Contundencia, veracidad a pesar de su toque de fantasía; imágenes lúdicas que determinan la profundidad de la mirada. Ágiles adjetivos modificando la función del nombre, acentos más propios de la lírica que la prosa. Pero también humor, atmósferas evocativas, lánguidas; enumeraciones que de alguna manera provocan no la descripción, sino atributos novedosos que conforman la trama narrativa y amplían el horizonte anecdótico: lo inverosímil como una característica única que provoca una eclosión en la realidad. La dimensión estética hurgando en esos mundos plenos de onirismo y que algunos han etiquetado como “realismo mágico”. He aquí algunos elementos que distinguen la narrativa de Juan José Arreola (Zapotlán el Grande —hoy Ciudad Guzmán—, Jalisco, 21 de septiembre de 1918-Guadalajara, Jalisco, 3 de diciembre de 2001): lo fantástico como una dimensión cercana, palpable, llena de veracidad es, justamente, lo que concilia ese territorio que Arreola califica como “imposible” y que ahora con su desaparición física se ha planteado como una vertiente de su prosa. Nada más insólito, e impropio, puesto que Arreola, con su obra, hizo posible lo imposible.

Desde Varia invención (1949), pasando por Confabulario (1952) y Bestiario (1959) hasta llegar a La feria (1963), Arreola conformó una prosa lúdica, con una acentuación y un ritmo singulares que desembocó en el territorio de la oralidad. El parrafeo corto simulaba un oleaje suave. Este golpeteo silábico indicaba su oído privilegiado, más propio del poeta que del narrador. Eso es, justamente, su característica. Y la precisión de sus metáforas, que aprehenden el mundo a partir de su óptica profundamente estética, luminosa. La sabiduría del profeta hebreo prevale en sus textos. Por algo Juan José Arreola tituló su segundo libro justamente Confabulario. Y hablar viene del español antiguo fablar (del latín fabulari, contar, conversar). El autor plasma con precisión verbal ese mundo circundante, percibido a través de su sensibilidad. Aunque independiente de la imaginación —por algo Huidobro le llamó a su propuesta estética Creacionismo— el mundo real es percibido, y modificado, por el sentido de lo particular.

La existencia, entonces, es única y acepta diversas relaciones y significaciones. Lo fantástico pertenece al mundo circundante y asume sus leyes particulares, propias. La lógica del absurdo, lo mágico cobrando relevancia, veracidad. El Nombre es aprehendido (la esencia determinada por el Logos), puesto que la palabra es sagrada. Una bendición: el buen decir. De ahí esa expresión categórica, mejor dicho esa representación formal que se observa en la prosa del maestro Arreola. Tal vez aún no se haya advertido el sentido social de sus narraciones. La denuncia, la crítica que se desprende como una vertiente implacable.

“El guardagujas”, por ejemplo, es un texto que podría observarse desde la perspectiva actual como una metáfora del país. Direcciones que a nada conducen, planes y programas que no terminan de erigirse, escenografías que corren y se deslizan sin representar la realidad, sueños y desafíos detenidos ante puentes sin construir. Pero en el México presente no hay maquinistas que arenguen a reconstruir el convoy, salvando los obstáculos. El pasajero representa a la sociedad mexicana que pretende dirigirse hacia un destino determinado, aunque incierto; el viejecillo es el sistema político mexicano que se desvanece e irrumpe peligrosa e imprudentemente entre los rieles al encuentro del tren, y el convoy, a veces inexistente, es la expresión democrática que pretende irrumpir como “un ruidoso advenimiento”.

Un texto con guiños kafkianos, ciertamente, pero que invocan y convocan una realidad más cercana de lo que parece. La sonrisa irónica puede advertirse de inmediato. La lógica de situaciones, lo connatural a la expresión fantástica, pero contundentemente real. Lo posible dando paso a lo inverosímil. Calificado como un orfebre —extraordinario burilador de la prosa, aceptaríamos—, como un espléndido estilista, Juan José Arreola visualizó lo sacro de la existencia, pese a lo hostil, y a veces grotesco, del entorno.

Al escribir, nombraba al mundo, lo convocaba e incorporaba desde la vertiente única: lo verosímil de lo inverosímil. Y aquí alcanzaba la estatura del profeta, del mago que abre una puerta insólita, pero fantásticamente real. De ahí esa visión trágica, absurda a veces, pero plena de humor. Lo cotidiano frente a lo prodigioso. Símbolos, imágenes oníricas, metáforas deslumbrantes, visuales, palpables, conforman su entramado narrativo. El milagro perpetuado, asumiendo su condición real. Extraordinario charlista, sus textos asumen esa condición oral, asumiendo la magnitud estética. La imagen se determina no sólo por la acentuación, sino por precisión visual, sintáctica.

