Por Emilio García Riera*

 

¡Hatari! (¡Hatari!), película norteamericana a colores, de Howard Hawks; argumento: Leigh Brackett, sobre un asunto de Harry Kurnitz; fotografía: Russel Harlan; música: Henri Mancini; intérpretes: John Wayne, Hardy Kruger, Elsa Martinelli, Gerard Blain, Red Buttons, Bruce Cabot, Michele Girardon, Valentín de Vargas. (H. Hawks, Paramount, 1961).

 

Se tiene un poco la sensación, ante la última película de Hawks, de asistir a una parodia hecha por el autor sobre sí mismo. Es sabido que el director y su grupo se divirtieron enormemente realizando Hatari, en Tanganyka, y la película aparece como el resultado de una camaradería real surgida de la caza en común y del whisky ingerido después de cada jornada. (Por cierto que la canción Oh, Whisky Let me Alone, parece ser la favorita del realizador: ya la usó antes en The Big Sky). Uno llega a pensar que Hatari fue hecha en momentos libres para justificar los buenos ratos pasados. Hawks utilizó en ella una trama lineal construida sobre los clásicos temas del realizador: la amistad entre dos personajes que se inicia con un par de buenos puñetazos y se consolida a pesar del “peligro femenino”; la conquista del hombre por la mujer, que es siempre sin lugar a dudas la que sale ganando; etc, En resumen, los temas caros a una concepción viril y deportiva de la vida cuyos puntos de contacto con la obra de Hemingway son a estas alturas demasiado evidentes.

Pero su capacidad de burla ha llevado al realizador en este caso a parodiar sus propios recursos dramáticos. La forma increíblemente elemental en que la Martinelli “conquista” a Wayne, la suposición en éste de un background (las clásicas experiencias anteriores por las que un carácter queda definido), son de una tal gratuidad que es espectador no puede menos que quedar desconcertado. Si en Río Bravo era posible descubrir una dimensión humorística y autocrítica junto a la trágica, en Hatari el punto de vista humorístico priva en tal forma que la película puede muy bien ser considerada una comedia de cazadores.

Sin embargo, en esa “comedia” los personajes se han enfrentado a las más peligrosas y dramáticas situaciones. Hawks es un gran cineasta de la violencia y nos hace creer a pies juntilla en la cornada de un rinoceronte o en la volcadura de un jeep. En tal caso, debe reconocerse que Hatari hace a un lado las convenciones elementales del cine humorístico y nos remite constantemente a la posibilidad real de la muerte.

Pero mucho más curiosa es la relación que guarda Hatari con el típico film de aventuras. Si en éste el dramatismo de las situaciones es acentuado al extremo de hacernos sentir el peligro donde no la hay, Hawks parece empeñado en no dar importancia al peligro aunque éste sea evidentísimo. De ahí que la película produzca una suerte de desasosiego constante. A uno no le asombraría -y es más, encontraría muy lógico-, ver a los héroes del film muy tranquilos tomando whisky mientras entra en la casa un ejército de hormigas voraces. Hawks, ante ello, no eludiría las horrorosas consecuencias de tal invasión siempre que a punto de ser devorados los personajes, fueran capaces de cambiar las observaciones humorísticas de rigor.

No me hago ilusiones y sé que lo serio en cine sigue siendo confundido con lo grave y lo solemne. Hatari revela una filosofía de la vida demasiado seria para que se la tome en consideración. La filosofía de los hombres incapaces en absoluto de compadecerse a sí mismos. A estas alturas, el rechazo instintivo a toda actitud quejumbrosa, resulta casi un milagro.

No está de más afirmar que la película ha sido espléndidamente filmada, que la riqueza de detalles caracterizadores y significativos es enorme, que Hawks es uno de los pocos cineastas capaces de ordenar el desorden (y en algunas escenas, el desorden llega casi al paroxismo: recuérdese la escena de las cabras y los elefantes). A quienes no ven mayores virtudes en una realización a simple vista rutinaria y confunden lo plano con lo sencillo, se les pueden hacer algunas observaciones. Por ejemplo: sígase con cuidado la trayectoria que recorren los cigarrillos en manos de los personajes (sobre todo en manos de la Martinelli), repárese en el repertorio de gestos propios, no forzados, que cada actor utiliza, adviértase la maestría con que están resueltas las escenas de conjunto, etc.

Pero temo que mi decidida admiración por Hawks me haga caer en la pedantería de un folleto instructivo. En última instancia, puede recomendarse algo mucho más simple: vea Hatari, diviértase con todo el público y deje que el tiempo vaya enriqueciendo como es debido una película destinada a ser y parecer mucho mejor y más profunda dentro de 10 o 20 años. No será la primera vez que eso ocurra con una obra del buen viejo Hawks.

*Texto publicado en el suplemento La Cultura en México #69, el 12 de junio de 1963.