Jacquelin Ramos y Javier Vieyra

En los primeros días del mes de abril, llegó al público mexicano una de las más extraordinarias películas de las que haya tenido registro la cinematografía nacional. Se trata de La 4a compañía, un filme que acaparó la atención y el elogio de la crítica internacional aun antes de consagrarse como el gran triunfador en la 59 entrega de los Premios Ariel, al ganar diez de las veinte nominaciones que le otorgó la Academia Mexicana de Ciencias y Artes Cinematográficas. Bajo la brillante dirección de Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván, La 4a compañía nos adentra en el oscuro y crudo mundo de la vida penitenciaria en el México de los años 70, donde el referente de Arturo el Negro Durazo en el ámbito policial es tristemente célebre,  a través de la peculiar historia de “Los perros” de Santa Martha Acatitla, un equipo de futbol americano que, además de su fin deportivo, es utilizado por las autoridades del centro de reclusión como una especie de escuadrón criminal que se coloca en la cima de la pirámide carcelaria y mantiene las estructuras de poder dentro y fuera del recinto.

 

La historia se convirtió en obsesión

En entrevista exclusiva para Siempre!, los jóvenes directores conversaron acerca del largo camino que transitaron para llevar esta producción a los espectadores, un camino cuyo primer paso, recuerda Amir Galván, comenzó cuando dirigió Lo que quedó de Pancho, una cinta que aborda también el tema carcelario y en cuyo concepto se encuentra el germen y la columna vertebral de La 4a compañía. Contando también con la experiencia de fotógrafo documental, Galván descubrió la historia de “Los perros” de Santa Martha Acatitla dentro del proceso de realización de su proyecto estrenado en 2003 y posteriormente, en prodigiosa coincidencia, conoció a Mitzi Vanessa Arreola en un festival internacional donde sería premiado. A partir de ese momento formaron una mancuerna formidable de 12 años para concebir La 4a compañía.

“Después de conocernos, Amir me contó la historia y me pareció sorprendente. Me propuso escribirla y acepté encantada; era un proyecto bastante complejo por ser una narración coral y por todas las aristas que contiene, pero fue realmente fascinante: la historia parecía producto de una imaginación muy prolífica, por lo que empezamos a buscar elementos que nos demostraran que provenía de la realidad”,  explica Arreola, al dar pie a la labor de investigación que realizaron ambos directores dentro de la sombría penitenciaria capitalina. Así comenzó un importante proceso de documentación que los llevó a recabar datos, anécdotas, fechas, expedientes, pero, sobre todo, testimonios de los internos, custodios y autoridades más longevos dentro de la prisión que pudieron tener contacto directo con los protagonistas y circunstancias de los años setenta.

Amir Galván rememora emocionado los encuentros más emblemáticos al respecto: “De los personajes originales, de esos perros originales, pudimos contactar a unos cinco. Conocimos a quien inspiró a Zambrano, por ejemplo, el protagonista central de la película, que está desaparecido desde 2009”. Con  tal acercamiento a este peculiar episodio, parecería que el reto de recrearlo para la pantalla resultaría más sencillo, sin embargo, el compromiso de Arreola y Galván por exponer de manera realista la historia, los llevaría a filmar su obra dentro de la penitenciaria de Santa Martha Acatitla, lo cual para Mitzi Vanessa Arreola representó el gran reto del proyecto:

Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván.

“Realizar la película dentro de la penitenciaria se convirtió en una obsesión. Y la defendimos frente a muchas circunstancias; vencimos un sinfín de resistencias, pero logramos representar la atmósfera verdadera de una cárcel mexicana.  Incluso pudimos romper con la creencia de que nuestras penitenciarías son iguales a las estadounidenses, marcamos la distinción y rescatamos nuestras propias historias carcelarias; eso le brindó un respaldo y un simbolismo sumamente importantes al filme“.

Esta empresa le significó a los artistas trabajar en medio del deprimente y peligroso entorno de los hombres que viven con la desesperanza, la violencia y la tragedia día a día. La labor dentro de la penitenciaría duró dos años en que el equipo de trabajo, conformado por más de trescientas personas, vivieron inmersos entre las condenas más largas y los perfiles más violentos, aunque, asegura Arreola, “indudablemente la realidad supera lo que se advierte en la película”.  Por ello,  cada uno de los miembros del elenco, entre los que destacan los actores Adrián Ladrón, Gabino Rodríguez, Andoni García y Hernán Mendoza,  además de la caracterización, debían poseer lo que Amir Galván llama “energía del personaje”, una materia humana, esencial, que le permitiese interpretar su parte respectiva.

