Gabriel Vargas Lozano

Es para mí un honor, la invitación que me han hecho, tanto mi amigo, el admirado y reconocido historiador Enrique Semo, como David Moreno, director de la editorial Ítaca, para participar en la presentación de esta nueva edición de su libro Crónica de un derrumbe.

El libro aborda uno de los acontecimientos más trascendentes de la historia que nos ha tocado vivir como lo fue el derrumbe, entre 1989 y 1991, de un conjunto de regímenes que configuraban el bloque socialista y constituyó también el colapso de un proceso abierto en 1917 con la Revolución de Octubre en Rusia y que representó la esperanza de un cambio histórico. Todo este proceso contiene un sinnúmero de enseñanzas que tendrán que ser consideradas por todos aquellos que deseamos la transformación de la sociedad capitalista en una sociedad más justa. Muchos de nosotros nacimos y crecimos en medio de la lucha universal entre los sistemas capitalista y socialista que eran enarbolados por dos bloques que combatían en todos los campos: el deporte, la ideología, la literatura, el arte, la política e inclusive la guerra fría o caliente. Muchos tomamos partido y defendimos el sistema socialista, al igual que una serie de valores como el combate al imperialismo norteamericano, al racismo, a la criminal intervención en Viet Nam y muchas batallas más, como la paz ante la posibilidad de una guerra nuclear. La lucha entre los sistemas formó parte de nuestra existencia y aunque no éramos ciegos frente a los problemas internos que fueron surgiendo, como el trágico asesinato de los revolucionarios por Stalin (y aquí, en la Casa de León Trotsky estamos en un lugar lleno de simbolismos); las contradicciones que surgieron entre China y la URSS, las diferencias planteadas por húngaros, polacos, checos y yugoslavos en la construcción del socialismo y otros fenómenos más, seguíamos considerando que dicho sistema implicaba beneficios culturales, económicos, deportivos, de salud y otros, como nos dice Semo en su nuevo prólogo. La llamada primavera de Praga nos reveló la necesidad de reformas y la resistencia del Estado a incorporarlas al grado de que se recurrió a los tanques del Pacto de Varsovia para impedirlas. En el llamado “socialismo real” se requerían cambios profundos para que el sistema pudiera corregir sus problemas internos y asimilar la revolución científico-técnica en marcha. Ya en la década de los ochenta, tanto en Europa como en América Latina y México en particular, se habían iniciado los debates sobre la naturaleza de los estados socialistas. Charles Betelheim había dicho que se trataba de un capitalismo de Estado; Mandel, que la burocracia había secuestrado el aparato del Estado, desarrollando la tesis de Trotsky sobre el estado obrero degenerado; Althusser se había opuesto al estalinismo y Rudolf Bahro hablaba de la necesidad de darle importancia a la democracia y a la ecología, mientras Súslov decía que era el socialismo que habían podido construir frente a los que soñaban lo imposible. Pero resulta que de 1989 a 1991 ocurrió uno de los fenómenos históricos más impresionantes y sorpresivos como lo fue el derrumbe de los regímenes del Este y la URSS que se inició con la caída simbólica del Muro de Berlín. Sobrevino entonces la conmoción y la desorientación. Lo que era izquierda se convirtió para unos en derecha y viceversa. El capitalismo proclamó a todos los vientos el supuesto “fin de la historia” y el triunfo del capitalismo “y la democracia”. Recuerdo que en un coloquio que organizó Octavio Paz para celebrar la muerte del socialismo dijo que “no podía haber democracia sin economía de mercado” y el escritor chileno Jorge Edwads le respondió con una voz que parecía pedirle perdón al poeta por la osadía “Pero Octavio, en Chile hay economía de mercado y no hay democracia”. En efecto, al poeta se le había olvidado que a la democracia chilena la habían bañado en sangre en nombre de la economía de mercado.



El derrumbe de los regímenes de Europa del Este y la URSS requería, por parte de la izquierda un análisis objetivo que permitiera una explicación de lo que había ocurrido. Y sin embargo, aquí en México una gran parte de la izquierda quedó inmensamente golpeada y paralizada. Se presentó entonces un fenómeno curioso: intelectuales connotados por su anterior definición marxista, comunista y aun maoísta, se presentaron en mesas redondas para hacer su “mea culpa” y para anunciar su conversión al liberalismo y en algunos casos aún más, al neoliberalismo. Muchos de ellos, astutamente sabían que vendría un largo proceso de crisis y por ello renunciaron al marxismo y se convirtieron al posmodernismo y los que no lo hicieron cerraron revistas como Cuadernos políticos que habían tenido un papel muy importante en el desarrollo teórico del marxismo en Latinoamérica y aún más, importantes militantes socialistas ya no continuaron con el trabajo político en dicha orientación y aceptaron ceder sus identidades al nacionalismo o a la socialdemocracia. Pocos fueron los que persistieron y buscaron una explicación de lo que ocurría como pasó con Juan Brom, Pablo González Casanova, Adolfo Sánchez Vázquez, Enrique Semo y algunos cuantos más.

