Como un objeto hipnotizante que parece llevarnos a otra parte pero termina por reubicarnos frente a nuestra propia realidad es “Siete cuentos morales”, la nueva obra del Nobel sudafricano, John Maxwell Coetzee, quien recientemente lo presentó en su visita a la Feria del Libro de Madrid. Se trata de un conjunto de relatos, que más allá de ser una espléndida escritura, gira a través de dos novedades clave en la narrativa del escritor.

Por primera vez un libro de Coetzee vio la luz antes en español que en ingles, lo que para el escritor es un gesto consciente que nace del distanciamiento de la visión del mundo de los angloparlantes. “Es el peligro de que el inglés se convierta en un idioma global, proceso en el que está inmerso y que las opiniones que ese idioma tiene sobre el mundo también lo serán, y eso no es en absoluto bueno”, señaló para el diario El Cultural.

El escritor de “La edad de hierro” (1990) y “El maestro de Petersburgo” (1994) habló de la relación de lenguaje y pensamiento incluidos en un idioma: “nuestra relación con el idioma tiene facetas personales, filosóficas e incluso políticas, y son estas facetas personales las que le alejan del inglés”.

Comentó que su intención en sus novelas “La infancia de Jesús” y “Los días de Jesús en la escuela”, era publicar los volúmenes sin título, “para que fuera el lector el que estableciera ese paralelismo con la vida de un Jesús que por otra parte no es el Jesús histórico”. El escritor prefirió no hablar a profundidad  de sus trabajos y sólo dijo “si un libro no puede hablar por sí mismo, es un fracaso, y ese autor no está trasmitiendo nada”.

Recordó que cuando era joven le impactó “El Evangelio según San Mateo” de Pasolini, porque su protagonista no era un Jesús bíblico ni institucional, sino salvaje e intenso, y a la vez un hombre frágil.

El elemento clave de “Siete cuentos morales” es la reaparición de la ¿ficticia? novelista australiana Elizabeth Costello. “Hace algunos años un colega escritor viajó a la India, y allí mucha gente le preguntaba cosas sobre la escritora Elizabeth Costello, imaginándola una persona real”, relató Coetzee.

Sobre su relación con este complejo alter ego, Coetzee recuerda que “apareció en mi vida sin avisar, sin ser invitada, en 1999, y exigió pronto un hueco. Nunca he tenido control sobre ella. No es una mujer a la que se pueda considerar simpática. Es arrogante, dominante, intolerante y es escéptica frente a la racionalidad humana”.

Costello se presta así de nuevo a hacer de altavoz de un Coetzee que no cree en plantear fríamente las opiniones de modo ensayístico, sino que asume como su deber el crear marcos narrativos que desarrollen estas cuestiones morales, políticas o filosóficas, algunas atemporales y otras estrictamente contemporáneas.

Nos presenta una Costello en franca decadencia, a las puertas de la vejez, cavilando incansable sobre cuestiones que preocupan al propio autor y que ya ha abordado a lo largo de su carrera: la familia, la infidelidad, los derechos de los animales y la lucha entre padres e hijos. Especialmente la muerte.

“Elizabeth Costello lucha por asegurar la cristalización de pensamientos que pocos se esforzarían por comunicar. Dudas acerca de la moral de nuestra relación con el mundo, de nuestra capacidad de comprender otras formas de vida y de llevar con responsabilidad la convivencia con ellas”, apuntó J.M. Coetzee, quien es parte de esa generación de escritores que cuestionan y levantan su voz contra el apartheid y sus negativas consecuencias para el hombre y la sociedad. A diferencia de sus colegas, evita ser objeto de la atención pública y no es muy proclive a hacer declaraciones o dar entrevistas.