Rafael G. Vargas Pasaye

Los relatos de Enrique Serna tienen un elemento que se acerca a la marca registrada, pues de tanto que transmiten hacen que las manos que sostienen el libro tiemblen tarde que temprano, ya en una escena, ya en un diálogo, ya en un remate.

En esta ocasión, Uno soñaba que era rey es una especie de retrato de personajes que deambulan por la gran urbe, pero que todos queremos que desaparezcan, o al menos que no sean tan cercanos. Por ejemplo, los niños que se drogan con resistol o cemento porque no tienen para más, y que hacen de su pequeño mundo un infierno que conlleva golpes, maltratos, quemaduras en el cuerpo, insatisfacciones de necesidades que ni siquiera sabían que existían.

Pero también viaja por los albores de la clase alta, el del hijo junior que tiene que ser enviado a un internado a Estados Unidos, porque se vio envuelto en un pleito con disparos incluidos, seguido del paso de su padre por los pasillos de la Procuraduría para soltar al amigo del menor, una escena nada alejada del México real.

Va también del comportamiento social que de pronto con los tiempos modernos olvidamos lo más importante, quiénes somos, la cruel secuencia de imágenes golpea de frente con el sentimiento de culpabilidad que tarde que temprano nos llega al amanecer, antes del desayuno, justo cuando nos miramos al espejo.

Quizás al leer esta novela, más de uno se identifique con Jorge Osuna, por tanto golpe que ha recibido en su vida, pero que no se da por vencido. O se sienta un escucha más de Radio Familiar, la estación que enarbola los valores familiares como ninguna, y que para presumirlo ha convocado al Premio Quo meluis illac (“buscar lo mejor”) para que los interesados propongan a su héroe infantil moderno, aquel o aquella que merezca por encima de todos ese reconocimiento que además de la importante suma de dinero, conlleva una visita a la Santa Sede del Vaticano donde serán saludados y bendecidos por el mismísimo Papa.

Aunque el desenlace del concurso será uno de los mejores nudos de la obra, con una especie de tapadera para lavarse las manos, para que las mismas almas pías se coordinen en una bendición al mismo sentido, pasándose por el arco del triunfo los valores.

Este ejemplar de Enrique Serna es una descarga de escenas cotidianas de la gran ciudad que sabemos que existen pero que no siempre vemos, es de mucho sentimiento, de mucho tragar saliva, de humor negro, de momentos de amor instantáneo (“Más que un beso es una transfusión de almas”) y de sinceras creencias mutuas (“Si les vas a creer sus mentiras, mejor créete las mías, yo te las digo porque te quiero”).

De pasajes que parecieran absurdos, pero no lo son, como la ilusión del niño al querer comprarle un globo a la pequeña novia (la Caguamita), y pasar todas las pruebas que le pone el destino para juntar lo más posible, hacerse de valor para entablar una negociación con el vendedor de globos y salir avante, para luego, con una picha de cigarro reventar el hule y la ilusión.

Un libro originalmente publicado en el año 2000 que en 2016 tuvo un relanzamiento y cuya tenacidad parece ser imperecedera.