El caso de Semo es particular. Se trata de un historiador que conoció a fondo aquellos regímenes socialistas y que publica en su libro una serie de testimonios directos de ese conmocionante proceso. Enrique Semo estuvo allí en el período en que estaban ocurriendo los hechos y en su libro se recogen informaciones, entrevistas y cronologías, pero también nos ofrece una interpretación de las causas del derrumbe y una valoración. En su nueva introducción se concentra en tres hipótesis que no le parecen plausibles y que resumo:

Primera, el comunismo no podía funcionar y por ello se derrumbó. Esto ya lo había dicho Von Mises desde 1922 y recientemente Katherine Verdery.  Desde luego habría que haberle dicho a Von Mises que la sociedad comunista no ha existido nunca y por tanto no se podía decir que no puede funcionar.

Segunda, los problemas derivan de la contrarrevolución burocrática. Esta es la tesis bien conocida de Trotsky y desarrollada posteriormente por Ernest Mandel.

Y Tercera, falta de democracia y una sobre-centralización del sistema político que es en parte la explicación de Sánchez Vázquez, aunque no es mencionado por su nombre.

Semo dice que “no creemos que estas conjeturas puedan encontrar sustento en los hechos, como causas del derrumbe”

Inicia entonces su argumentación. Nos dice que el sistema resistió todo: el asedio de 18 países en un principio: los efectos de la primera guerra y de la guerra civil; la colectivización forzosa, la transformación industrial, la segunda guerra mundial, la guerra fría, sin embargo, la “economía estaba sumida en una especie de estancamiento” que exigía una reforma. Esta reforma la emprendió Gorbachov, pero Gorbachov cometió serios errores. En este punto estoy plenamente de acuerdo con Enrique y quisiera destacar no sólo la equivocada puesta en marcha de la Perestroika, sino el enorme error cometido al abrir los medios de comunicación a los historiadores mediante la Glasnost que se dedicaron a demoler uno a uno, todos los mitos que sostenían al sistema soviético sin ofrecer una alternativa. En un libro que publiqué en 1994 llamado Mas allá del derrumbe y en el que pretendía ofrecer mi propia explicación de lo ocurrido, analizo la posición de Gorbachov frente a los Estados Unidos aceptando en forma gratuita “que América Latina era proveedora de materias primeras de Estados Unidos y que la URSS no osaría modificar eso”, es decir, aceptaba el saqueo, la explotación y la dependencia a que han sido sometidos nuestros países con una falta de sensibilidad social y política, y traicionando las luchas históricas de los movimientos revolucionarios latinoamericanos. Lo mismo hizo al apoyar a los Estados Unidos en su ataque a Sadam Husein como dice Semo. La consecuencia de toda esta política de entrega del poder fue que Gorbachov hubiera sido recibido como héroe en los Estados Unidos. Enrique Semo dice “La causa inmediata de la muerte del sistema fue la disolución de la Unión Soviética y el campo socialista” lo cual fue resultado de una cadena de sucesos iniciados por Gorbachov en 1985 y agrega una serie de errores cometidos por el dirigente soviético en Polonia, la República Democrática de Alemania y Hungría. Aquí dice “Reconozco que los errores de Gorbachov y las medidas autoritarias y económicamente desastrosas de Yeltsin arropadas por los Estados Unidos y los órganos financieros internacionales no son sino parte de la historia. Hay muchos factores estructurales de larga duración que dificultaron la reforma de la URSS, pero estamos ante uno de esos casos en que los líderes del momento jugaron un papel decisivo” (p.12) Aquí estamos frente a uno de los problemas importantes de teoría de la historia y es la influencia que pueden tener determinados individuos que detentan el poder en virtud de una serie de precedentes que lo permiten.

Semo sigue afirmando que “Estamos convencidos de que el derrumbe de la URSS pudo ser evitado y que el sistema soviético podía ser reformado”.

