Por Leszek Kolakowski

 

Sergio Pitol, radicado en Varsovia desde hace varios años, trabaja en una antología del cuento polaco contemporáneo. Será la primera selección de autores polacos que aparezca en español, hecha con criterio literario por un verdadero especialista en la materia.

Publicamos “Los Pajaros”, de Bruno Schultz. Asunto de la preguerra que su autor desarrolla próximo a Kafka y dándole un extraño aire poético de inusitada grandeza. También publicamos el cuento “Rachab o la soledad” de Leszek Kolakowski. Se trata de una de las figuras más interesantes de la vida cultural polaca. Con valor y lucidez contribuyó al derrumbe de mitos y a la pulverización de dogmas. Al desvanecerse ese breve deshielo ha tenido que pagar por ello. Los burócratas no han escatimado medios para “ningunearlo”. Kolakowski es el filósofo marxista más original y de pensamiento  más moderno de la Polonia actual, y uno de los destacados dentro del panorama europeo contemporáneo.

RACHAB, O LA SOLEDAD

El libro de Josué refiere una conocida historia de espionaje, música, costumbres y matanza que tuvo por escenario la ciudad de Jericó. Josué recibió la promesa de Dios de que se apoderaría de dicha ciudad y también de otras tierras. Pero, sin que se sepa el por qué, no se conformó con esa promesa. A pesar de que le esperaba una victoria segura, envío antes de iniciar el sitio de la ciudad, por si acaso, a dos espías provistos, como es lo corriente en estos casos, de una gruesa suma de dinero local. Se trataba de muchachos jóvenes, perspicaces aunque un tanto aturdidos. Apenas llegados a la ciudad decidieron probar las diversas delicias que la civilización ofrecía y de las que tanto habían carecido en el ejercito. Como tenían en los bolsillos bastante dinero se dedicaron por la noche a hacer un recorrido por las calles en busca de casas con faroles rojos; había varias en aquella ciudad, célebre por su alto nivel cultural. Rápidamente hallaron lo que buscaban y guiados por un instinto sobrenatural llegaron a casa de una dama de nombre Rachab. Era ésta una persona de conducta muy dudosa, que se ganaba precisamente la vida con la venta de sus encantos. Por desgracia éstos habían desde hacía largo tiempo disminuido y la corpulenta Rachab, mujer ya entrada en años, trabajaba por una tarifa reducida para una clientela más que pobre y sus ingresos eran cada vez menores. Pero nuestros dos muchachos, después de las fatigas del cuartel, no eran muy exigentes  y la ya decrépita hetaira les produjo buena impresión.

Así, después de haber saciado la primera sed, sintieron la necesidad de darse importancia y revelaron su misión de espías. Cuando lo advirtieron era ya tarde. Rachab los tenía en sus manos. Imploraron piedad, pero las personas dedicadas a esta profesión, raramente reciben piedad de los demás y por lo mismo no suelen derrocharla con el prójimo. Rachab pensó rápidamente: “Es casi seguro que la ciudad será conquistada por el enemigo, ya que éste tiene a Dios por aliado. Esta es la premia. Ahora la alternativa: Si denunció a los espías a la policía mereceré el reconocimiento del príncipe y demostraré mi fidelidad a la ciudad, pero con ello preparo mi perdición después de la entrada del enemigo; puedo esconderlos en mi casa y exigir la protección de los ocupantes, aunque hasta su llegada arriesgue la vida. Es cierto que al ocultar a un enemigo traiciono a la ciudad y al príncipe, pero puedo excluir tales escrúpulos: no tengo ninguna deuda con mi ciudad natal que siempre me ha escupido en la cara y que aun si logra salvarse me dejará morir de hambre dentro de unos años. Además vivo aquí completamente sola, como en una ciudad desierta. Dejando, pues, de lado las ilusiones de los moralistas debo elegir: o exponerme a una posible muerte en las próximas semanas o a una muerte segura después de la conquista de la ciudad. No se trata de una elección fácil porque la muerte segura tiene la ventaja de poder retrasarse, mientras que a la muerte posible me expongo desde ahora. . Entre el mal presente incierto y el mal futuro cierto puede hacerse una elección racional; elijo a ojos cerrados: salvaré a los espías. Unas cuantas semanas de zozobra, y, después, ¡qué vida! Pieles, joyas, golosinas todos los días, ópera por las noches, y, tal vez, hasta logre que uno de sus jefes me tome por esposa. Aún estoy demasiado bien para esos salvajes.”

