Javier Vieyra y Jacquelin Ramos

Herman Melville afirmó en Moby Dick que los ojos son la pasarela del alma. Si la proverbial frase del genial autor neoyorquino es cierta, los ojos de Carmen Mondragón, Nahui Olin, sean vistos en fotografía, pintura o mosaico, revelan un maravilloso pero trágico acertijo. Se trata de una las mujeres más fascinantes que hayan dejado su nostalgia en la historia mexicana.

Poseedora de una admirable belleza, Carmen vivió una existencia entre los más selectos grupos políticos y eruditos de la primera mitad del siglo XX mexicano; fue pintora, poeta y musa de grandes iconos. Sus años, transcurridos entre pasionales romances, luchas revolucionarias e innumerables enigmas, terminaron en la locura y la soledad absoluta; sin embargo, hicieron de ella un portentoso personaje que pareciese salido de un cuento de dramática imaginación y final funesto.

Carmen Sáez Pueyo, apasionada de la figura de Nahui Olin, la descubrió gracias a las numerosas referencias que existen sobre su vida y obra en la cultura mexicana y, a lo largo de los años, la curiosidad intelectual la ha inducido a descifrar su mito.

Obra que rescata vida y obra de Carmen Mondragón.

Empieza el mito

El mito comienza en 1893 dentro de una suntuosa residencia en Tacubaya, asegura la historiadora, cuando Carmen nace en el seno de una familia perteneciente a la aristocracia porfirista. Es hija de Manuel Mondragón, un ingenioso militar responsable de la invención de un novedoso fusil que se bautizó con su apellido y que en la efímera presidencia de Victoriano Huerta fue designado secretario de Guerra y Marina. Carmen estuvo educada como una niña de alta sociedad y adquirió una amplia cultura en México y en Europa; en el albor de sus veinte años llegaría su primer amor y uno de los hombres determinantes de su vida: el entonces cadete Manuel Rodríguez Lozano.

“A Rodríguez Lozano —dice la maestra Sáez Pueyo— lo conoce en un baile, se impresiona mucho con su personalidad y decide casarse con él en 1913. Sin embargo, Rodríguez Lozano era homosexual y nunca se asumió como tal; al derrocamiento de Huerta, la pareja se ve obligada a salir del país rumbo a París, y durante el trayecto Carmen sostiene un romance con el capitán de su barco. Después de París deben instalarse en San Sebastián, España, donde ambos comienzan a pintar”.

Una vez recuperada la tranquilidad política en México, Rodríguez Lozano y Carmen regresan, aunque ya separados. En ese episodio, existe una gran interrogación, pues Rodríguez Lozano justificó la separación declarando que ambos habían procreado a un hijo que Carmen había asfixiado; hasta ahora nadie ha confirmado o declinado dicha versión, indica la catedrática. Lo cierto es que, a partir de su separación y regreso, Carmen comenzó a relacionarse ampliamente con notables intelectuales, posa para Diego Rivera, rechaza una oferta de la Metro Goldwyn Mayer para ser estrella de cine y permite que Edward Weston la fotografié desnuda, un acto temerario para una mujer de su tiempo. A la par, puntualiza Sáez Pueyo, Carmen comienza a desarrollar su maravilloso estilo artístico, “un estilo naif muy personal y místico en que se pintaba ella misma y a sus amores”.

En una fotografía de Antonio Garduño, la belleza de Nahui Oli.

El “Dr. Atl”

Es en esos días que Carmen conoce a Gerardo Murillo, el ”Dr. Atl”, de cuya influencia provendría su seudónimo, Nahui Olin o “sol en movimiento”; con él vive un una destructiva relación amorosa que tuvo escenario en el bello ex Convento de la Merced en la Ciudad de México, lugar donde el afamado pintor había instalado su casa estudio. Para la maestra Sáez Pueyo es este romance el que revela de manera más abierta la personalidad obsesivamente sexual y posesiva de Carmen.

“Gerardo Murillo —dice la maestra— era un hombre 40 años mayor que ella y aun así Carmen creía que la engañaba, siempre lo estaba persiguiendo; la anécdota recurrente de aquellos años dice que Carmen para vengarse de las supuestas infidelidades del “Dr. Atl” mantenía relaciones sexuales con todos los estudiantes de la Preparatoria Nacional de San Ildefonso que así lo quisieran, aunque ello puede deberse a la enfermedad de furor uterino que padecía, sin embargo, nunca estableció, en ese aspecto, ningún limite. Raquel Tibol pensaba que dicho ímpetu se debía al abuso del que Carmen había sido víctima por parte de su padre en la niñez, según una supuesta confesión que Nahui Olin le hiciese a Diego Rivera, sin embargo, esto siempre ha sido rechazado por su familia”.

La relación entre el “Dr. Atl” y Nahui Olin terminó de manera tormentosa, puntualiza Sáez Pueyo, doctora en filosofía por la Universidad de Oxford, en parte por el terror que generaba la mujer en el pintor, pues en alguna ocasión éste despertó en el instante en que Carmen intentó apuñalarlo en el cuello. Significativamente, en los tiempos posteriores, quien ocuparía el corazón de Carmen sería un misterioso capitán naval llamado Eugenio Agacino, de quien ella misma deja referencia en algunas de sus pinturas.

