Ricardo Muñoz Munguía

La obra literaria, por su peso y fuerza, tendrá una evolución que tarde o temprano se afianzará en la memoria del lector o, también es cierto, quizá nunca salga de las páginas donde ha sido sepultada. Por otro lado, lo que también tiene mucho que ver con la obra literaria, es la participación del crítico para que una obra no sólo tenga un referente y su abierta invitación para que otros lectores, otras generaciones, se acerquen al trabajo del escritor. Un trabajo que puede tener varios reflectores y, también, zonas de reciente iluminación que ante una obra trascendente y perenne, encontrarnos con una nueva mirada, un nuevo aporte a ese trabajo no sólo nos convoca y provoca un nuevo exquisito sabor extraído de la obra que se trate, como en gran medida es el volumen que hoy nos reúne.

El doctor en literatura mexicana, Juan Antonio Rosado (Ciudad de México, 1964), es poeta, narrador y ensayista. Tres facetas en las que he tenido oportunidad de conocer su labor creativa y, por supuesto, también celebro la amistad que nos une. Juan Antonio, el escritor, no sólo cuenta con las credenciales académicas sino, por igual, atiende el rigor de la disciplina, se encarga de la minucia que se desee con su debida importancia, nada le es gratuito pues todo se respalda con su investigación…, como debe ser. A pesar de ello, el trabajo que hoy nos presenta, se presenta cercano, es decir, que su lectura es ágil, fluye a buen ritmo y le pone el sazón necesario para mantenernos atentos porque el autor, como exigente arquitecto de letras que piensa en todos los planos, se propuso guardar, que no es desaparecer o inventar, las referencias académicas. Pongo el acento en esta figura estricta de Rosado porque ello define la calidad que debe permear el contenido como es en cada uno de sus ensayos, de sus publicaciones críticas de lo que ve, de lo que sabe ver, de lo que en muchas ocasiones puede pasar inadvertido ya por su cotidianidad, ya por su complejidad, ya por su desinterés. Un ejemplo de ello son sus variadas colaboraciones para “La Cultura en México”, suplemento que coordino de estas páginas de Siempre!, donde leo semana a semana ya por muchos años de manera ininterrumpida la mirada, de la que he hablado, de Juan Antonio Rosado. Y, permítanme mencionar sobre el autor que hoy nos ocupa, que en mi quehacer de editor por casi treinta años, Juan Antonio es de los contados colaboradores que he encontrado con el rigor de mandar un texto con una característica exclusiva: limpio en todos sus sentidos: sintaxis, redacción, ortografía, errores de dedo…, algo que puede pasar desapercibido pero para quienes estamos en la corrección y edición valoramos profundamente.

Por ello, por esa mirada, por exponer con un nuevo enfoque obras tan comentadas, como las del pensador, escritor, político y militar, Ignacio Manuel Altamirano, de quien recorre su vida y sus novelas tan fundamentales como Clemencia y El Zarco o la vida cultural y literaria en México del siglo XX, con los que serían miembros del Ateneo de la Juventud: Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán, quienes se conocen cuando tenían entre 16 y 18 años de edad. Y así, se despliegan otros ejemplos en el más reciente volumen de Rosado, Avatares literarios en México, el que conjunta 35 ensayos en total. El libro abre con el título/pregunta “¿Canon literario mexicano?”, y es perfecta oportunidad para mostrar su sospecha con otras preguntas: “¿Quién decide qué es o qué no es lo canónico en literatura o arte? ¿Los críticos? ¿Las editoriales? ¿Los autores de diccionarios y textos sobre literatura o arte?”…, por ejemplo. Y lo valioso es cuestionar, ir al fondo, descubrir, captar los intereses, actitudes, los pasos de quienes se ocupa Rosado como los de Vasconcelos, el autor del lema Por mi raza hablará el espíritu, con el que precisamente hacía referencia a una raza surgida del mestizaje, la “mejor”, desde el punto de vista de Vasconcelos, por eso el escudo de la UNAM contiene los símbolos de un cóndor y un águila, propios de Sudamérica. Entre otras obras, como Aura, de Carlos Fuentes; el cuento “La Noche”, de Juan García Ponce y deshebrar el erotismo en este relato; el realismo-naturalismo en Santa, de Federico Gamboa; de las novelas, una sumamente compleja de las letras mexicanas, La obediencia nocturna, de Juan Vicente Melo o la tan nombrada por tan efectiva narración que sostiene a cualquier lector de principio a fin, El complot mongol, de Rafael Bernal. Octavio Paz, excelente poeta, tampoco queda fuera de estas páginas quien, afirma Juan Antonio, “como Jorge Luis Borges o Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz fue ante todo y sobre todo un poeta, incluso cuando escribía prosa”. Por igual aparece, aunque breve y que seguramente también su narrativa daba para un artículo con más aliento, Josefina Vicens, quien a pesar de ser autora de sólo dos libros, en este caso enfocado en Los años falsos; o las de José Emilio Pacheco como es el caso de su novela imprescindible para los adolescentes, Las batallas en el desierto o, la que considera Rosado como su obra maestra en narrativa, Morirás lejos, que, por cierto, recién ha cumplido medio siglo.

Lo trascendente en la literatura, insisto, es la observación de ésta, y los alcances que la mirada alcanza al exponer la calidad de la luz, lo hondo a que se ha llegado. Es así que recorrer la expresión que ofrece el crítico, en este caso literario, es también conjuntar un diálogo, iluminar el recorrido que hemos hecho a través de las obras que se ocupó el investigador literario Juan Antonio Rosado, que es el volumen Avatares literarios en México (del que no puede soslayarse que tiene una excelente portada, precisamente de su hermano, Eduardo Rosado, quien titula esta acuerala como La peste) editado por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, el que está dedicado a Bruno, hijo de Juan Antonio, un libro que no tiene desperdicio y que, por eso, la dedicatoria también indique compartir el conocimiento con Bruno y sus lectores. Los artículos que lo conforman son, como ya se dijo, un diálogo con el lector, una voz que va hasta el fondo de una obra y su trascendencia, pasando en muchos casos por la época que surge, una definición y ubicación de las letras mexicanas y sus avatares literarios.

Texto leído el pasado viernes 20 de abril durante la presentación del volumen Avatares literarios en México, de Juan Antonio Rosado, dentro del marco de la Feria del Libro y la Rosa del Centro Cultural Universitario (UNAM).