Leszek Kolakowski

Después de esas deliberaciones Rachab concluyó un convenio con los espías: los escondería y luego les facilitaría la huida a cambio de sus seguridad y la de su familia cuando las tropas de Josué hubiesen conquistado la ciudad. Se establecieron las cláusulas del convenio. De esa manera dio fin la parte de espionaje y costumbres de la historia.

Luego tuvo inicio la parte musical. El plan de asedio a la ciudad fue minuciosamente establecido por Dios, y Josué lo siguió al pie de la letra. En vez de emplear los recursos bélicos normales para sitiar la ciudad organizó una orquesta de instrumentos de aliento compuesta solo por sacerdotes, a quienes ordenó marchar alrededor de las murallas y tocar marchas militares; detrás se llevaba el Arca de la Alianza y al frente avanzaban las tropas. Los sacerdotes tocaron las trompetas durante una semana, ebrios de fatiga; la mayoría de ellos enfermó de un enfisema pulmonar , pues también los sacerdotes son seres humanos. En cuanto a los soldados, pronto empezaron a murmurar que su jefe los ponía en ridículo. Los habitantes de Jericó desde lo alto de los muros se reían de sus enemigos pensando que se habían vuelto locos. El séptimo día la orquesta trompeteó con todas sus fuerzas al grado que se les desorbitaron los ojos, a la vez que el ejército, a una orden, gritó tan estruendosamente que las murallas de la ciudad se derrumbaron haciéndose polvo.

Y ahora empieza la parte de la matanza. Los guerreros, por orden de Dios, irrumpieron en la ciudad y degollaron —según relatan las Santas Escrituras— “ a hombres, mujeres, niños  y ancianos, bueyes, corderos y asnos”.

Los sacerdotes se llevaron los tesoros y toda la ciudad fue incendiada salvo una casa, la de Rachab. El ejército cumplió la palabra dada a la mujer galante, salvando su casa, muebles y familiares. Algunos oficiales atentaron contra su honor, pero Rachab se quejó ante el estado mayor y obtuvo una indemnización.

Luego todo el ejército se retiró y Rachab no pudo sino echarse al suelo y llorar. Quedaba en una ciudad desierta , en la única casa de pie, entre ruinas, cadáveres, polvo y el olor del incendio. Sola, sin amigos, protección ni clientes. No hubo pieles, ni joyas, ni golosinas, ni ópera, ni marido jefe. No quedaba nada, sólo una vida solitaria y estéril en un desierto. Y ese fue el fin.

Hay algo en esta historia que incita a la reflexión: prácticamente es imposible que unas murallas puedan haberse derrumbado bajo el efecto de unos gritos y el sonido de siete trompetas. Así, pues, es evidente que se trató de algo relacionado con un milagro. Pero ya que Dios de cualquier manera iba a efectuar el milagro, ¿por qué ordenó a todo un ejército que se agotara e hiciese el payaso durante una semana, y a los sacerdotes no sólo que arruinasen su salud, sino también su autoridad ante el pueblo, pues quién podría respetar a los sacerdotes de una orquesta de aliento? ¿Por qué? Yo encuentro dos explicaciones posibles: o bien Dios adora las marchas militares y quiso escucharlas hasta la saciedad o bien no se trataba  sino de un acte gratuit, una broma surrealista en detrimento de sus subordinados. En este segundo caso hubiera dado pruebas de un excelente sentido del humor. Pero, conociendo su carácter, yo más bien optaría por la primera suposición. Desgraciadamente…¡tales gustos con tan enormes posibilidades! Y realmente todo lo hizo para poder escuchar el mayor número de marchas militares sin haberse saciado hasta el presente.

He aquí algunas moralejas que se derivan de esta historia:

En primer lugar: la situación de Rachab. Para salvar la cabeza en un conflicto grave no basta con dedicarse a la prostitución en el sentido físico.

En segundo lugar: la situación de los espías. La mano de la providencia puede llevar al hombre a los lugares más diversos, pero en ello siempre se esconde un fin importante para el bien de la humanidad.

En tercer lugar: la situación de Rachab. No proclamemos a la ligera que nos hallamos “solos entre la multitud”; cuando estemos verdaderamente solos comprenderemos la diferencia.

En cuarto lugar: la situación general: Trompeteemos, trompeteemos, puede que ocurra un milagro.

>>Texto publicado en el suplemento La Cultura en México, de la revista Siempre! el 06 de octubre de 1965, número 190<<