Técnica y contenido, cópula sonoro-semántica que permite vislumbrar la transparencia de esas resonancias mágicas, ensambladas a la brevedad del texto. Elongaciones y sinuosidades irrumpiendo de manera prodigiosa. La fabulación (de fabulari, derivado del verso fari, hablar) prosigue. Por lo mismo, La feria, no es más que una serie de evocaciones, voces disgregadas que se conjugan a través de los hechos. La memoria que se integra en oleadas centelleantes. Conflictos agrarios, represión sexual, chismorreo, sueños por la gloria literaria de los vates de la localidad, se van deslizando en un rango contundentemente artístico, aunque apoyado en el tono oral. La documentación histórica, la expresión religiosa, también tienen lugar en este ensamblado narrativo.

Preciso que desde hace casi 50 años, Jorge Arturo Ojeda analizó de manera relevante la naturaleza de la obra del maestro Arreola. La lucha con el ángel (Véase Antología de Juan José Arreola, Oasis, México, 1969) es un documento excepcional, puesto que advierte la propuesta estética del autor de Varia invención, incluso lo califica de escritor social, aunque se detiene en los personajes femeninos del narrador, analizándolos a partir del libro Sexo y carácter, de Otto Weininger: “En la obra de Arreola se encuentra la mujer, en repetidas ocasiones, como una cosa, más exactamente, como un objeto de adquisición momentánea o definitiva, como premio, como joya, de fabricación o manufactura. Realmente se trata de una evaluación de la mujer”. (Cf. Ojeda, La lucha con el ángel: p. 93).

En primera instancia la cita puede ofrecernos una supuesta actitud misógina en Arreola; sin embargo no hay tal: la mujer asume diversas connotaciones: es la musa que adquiere condición de mujer, como Alejandrina en La feria; o el sueño que no se logra como María Helena, en el mismo volumen citado. En ocasiones el hombre es dependiente de la hembra. Ella es la musa, la creadora. Y desde los primeros tiempos el hombre vive en ella e incluso proviene de ella. “Arreola se goza en contradecir el mito bíblico sobre el origen de la mujer de la costilla del hombre. El retorno del vientre materno por ‘la respiración embrionaria’ tenía como meta alcanzar la beatitud; el alquimista usaba como medio el beber jade, oro o cinabrio. Arreola sólo remacha la misma idea”. (Jorge Arturo Ojeda, op. cit.: p. 107).

Procreadora, propulsora, símbolo y representación de la Madre Tierra; fatal y bondadosa, asume su condición real y concreta, desde el inicio del mundo. El propio Arreola, según Jorge Arturo Ojeda, es contundente al respecto: “La mujer es medio de consonancia y de posesión del mundo, del paraíso. Uno quiere poseer el mundo pero la mujer se interpone como proposición (…). La mujer es la promesa que no puede ser mantenida. El rencor no es en contra de la mujer, más bien contra el creador que nos la propone”. (Op. cit.: p. 111). Y luego agrega: “El rencor es la expulsión del paraíso. Uno siempre está echado del paraíso y hay nostalgia de él por haberlo conocido”. Pero más que rencor, en el cuento “Pueblerina” hay un dejo de aceptación insólita ambivalente. El marido de pronto se descubre con una cornamenta, como una natural condición marital. Amor y desamor se concilian. La visión del mundo en Arreola es trágica, determinante, cuya expresión va del humor a la creación de atmósferas nostálgicas, sacras, metafísicas en ocasiones. Ludismo, realidad fantástica, el mundo se desdobla entre lo inverosímil y lo cotidiano.

Persiste un tono de crítica social, pese a la aparente ligereza con que se desarrollan las acciones en sus textos. Los animales asumen y subsumen una condición categóricamente relevante (Cf. Bestiario). Algo monstruoso y aterrador, aunque deslumbrante y cotidiano, integran estas figuras peculiares, singulares. Las enumeraciones no describen, sino agregan nuevas dimensiones oníricas. La luminosidad de la tragedia adquiere visos de rencor existencial. Lo circundante se vuelve extraordinario. Por otra parte, aunque el vínculo con la tierra, las diversas cualidades y circunstancias del personaje central de Juan Rulfo lo llevan a calificar a Pedro Páramo como un “rencor vivo”, Juan José Arreola, por sus múltiples facetas, por su luminosidad y contundencia escritural, adquiere la condición de un “fulgor vivo”.