Javier Corral, gobernador de Chihuahua, sabe más de medios y de activismo que de política.

Para decirlo de otra manera, siempre le ha gustado el escándalo y el reflector. Es un representante nato de lo que el escritor Mario Vargas Llosa ha denominado la “civilización del espectáculo”.

Fiel, entonces, a su naturaleza, montó un escenario para que esa fuera la fotografía del día siguiente en las primeras planas de los diarios y la imagen más llamativa en los noticieros de televisión.

Se quitó el traje de gobernador que, con frecuencia le estorba, para presentarse como una especie de justiciero, de revolucionario, perseguido por el Estado mexicano. Sólo le faltó la boina del Che Guevara o el pasamontañas del Sub Marcos.

 Pero, la escenografía tuvo un elemento clave. Detrás de él —en gradas para que todos salieran en la foto—, fueron estratégicamente sentados destacados defensores de los derechos humanos, líderes emblemáticas en combatir la violencia contra la mujer y los feminicidios, fervorosos creyentes de la transparencia y la rendición de cuentas, más políticos antisistema.

Corral construyó en pocas horas una especie de consejo moral para la fotografía. Los invitó para que fueran sus testigos y avales de lo que iba a decir ahí. Pero lo que dijo no coincide, precisamente, con la realidad de Chihuahua y lo que ha venido sucediendo durante su gobierno.

Corral carga y seguirá cargando, hasta el final de su mandato, con el asesinato de la periodista Miroslava Breach. Y esto no lo dicen los adversarios políticos del gobernador —a los que hoy acusa de cancelar recursos a su administración—,  sino medios de comunicación de izquierda y activistas independientes.

Los reporteros y columnistas que cubrieron el “montaje moral” de Corral han dado cuenta de cómo, de acuerdo a su conveniencia, dio la palabra a unos y se la negó a otros. Pero, lo que relata el periódico La Jornada en una nota informativa desnuda al “redentor del norte”.

El gobernador de Chihuahua, muy a su estilo altisonante, le dijo al corresponsal de ese diario que el asesinato de Miroslava “¡está resuelto!”, y cuando le pregunto por qué su gobierno encubría en calidad de testigos protegidos a los panistas que habían presionado a la periodista para que revelara la información que tenía sobre los vínculos entre políticos de ese partido y el crimen organizado, Corral se dijo víctima de descalificaciones y terminó “sacudiéndose las mangas.”

El activista-gobernador, defensor de los derechos humanos, la equidad de género y la trasparencia trae ahora, también, otro caso que no contribuye, precisamente, a engrandecer su imagen de luchador social.

La justicia decidirá si Alejandro Gutiérrez, el exsecretario adjunto del PRI, es responsable o no de desviar recursos a la campaña estatal.

Lo delicado es que un gobernador dé órdenes al director del reclusorio donde está detenido Gutiérrez para que le restrinjan derechos y lo torturen psicológicamente porque se trata de un militante de un partido al que ve como enemigo.

Varios de los activistas que estuvieron sentados para tomarse la fotografía con Corral, han salido a defender las garantías individuales de muchos reclusos, independientemente de si son delincuentes confesos o no.

Es más, pugnaron porque en el nuevo sistema penal acusatorio se respetaran los derechos humanos, lo mismo de las personas imputadas que de las víctimas.

Es decir, la actuación de Corral, tanto en el caso Miroslava como en el de Alejandro Gutiérrez, lo deja ver como alguien que ha utilizado la lucha social como un mero recurso propagandístico para ocultar lo que verdaderamente es: un facho.

Corral es muy buen escenógrafo, un excelente propagandista, un púgil profesional, como lo han sido los asesores de prensa de importantes dictadores, pero no es una excepción en la jungla del oportunismo y deshonestidad, de la mentira y el abuso de poder que hoy estrangula el país.