Al terminar 2017, 37 periodistas (de los que se tiene recuento oficial) han sido asesinados en ocho países de América Latina, lo que hace de la profesión una de las más peligrosas para ejercer en medio de la corrupción, el desorden, la violencia y la impunidad que lastran a la región en esta segunda década —otra década perdida— del siglo XXI.

El Informe que detalla esta masacre en contra de los informadores, proviene de la Comisión Investigadora de Atentados a Periodistas (CIAP), un grupo de investigación especializado de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP).

El texto de la FELAP detalla que durante este 2017, existieron también intentos fallidos de asesinatos, ataques, espionaje telefónico y amenazas de muerte en distintos países, principalmente en México y en Honduras.

En medio del horror en el que se está convirtiendo el ser periodista, más aún, periodista investigador de fuentes cercanas al narcotráfico, el tráfico de personas, la prostitución, la trata, el pandillerismo, el tráfico de armas y de órganos, la FELAP destaca el asesinato de profesionales de los medios a manos de sicarios contratados por intereses políticos y apadrinados por el narcotráfico, lo que ha resultado en la “eliminación sistemática” de periodistas críticos.

Anteriormente eran críticos al régimen en turno, pero ahora son asesinados por ser críticos de tantas actividades ilícitas que mantienen a América Latina entre los sitios más peligrosos del planeta, no solamente para los periodistas sino, también, para los defensores de los derechos humanos y del medio ambiente.

La organización periodística latinoamericana subrayó en su reporte que esta “limpieza permanente” de informadores se ejecuta en total impunidad, con el respaldo de sistemas políticos vinculados a la corrupción generalizada en países donde no existen conflictos bélicos.

México fue el país donde más muertes de comunicadores se reportaron este año, 17 en total, en las que se incluye la del periodista hondureño Edwin Rivera Paz, quien fue asesinado el 9 de junio en el Estado de Veracruz; la víctima se encontraba a la espera recibir asilo por parte de las autoridades mexicanas.

Uno de los casos más emblemáticos en este país fue la muerte de Javier Valdez Cárdenas, corresponsal del diario La Jornada y miembro del semanario Ríodoce, asesinado con arma de fuego el 15 de mayo en una calle de Culiacán, Estado de Sinaloa. Valdez había estado investigando, por años, las actividades ilícitas del llamado “Cártel de Sinaloa”.

Otro de los crímenes que más indignación causaron fue el de Miroslava Breach Veducea, corresponsal de La Jornada en el Estado de Chihuahua, asesinada el 23 de marzo de 2017, cuando llevaba a su hijo a la escuela; organizaciones de prensa mexicana indicaron que Breach fue la mujer periodista número 24 asesinada desde 1983.

Así las cosas, si algún resumen triste pudiéramos hacer de este año en materia de periodismo y comunicación, destaca el asesinato de periodistas en América Latina, pero, sobre todo, en el México que se apresta a renovar poderes y a elegir nuevo presidente.

Una nación que quiere caminar hacia la democracia tiene que tener, como fuerte pilar, al periodismo. La denuncia del mal, la prevención a la sociedad de lo que implica la violencia, el sentido crítico de quien señala las fisuras del poder, son bastiones sobre los cuales se erige el edificio de la confianza social. Al matar a un periodista se mata la palabra. Y la palabra es el motor de la civilización.