Julia Cagé (Metz, Francia, 1984) es una economista e investigadora de la Normal de París y de la Universidad de Harvard. Ha debutado en su país —y en buena parte del mundo occidental— con un texto innovador, bien documentado y, en buena medida, provocador: Salvar los Medios de Comunicación (Anagrama, 2016).

De la mano del economista de moda (quien también es su marido), Thomas Piketty, ha lanzado esta advertencia: los medios, en especial los medios impresos, la prensa periódica impresa en papel y en los demás soportes, tienen que buscarse una nueva forma de financiamiento para no caer en las manos del poder político, de los monopolios multimillonarios o, de plano, para no morir.

Basándose en algo que se le suele olvidar al gobierno de allá y de aquí, que la información es un bien público, Cagé hace una sobria disección del motivo por el cual las grandes y pequeñas cabeceras periodísticas están en crisis y propone un modelo (incluso, en su página web presenta un simulador que puede ser usado por cualquiera que esté en disposición de montarlo en su empresa periodística) novedoso: la “sociedad de medios de comunicación”, intermedio entre la fundación y la sociedad accionaria —algo así como una funda-acción— “que permita organizar de forma diferente el reparto y la renovación del poder y de la financiación de los medios”.

Sentarse a esperar que el gobierno ayude a un periódico a salir de la crisis o que venga el millonario a comprarlo para imponer su agenda, es, como decía Schumpeter, sentarse a esperar que el dueño de la compañía de diligencias sea el que construya las vías de los ferrocarriles.

Hay que reconocer, entre todos (sin caer en “la nostalgia del papel”) que el periodismo realizado por profesionales es uno de los pilares de la democracia. También, uno de los contrapesos básicos del poder autoritario descontextualizado. Salvar a los periódicos no es una labor baladí, como tampoco lo es salvar al periodismo en cualquiera otra de sus presentaciones (al periodismo general y político, dice Cagé). Se trata de salvar —desde dentro y desde fuera— uno de los grandes pilares de nuestra democracia; es decir, de nuestra civilización.