Carlos Santibáñez Andonegui

En su poemario Después del hambre, Isolda Dosamantes refiere al frío de un pasado revolucionario que ha quedado pendiente en nuestras vidas, en la mayoría de los países latinoamericanos. Muy bueno haberlo leído al límite del año, así como “abrazarse a la tierra cuando las luciérnagas dibujan vehementes la orilla de los cafetales”,  como fundirse en paisaje de luces diminutas y ver en la poesía ese “viaje a toda hora”, que ve Isolda Dosamantes y que le mereció a ella el primer lugar del Premio “Hacia Ítaca 2017”.

Ha publicado, entre otras, Apuntes de Viaje (Praxis, 2012), Un grito en el arca (tesis de maestría,  Casa Lamm, 2010), Paisaje sobre la seda (México, Versodestierro, 2008), Altura Lustral (Fundación Navachiste, Sinaloa, 2000) y Utopías de olvido (Conaculta, Tlaxcala, 1997).

Leer esta poesía es casi como correr, boleto en mano, al último tren. Vemos a la abuela que dice: “Acércate mi niña para tocar tu frente”,  impregnando a su nieta con los mitos más hondos de una revolución que si bien llegó al fondo, a muchos de nosotros no nos ha tocado todavía, en este país que ha perdido el sentido de aquel primer artículo 27 constitucional, el concepto ya romántico de la así llamada propiedad originaria.

La abuela que procura: “ya se acerca mi muerte, toma mi virgencita, nunca dejes tu casa”, y que trata de hacer un fruto de fraguado en su querida niña a quien repone: “Forja tu danza”. Lejos estaba aquella generación de imaginar la tortura del casino incendiado en medio del dolo, que en su infame sabor a humo y corrupción ha infestado vilmente al México de más recientes momentos.

A la Adelita encomienda su profesión de fe: “Cada hilo de agua es una mujer”, buscando pronunciar la voz de las que no tienen voz, mujeres que no esperan ya ser redimidas en esta América hundida por las garras de la voracidad, y extiende así su poesía como un empeño para que “la voz no diluya su cantar entre la bruma”. Esa mujer que acaso va a quedar en la frontera “ante el disparo de la migra”, esa mujer cuyo origen se remonta al de todas las preguntas primigenias que la desconsolada humanidad se hace y se repite cada vez que los peces mueren en la red.

Pero también, esa mujer que es todas las mujeres, cuyos brazos al momento de ser madre, se consumen al sol en el intento de nombrar. Y esto sólo basta para sentir a la poesía como ese “Manojo de suaves palabras”, para entender cómo se reza el amor en la morada de las letras, al subir por los hombros del amante, desde la libertad de los primeros tiempos hasta la soledad compartida en reclusión al amparo de una evocación doliente: “Santa Martha”, y concretamente un “Cubículo 13” donde la noche se va cerrando y la poeta busca “algo de qué colgarse: una sonrisa”. Ejemplo de poesía que no se pierde sino al contrario, como las buenas bestias, se crece ante el castigo, llegando a concretar el honor de declararle al amado: “Sueño que despierta/ soy/ y te pronuncio”.

La luz de la poesía en Isolda Dosamantes es luz de rincón soleado, y su linaje es de los custodios del alba. En “Carta de Confesión 2008”, dedicada al poeta Gabriel Cruz Mayorga, lanza una diatriba a la indiferencia de los tiempos que corren, en los que nadie se interesa por profundizar; el mundo se dirige a ciencia cierta al ojo del huracán, al furor de la verdadera guerra en donde nadie sabe para quién pelea, pero en medio del humo de las armas, la poesía lamenta la muerte de inocentes.

Poesía para remendarse uno, para zurcirse y creer nuevamente en la humanidad, cuando se enciende la llama de ayer, y sentimos que se nos han quitado las pieles de cordero y echamos a correr, “a correr que te alcanzan”, y nuestra piel en el recuerdo, se vuelve presencia, y es la ciudad un crepitar de piel para vivirse.

Hay ahí una poeta: Isolda, quien cuenta la traición que la alcanzó: El recuerdo del amante el candor que enmudeció al descubrir la traición y que el mundo tenía que continuar porque todo, absolutamente todo, era parte del viaje. El recuerdo del amante la estremece, vuelve como el remolino que acapara a su víctima: “el fulgor de tus ojos desnudándome/ y la certeza del nosotros/ nos lleva hacia tu hoguera”.

Ya en la “Noche de luna”, desde el silencio brotan al exterior las palabras, y la poeta escribe “con el sueño en la mano”, ante el recuerdo de la voz-caricia, en el agudísimo tono del te quiero. Es desde este atajarse en los rincones del alba, que busca reafirmar su fe en la humanidad, y desde ahí saberse, sufrirse, merecerse: “tengo que ser un ave”, se dice, antes que los tambores de la verdad, toquen ante sus ojos y oídos el estruendo del envenenamiento definitivo.

Poesía para recordarnos este Año Nuevo que si vivir es arreglárnoslas con estas tres cuartas partes de agua que somos cada uno en nuestro cuerpo, “verla una vez es verla siempre”, y si la reencontramos al sabor de la sed, con Isolda, la poeta, fluye, danza sola, “danza de letra en voz a través de los siglos”, cada año que empieza y que concluye podemos repetirnos: el agua es piel, tiene memoria.

Isolda Dosamantes, Después del hambre. Lágrimas de Circe, Mar del Plata, Argentina, 2017. Distribuye: http://lagrimasdecirce.com