En esto último estoy de acuerdo con su afirmación, pero creo que hay que darle peso también a lo que Semo llama “los factores estructurales de larga duración y que dificultaron la reforma”.

Antes del derrumbe y después de él, muchos investigadores expusieron una serie de tesis sobre la naturaleza de aquella sociedad y sobre las causas de su derrumbe. Empezaré con el mismo Marx, quien estudió a fondo la situación de Rusia y que su carta a Vera Zasulich, ante la pregunta de si los populistas rusos deberían plantearse el salto de la comuna al socialismo o si tenían que pasar por el capitalismo, respondió que sí le parecía posible (8 de marzo de 1881), pero agregó en el prólogo a la edición rusa del Manifiesto del Partido Comunista que la Revolución rusa no podría triunfar si no era acompañada por el movimiento revolucionario europeo. Como sabemos, la terrible reacción ante la Revolución de Octubre fue el surgimiento del fascismo en Italia y el nazismo en Alemania, así como la Segunda Guerra Mundial que arrojó solo para la URSS, 20 millones de muertos. Por tal motivo, considero que si bien es cierto que el pueblo soviético resistió a todos los procesos dolorosos a que fue sometido, encontró un conjunto de dificultades para lograr una sociedad plenamente socialista y aquí encontramos una serie de aspectos objetivos como la enorme desigualdad económica, política y cultural entre los países que conformaron la URSS (Vid. Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia) así como los factores subjetivos como lo fue la muerte de Lenin y  su sustitución por Stalin, quien se convirtió en un verdadero dictador, quien configuró una nomenclatura que controló  el poder del Partido, del Estado y del Ejército y que se mantuvo después del término de la Segunda Guerra e impidió a toda costa todo tipo de reformas. Es cierto que después de la muerte de Stalin, Jrushov buscó un cambio denunciando sus crímenes en su informe secreto al XX Congreso y  permitió denuncias como fueron las novelas de Solyenitsin entre otras, sin embargo, ese verano duró muy poco y otra vez el grupo neo-estalinista  tomó el poder. A mi juicio, el hecho de que los intelectuales, científicos, artistas y filósofos no tuvieran libertad para expresar sus puntos de vista influye en la falta de una retroalimentación crítica desde abajo.

Se impidió entonces la libertad de crítica y se imposibilitaron todas las reformas como ocurrió en Checoslovaquia en 1968.

Por otro lado, la URSS también cayó en el garlito tendido por Reagan de la llamada en forma hollywoodense “Guerra de las galaxias” que le obligaron a gastar enormes cantidades de dinero para poder competir en ese terreno, lo cual produjo un gran deterioro de los servicios. Yo creo que Semo tiene toda la razón en colocar como agente causante del derrumbe a la equivocada estrategia seguida por Gorbachov sin embargo, el escenario con que se encontró había sido preparado desde hacía muchas décadas. Existen además otras hipótesis sobre las causas del derrumbe bien conocidas por Semo y sobre las que sería interesante escuchar su opinión como la de Adam Schaff, quien consideró que la estructura económica era socialista, pero la superestructura era autoritaria; la de Sánchez Vázquez, quien dijo que “el socialismo real era una formación social específica poscapitalista que bloquea el tránsito a un auténtico socialismo”. Recordemos que para Sánchez Vázquez faltó la construcción de una democracia auténtica o la tesis de Milos Nikolic, quien considera que lo que se dio en la URSS fue un proceso de modernización autoritario revestido de la ideología socialista.

Retomo la idea inicial. En México vivimos la lucha entre los dos sistemas en forma apasionada y más cuando sobrevino la Revolución Cubana que fue posible no sólo por el heroísmo de quienes la llevaron al cabo. sino también por la enorme habilidad e inteligencia de Fidel Castro para moverse en el escenario mundial, aunque Cuba no habría podido subsistir sin el apoyo de la URSS y del bloque socialista, sin embargo, aquí en México no estábamos preparados para semejante golpe porque a nivel de base, no se debatió el problema con suficiente libertad ideológica.

Hoy, después de 35 años de neoliberalismo que ha devastado al país, la izquierda debe retomar estos temas, analizarlos seriamente y buscar  una alternativa, es decir, un nuevo paradigma emancipatorio que haga un ajuste de cuentas con el pasado y ofrezca salidas a  la situación en que vivimos y para ello tenemos libros como el que hoy  presentamos.

México, D.F. Museo de León Trotsky. 21 de noviembre de 2017.