Javier Vieyra y Jacquelin Ramos

Desde hace más de cuatro siglos, la Alameda Central de la Ciudad de México ve pasar el tiempo en silencio, como un oasis verde entre el desierto gris. Rodeada por asfalto inmóvil, otrora caminos de agua; entre automóviles, rascacielos, monumentos de mármol, templos novohispanos, fuentes porfirianas, Bellas Artes y el quemadero inquisitorial de San Diego, pocos son los lugares en el mundo que pueden contar historias como nuestro jardín más antiguo. Consciente de tal prodigio, Diego Rivera no dudó mucho en considerar la Alameda Central como el escenario idóneo para realizar la magna tarea de condensar, en una imagen, la historia nacional y el crisol de sus simbolismos: el Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central.

Sin embargo, más que fragmentos de épocas y personajes petrificados, esta deslumbrante y bella expresión del muralismo mexicano, después de concluida, siguió estando presente en los acontecimientos más importantes de nuestro país. Siendo igualmente generador de polémicas que heroico sobreviviente de las sacudidas de la tierra, el Sueño es hoy un tesoro resguardado por el Museo Mural Diego Rivera, recinto que este año cumple 30 años de preservar día con día la obra y la memoria no solamente de esta icónica pieza, sino de los vastos trabajos del “Genio de los girasoles”.

 

No ha perdido identidad

Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central sigue siendo una obra vigente que representa la esencia de la Ciudad de México, que, a pesar de los cambios que ha sufrido, no ha perdido su identidad”, asevera en entrevista exclusiva para Siempre! la investigadora Paulina Maya, quien asegura que la obra aún refleja las costumbres de México, su colorido, su gente, su música, así como sus conflictos.

Sin embargo, la preservación hasta ahora tan bien lograda del mural no hubiera sido posible sin un santuario que le custodiase atendiendo a todas las demandas de cuidado y exhibición de la monumental pieza. Con ese fin fue pensado y construido el Museo Mural Diego Rivera, un espacio único en su tipo debido a que no existe ningún otro museo que haya sido edificado con el exclusivo fin de albergar una obra de arte, ya que, asevera Maya, comúnmente es la pieza la que se adapta al museo y no el museo el que se adapta a la pieza.

“Antes de construirse el museo, se trasladaría por segunda vez y de manera definitiva el mural; sobre y alrededor de él comenzaría a levantarse el edificio. Esto ocurrió después de los terribles sismos de 1985, una vez que se hubo determinado con certeza su destino, pues anteriormente existía una completa incertidumbre sobre la ubicación o futuro del mismo”.

Y es que antes del fatídico primer 19 de septiembre de nuestra historia, el Sueño, congruente con su naturaleza, engalanaba el lujoso vestíbulo del no menos opulento Hotel del Prado, entonces ubicado en avenida Juárez. Diego Rivera, apuntó la especialista, realizó el trabajo por encargo de Carlos Obregón Santacilia, afamado arquitecto mexicano encargado del complejo que resultó seriamente dañado después del movimiento telúrico. Sin embargo, el mural logró mantenerse a salvo en medio de la destrucción y gracias a la intervención de diversos amigos del pintor, como Rina Lazo, quien fuera su ayudante, pudo rescatarse integro para encontrar, cruzando la calle, literalmente, un nuevo hogar.

“El Hotel del Prado ocupaba el espacio en que hoy se erige el Hotel Hilton; antes de demolerlo por los detrimentos que había sufrido tras el sismo, se decide salvar el trabajo de Diego, restaurarlo y colocarlo, por cuestiones de cercanía y logística, en el terreno que ocupaba el estacionamiento del Hotel Regis; construcción que fue derrumbada por el mismo desastre, el resto de ese espacio es lo que se conoce como “Plaza de la solidaridad”. Era lógico: el mural debía quedarse en la Alameda y ahí mismo se levantó el museo”. 

Así, el 19 de febrero de 1988 se inaugura el Museo Mural Diego Rivera, concebido por el arquitecto José Luis Benlliure Galán, mostrando en todo su esplendor la alegoría que pasó por los ojos de Rivera en un destello de la genialidad que solo él podía plasmar. Nunca se reservaron esfuerzos por proteger la obra de 4.17 m x 15.67 m y 35 toneladas de peso que se levanta imponente frente a los ojos de quien la visita. Paulina Maya explica con emoción el método de lectura del mural, pues no debe vérsele a la ligera, ya que se encuentra divido en secciones con un orden cronológico a la par de la historia de México. Originalmente, cuando fue encargado por Obregón Santacilia, el trabajo constaba de tres murales separados, dos para el vestíbulo y uno para el salón comedor Versalles del hotel, pero por disposición final de Diego se realizó una pieza única de gran tamaño.

