiento heterosexual.

En ocasiones, la narración resulta perturbadora; en otras, roza lo desagradable. Sin embargo, sostiene el interés de quien lee y reflexiona sobre el anonimato o, más bien, sobre la falta de personalidad de muchas relaciones. El deseo sexual, como el mal para Hannah Arendt, en un cuento de Rosado puede ser trágicamente banal y en otro revelar la identidad entre un narrador cínico y una víctima de las condiciones históricas y la violencia sexual. Relator y sacrificado se confunden, así como en el apocalipsis de un terremoto la pureza de una niña es el gancho para relatar sórdidas situaciones que van del riesgo a la decepción.

La miseria humana recorre situaciones cotidianas llevadas a una realidad hiperbólica tan ridícula como cruda, que Rosado describe para racionalizar lo insoportable. Muchos cuentos arrancan de situaciones reconocibles (paseos nocturnos, amores que duelen, matrimonios que van al fracaso, la violencia del país) y poco a poco transforman su escenario. No repiten tópicos. Van de la búsqueda de libertad de una escritora a la crueldad física contra un cuerpo que no entiende por qué no puede morir. Casi nunca tienden al solipsismo. La multitud de existencias revela la angustia de los personajes. La polifonía es agradablemente dialógica y ofrece momentos de respiro en medio de escenarios de terror.

Descripciones crudas y diálogos directos desencadenan lo inesperado. Rosado es maestro del enigma del tiempo y la alteridad humana. Donde más se retrata es en figuras rebeldes al clericalismo y a la autoridad moral. Ahí denuncia la perversión de los custodios de la moral, acosadores de niños y mujeres, pero nunca traiciona su ironía al convertirlos en héroes. No exalta la depravación de la infancia como tiempo de privación del juicio: la trata como una posibilidad devastadora, la causa de un mal irremediable o de la persecución.

No hay tonos didácticos, moralejas o consejos, lo cual se agradece; tampoco lejanía con la miseria humana. Rosado nunca se irgue encima de la condición mortal. La tensión erótica se alcanza a través del exceso o el ridículo, y puede provocar el rechazo o el absurdo que se nutre del miedo, la repugnancia, el asombro y el deseo.

Juan Antonio Rosado, El miedo lejano y otras fobias. Editorial Praxis, México, 2017; 220 pp.