Por Jorge Ibargüengoitia*

 

Hace tres años, me parece, decidí que sería muy conveniente hacer un estudio estadístico de las obras que se montan en México y del dinero que dejan. Desde entonces, cada año, en diciembre, voy a la Unión Nacional de Autores y le digo al señor Robledo, de mis intenciones, y él me dice que el archivo está a mi disposición; sin embargo, por pereza, nunca hice el estudio en cuestión, y prometo que esta será la última vez que hable del asunto. En cambio, ahora se me ocurre que será muy conveniente hacer un estudio comparativo de lo que las gentes de teatro hacían hace diez años y de lo que hacen ahora, se intitulará:

¿QUIÉN HACE QUÉ, POR QUÉ, CON QUÉ, Y CON QUIÉN? 

Si mal no recuerdo, los teatros que más movimiento tenían hace diez años eran el Caracol, allá, cerca de Palma, la sala Latino, en La Reforma, el Ideal, en Dolores, la Sala Moliere, en el IFAL, y por supuesto, Bellas Artes. No existía ni la Ciudad Universitaria, ni los teatros del Seguro, ni la Unidad del Bosque,  ni la Zona del Buen Gusto y la Elegancia, ni la Sala Chopin, ni los teatros que están cerca del Monumento a la Madre; el Colón era entonces Cine Imperial, el Fábregas estaba en ruinas, el de los Insurgentes estaba abandonado por considerársele un elefante blanco; Bellas Artes estaba reconstruyendo el Teatro Hidalgo, (el antiguo ), y las Fiestas dela Primavera se hacían en el Arbeu, y a veces, en el Sindicato de Electricistas. De los directores, me acuerdo de Novo, Seki Sano, Aceves, Dagoberto de Cervantes, Moreau, Rooner, que acababa de llegar, Wagner, Basurto y Gorostiza, y había otros que aparecían y desaparecían con facilidad: ¡ah, y Ruelas! Nadia Haro Oliva montaba entonces obras de O´Neill, Aceves  las de Ben Jonson, Usigli y Sartre; Novo, Los signos del Zodíaco; Wagner, una obra de Hebbel; Seki, el Tranvía, y La doma de la fiera; Moreau montaba cada año cinco o seis piezas en francés para un público microscópico, y la colonia inglesa tenía un grupo respetable. Moreau se fue del país, Rooner murió, Dagoberto de Cervantes desapareció, Seki Sano tiene años de no estrenar y Ruelas emigró a la provincia para convertirse en el director más bien pagado del mundo. Los autores extranjeros que más influencia tenían entonces eran probablemente Anouilh, Srtre, O´Neill y Pirandello. El año pasado el Seguro  montó una obra de Anouilh, Bellas Artes una de O´Neill y el TNP, representó una de Pirandello.

Basta ver las carteleras para darme cuenta de que México se ha convertido en una ciudad importante en materia de teatro, o mejor dicho: el teatro se ha desarrollado a un ritmo más acelerado todavía que la ciudad, que es mucho decir. Ahora bien, en general seguimos siendo una ciudad de provincia: las obras que se estrenan fueron éxitos en París o Londres hace dos, tres o veinte años, y todos sabemos que los estrenos mundiales no van a llegar muy lejos; siempre que se puede, se traen los planos de las escenografías americanas y la propaganda se hace a base del éxito que la obra tuvo en otra parte del mundo, y de ser posible, de lo que opinaron de ella los críticos del New York Times y del Herald Tribune.

Aunque cada periódico tiene una sección dedicada al teatro, creo que en ninguna parte del mundo es la crítica tan ineficaz (en cuanto a su influencia), el ejemplo más célebre o constituye el caso de Jano es una Muchacha, de quien no hubo crítico que no dijera que era espantosa y que duró meses en cartel. El hecho de que el público no se deje guiar por la crítica no es necesariamente un mal, pero sí una peculiaridad.

Hace diez años parecía que el teatro español, era en México cosa del pasado; y esto es que en 1961, los autores españoles modernos, que son peores que los antiguos, tuvieron más éxito que nadie.

Un acontecimiento que es signo de la importancia que empieza a tener nuestra ciudad, consistió en la visita de cuatro compañías extranjeras: una francesa, dos norteamericanas y una argentina. Lo más asombroso fue que después de todo no podían enseñarnos nada nuevo.

Por lo que he dicho anteriormente puede parecer que aparte del crecimiento en volumen, el teatro no adelantó gran cosa en diez años: muchos han desaparecido, y los los que quedan no están haciendo las cosas mejor que antes. ¿Qué buen autor mexicano apareció en 1961? Ninguno. ¿Cuál de los antiguos presentó una obra que abriera nuevos horizontes? Ninguno, todo lo contrario.

Las esperanzas están más bien en lo que se refiere a escenificación: los actores se han multiplicado y el nivel de su actuación ha mejorado notablemente, los escenógrafos descubrieron nuevas formas, nuevos materiales, nuevas soluciones, y parece que hasta los tramoyistas están aprendiendo su oficio, salvo casos como el de Las Fascinadoras, las luces empiezan a estar manejadas profesionalmente. El vestuario es en general mejor, el sonido funciona, y cuando hay orquesta, suena mejor. Pero lo más notable es la aparición de nuevos directores que son infinitamente superiores a los antiguos: cada cual en su sentido, Alexandro, Gurrola y José Luis Ibáñez, abre un nuevo campo a la puesta en escena, y fue el año pasado la primera vez que podemos decir que en México que tenemos un teatro verdaderamente experimental y diferente al que hace cualquier otra parte del mundo; un primer escalón hacia un teatro realmente mexicano. 

*Texto publicado el 21 de febrero de 1962, en el suplemento La Cultura en México número 1.