“También había una condición inequívoca: la disposición y la valentía. El intérprete sabía que iba a entrar a una cárcel. Ahí, dentro, existe un grupo de teatro con el que llevábamos entrenando dos años y, además del trabajo de mesa que debía realizarse, los actores iban y se integraban con los hombres de ese grupo para que se enriquecieran con sus experiencias y los elementos básicos, formales y vivenciales de su interpretación.” 

Hombro a hombro con un excelente equipo, en que destaca Miguel López,  Arreola resalta la propuesta que se realizó en La 4a compañía en el ámbito de la fotografía, respecto a una aproximación diferente que pudiese encontrar en el escenario y los personajes, que, aparentemente pudiesen ser repulsivos o desagradables,  la belleza y el placer estético.

“La fotografía, además de las luces y sombras, engloba muchos más elementos dentro del cuadro; es el vestuario, el maquillaje, el diseño de producción, la parte de color; todos estos elementos fueron armonizados para lograr estas proyecciones. Nuestro concepto fue siempre preguntarnos cómo darle tratamiento a la realidad para hacerla bella, cuando esta nos mostraba todo lo contrario”.

 

Sistema penitenciario plagado de crueldad

Dentro de la película el espectador se encuentra con escenas realmente impactantes que dan cuenta del las entrañas de un sistema penitenciario plagado de crueldad, depravación e inmundicia, una suerte de mundo alterno  y cruel, en el que pocas veces se repara en la cotidianidad, pues la indiferencia es el mejor antídoto de la bruta  y real  humanización. Las torturas, abusos, crematorios, mazmorras y la llamada “Zona O” (“O” de olvido, oscura u ojetes) son apenas piezas dispersas de una penosa problemática que, a pesar de los años, asevera Mitzi Vanessa Arreola, prevalece:

“En las penitenciarías se congela el tiempo; si existe algo en donde el tiempo esté cuajado, eso son las cárceles. Son las sociedad las que se quedan o se van. Nos queda claro que se han hecho algunos esfuerzos en el tema de derechos humanos, no obstante, han sido más por presión internacional que por voluntad política, pero, en esencia,  el problema y las grandes disfuncionalidades de las prisiones, desde los años setenta, prevalece.  La cárcel sigue sirviendo como un negocio para alguien que no está interesado en que se componga. La supervivencia, cada paso en un penal sigue costando.”

“Dentro del universo mexicano, ¿a quién le conviene que las cárceles prevalezcan así, que la confianza policial sea tan débil? No hay jefes policiacos emblemáticos como el Negro Durazo operando, visibles; pero sí hay muchos invisibles,” complementa Amir Galván, quien además agregó que la complicidad y colusión del crimen organizado con el Estado, siendo los reclusorios la mejor expresión de este último concepto, tiene su mejor ejemplo en el autogobierno de las penitenciarías mexicanas: “El crimen organizado se ha apoderado de las funciones del Estado. Primero trabajaban en subordinación, luego en colaboración y, ahora, ya no es posible saber quién manda y quién obedece.”

Responsabilidad social olvidada

A pesar del enorme sacrificio económico que ha significado la realización de La 4a compañía, Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván se enorgullecen de haber creado una película que trascenderá en el tiempo sin importar lo desalentador que es el mercado actual para una película mexicana de su tipo: “Se cambian 12 años de trabajo por 3, 4, 5 o 6 semanas en cartelera”.  Pero su reflexión final es muy clara. Ambos perdieron su propia inocencia y se enfrentaron a la fragilidad  de la vida cuando desentrañaron una responsabilidad social olvidada.

¿A qué se envía a las cárceles a todos aquellos que han delinquido, sino a graduarse de una universidad del crimen?, se preguntan ambos creadores: “Hoy en día, la tercera parte de la población penitenciaria son jóvenes de hasta 28 años. Ellos saldrán en un tiempo relativamente corto. Serán devueltos a la sociedad todavía con plena fuerza y capacidades, ¿cómo van a salir? Como un producto de un estado de violencia terrible; ¿hay acaso un futuro para ellos o para nosotros como país? Todos sabemos la respuesta”, concluyen.