El cuerpo espléndido de Nahui Olin, en una imagen de Antonio Garduño.

Feminista

En los albores de esa relación, Agacino debe hacerse a la mar. Carmen lo espera mucho tiempo en el muelle, pero él nunca vuelve. Décadas después, esa historia inspira al grupo musical Maná para realizar la canción “En el muelle de San Blas”, popularizada en 1997.

Sin embargo, más allá de los sinsabores sentimentales, Carmen desarrolla su labor pictórica con pasión y con un esencia admirable aun en nuestros días, aunado, además a su faceta como poeta, señala la especialista, dejó como legado varios títulos publicados como Óptica cerebral. Poemas dinámicos en 1922 y Nahui-Olin en 1927. Aunque menos conocido, Carmen encontró también un lado de activismo político digno de destacar por su importante simbolismo.

Dice la maestra Sáez Pueyo: “Además de ser una precursora del feminismo y la liberación sexual de su época mediante su actividad artística, Carmen participó activamente en organizaciones que pugnaban por los derechos políticos y sociales de la mujer, que incluían el acceso al voto, a la educación y a la propiedad. Era toda una mujer revolucionaria que no poseía una moral tradicional y detestaba lo que se conoce como «la moral burguesa»”.

Dos de los matrimonios de Nahui Olin, el primero, con el pintor Manuel rodríguez Lozano; el segundo —tormentoso— con el “Dr. Atl”.

“La vieja del saco”

Para la autora de Juárez. El mito de la legalidad (2011), es esta condición de mujer discordante con su tiempo uno de los principales factores para su declive, pues especifica que Carmen pertenece a la misma generación de personajes femeninos como Guadalupe Marín y Frida Kahlo que logran abrir numerosas brechas para las mujeres en la sociedad mexicana, pero pagan un alto precio personal por ello. El planteamiento anterior puede unirse también a la severa deformación que sufrió el mundo porfirista en el que Carmen creció a partir del movimiento revolucionario de 1910.

“Es muy curioso observar —dice la maestra Sáez Pueyo— el comportamiento de los miembros de la elite porfirista después de la Revolución; se encuentran con un mundo completamente discordante al suyo, muchos mueren en el exilio, en completa soledad, todo lo que conocieron ya no existe. Pero el caso de Nahui Olin es mucho más dramático todavía debido a que, además de lo anterior, ella, como mujer, quiere también revolucionar esa sociedad que le es completamente ajena”.

El término “dramático” no es exagerado considerando las circunstancias en que vivió Carmen los últimos años de su vida, circunstancias que, curiosamente, la doctora Sáez Pueyo pudo corroborara en su niñez.

“Siendo pequeña —evoca—, mi nana me llevaba a la Alameda Central y me intimidaba diciéndome que si no me portaba bien me llevaría «la vieja del saco» y señalaba a una señora completamente andrajosa y sucia que iba recogiendo gatos y metiéndolos precisamente en un saco; ella era Carmen Mondragón”.

Dos de los matrimonios de Nahui Olin, el primero, con el pintor Manuel rodríguez Lozano; el segundo —tormentoso— con el “Dr. Atl”.

En una tumba olvidada

La anécdota de la catedrática bien puede ser confirmada, dice la también historiadora, gracias a un texto que José Luis Cuevas plasmó en su mítico “Cuevario”, donde narra la ocasión en que acompañó a Elena Poniatowska a conocer a la “musa del siglo XX”. El escultor cuenta cómo la encontraron en una deteriorada morada, última herencia de su familia, atestada completamente por gatos y llena de inmundicias. Carmen dormía ahí, sobre una colcha hecha por las pieles, sin curtir, de los felinos que morían; entre una peste nauseabunda y bajo un mosquitero en cuya parte superior había pintado a un “Prometeo” con el que decía hacer el amor. Subsistía de una pequeña pensión que le proporcionaba la Academia de San Carlos, la que gastaba en comida para sus peludas compañías y murmuraba que todos los días debía despertarse temprano porque tenía el deber de sacar el sol para la mañana y meterlo para la noche a la hora adecuada.

Carmen terminó completamente sola y desquiciada. Andrés Henestrosa, que vivió con Rodríguez Lozano, su primer amor y exesposo, cuenta que una tarde, estando ambos en el Sanborns de Los Azulejos, vieron venir a Nahui Olin desde lejos, y Rodríguez Lozano únicamente dijo: “No sabes el gusto que me da ver que ella está más fregada que yo”.

La maestra Sáez Pueyo reconoce en la mujer que ahora yace en una tumba olvidada del Panteón Español —falleció en 1978— a “un icono espectacular” que conjugó su hermosura con una importante vida intelectual y social que sigue siendo, hasta nuestros días, admirable. Pero también un claro ejemplo de una vida sin ningún tipo de control .

Concluye la maestra Sáez Pueyo citando a Justo Sierra: “«En la vida y en política, hay que estar en el justo medio, ni en un extremo ni en el otro»; Carmen Mondragón nunca lo estuvo”.