Paulina Maya.

 

Varios atentados

“El Sueño debe observarse de izquierda a derecha, es como recorrer una línea del tiempo. En la primera sección, Diego Rivera nos habla del tema de la Conquista; ahí es posible ver a Hernán Cortés con las manos ensangrentadas, a Fray Juan de Zumárraga, los condenados por el Oficio de la Santa Inquisición y a doña Mariana Violante de Carvajal, una muy bella judía procesada y castigada por la misma institución. Después, haciendo referencia al México novohispano, aparece Sor Juana Inés de la Cruz y se llega al espacio destinado a los personajes decisivos de la Reforma y el siglo XIX, Juárez, Maximiliano y Carlota nos miran en esa sección.

La parte central del mural y la más iluminada de la imagen representa posteriormente la más íntima y entrañable de Diego Rivera. En ella, se pinta él mismo como un niño de nueve años, con una rana o sapo saltando de su bolsillo, ya sea por su origen guanajuatense o por su apodo. Frida Kahlo le toma el hombro en gesto maternal, mientras la Calavera Catrina, del brazo de José Guadalupe Posada, lo lleva de la mano. Todo este cuadro, asegura Maya, representa el crecimiento de Rivera como artista, su caminar hacia a la eternidad. Al seguir avanzando la mirada, una exuberante prostituta abre el paso a una imagen majestuosa de Porfirio Díaz, mientras un juego de contrastes entre la aristocracia y la gente pobre abre camino a los inicio del siglo XX.

“Acercándonos al final del mural, el visitante advertirá una representación de las luchas sociales y la Revolución Mexicana; aunque Diego no pinta específicamente a alguien como Villa o Zapata, sí plasma a un combatiente de la época a caballo. A continuación vemos enaltecido a Francisco I. Madero, también un trasfondo de los edificios del México moderno y, polémicamente, un conjunto que simboliza la corrupción de los regímenes posteriores expresado en la figura del `residente de la republica intercambiando dinero con un miembro del clero católico.

Este último conjunto generó una de las muchas polémicas en que se vio envuelto el Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central y que lo obligó, según las anécdotas de esos años, a permanecer un tiempo considerable en la oscuridad bajo unas cortinas. El relato señala que durante el proceso de Rivera, un secretario particular del entonces presidente Miguel Alemán notó cierto parecido entre el mandatario y el ícono caricaturizado del mural, lo que inmediatamente le valió la censura oficial. Por otra parte, Paulina Maya sostiene que, antes de dicho desencuentro, Diego había pecado de indiscreto.

Lugar inagotable

“Es recordado el conflicto que tuvo Rivera con la Iglesia católica debido a que cuando retrata en el mural a Ignacio Ramírez, el Nigromante, le coloca la frase “Dios no existe”, haciendo alusión a la tesis del intelectual para ingresar en la Academia de Letrán. Poco antes de ser inaugurado el Hotel del Prado, se llamó al arzobispo Luis María Martínez para bendecir el espacio, el príncipe eclesiástico al observar tan polémica consigna se negó a hacerlo. Fiel a su estilo, Diego le respondió: “Que bendiga el hotel y maldiga mi mural, si quiere”.

Lo cierto es que ese gesto, con reprimenda o sin ella, le costó al Sueño varios atentados contra el incómodo enunciado y el rostro mismo de Diego en el área central, desperfectos que él mismo corrigió; sin embargo, poco antes de su muerte, en 1956, por sugerencia de Carlos Pellicer decide sustituir la frase por el referente de la fecha en que se originó: “Conferencia en la Academia de Letrán, el año de 1836”.

Con tal cantidad de historias y los simbolismos contenidos en su principal joya, no es casual que el Museo Mural Diego Rivera celebre en grande sus primeros 30 años de vida. Un cumpleaños que contendrá en su programa una serie de actividades como conferencias académicas que tocarán temas como la historia de la Alameda y la previsión de desastres naturales, además de un tiraje de 10 millones de boletos conmemorativos para el Sistema de Transporte Colectivo Metro. Pero, principalmente, el Museo contará con una nueva exposición permanente en que el público podrá apreciar 52 fotografías que rememoran los momentos más importantes en la existencia de un recinto que, además, se fortalece exponencialmente con interesantes muestras temporales sin dejar de brindar su invaluable apoyo a todos aquellos que se acercan a investigar la vida y obra de Diego Rivera.

“Hace falta mucho por profundizar en la labor de Diego; cada acercamiento abre una nueva línea de investigación, aunado a que un solo personaje del mural da para una muestra completa. Es un lugar inagotable, estamos seguros de que cada persona que viene se encuentra con algo que no conocía y además se apropia de su historia. El mural es un espacio que está vivo y la gente se lleva su corazón.