Un mes y una semana después de realizados los comicios federales del 1 de julio pasado , el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) que encabeza la señora Janine Otálora Malassis, entregó el miércoles anterior al tabasqueño Andrés Manuel López Obrador, abanderado de la coalición Juntos Haremos Historia, conformada por Morena, el PT y PES —este último, por cierto, ya perdió su registro—, la constancia que lo acredita oficialmente como presidente electo, acción que antecede a la toma de posesión del próximo 1 de diciembre, acontecimiento que marca el inicio de su gestión como presidente de la república para el periodo 2018-2024.

Oficialmente, la transición ha comenzado.

Esta será la última ocasión en la historia de nuestro país en la que el presidente electo toma posesión el 1 de diciembre. Gracias a la reforma político electoral de 2014 la fecha se cambió y a partir del 1 de octubre de 2024 el primer mandatario no tendrá que esperar cinco largos meses para entrar en funciones.

Esta medida le viene bien tanto al país como a la política, pero sobre todo a los mexicanos, quienes sexenio tras sexenio viven una especie de impasse de poco más de 150 días porque literalmente son “gobernados” por dos bandos: el saliente y el entrante. Así las cosas, a golpes mediáticos transcurren todas esas semanas enterándose de concretos y de supuestos que, quiéranlo o no, acaban impactando y desestabilizando las diversas actividades que dependen de la toma de decisiones políticas.

El hecho de que a partir de 2024 el presidente electo entre en funciones 3 y no 5 meses después de realizada la elección en la que resultó ganador también permitirá que la entrega-recepción del gobierno se de con mayor celeridad y agilizará las labores entre los equipos de transición involucrados. En pocas palabras, estamos frente a una incertidumbre que le permitirá a millones de mexicanos deshacerse de la incertidumbre de no saber cuál será el rumbo del país para el último semestre del sexenio.

En su primer mensaje dirigido al pueblo de México como presidente electo, el miércoles pasado, López Obrador entregó en su discurso varios aforismos que bien pueden ser tomados como sumamente esperanzadores, pero también deben ser interpretados como una clarísima intención de intentar involucrar rl país entero en una nueva dinámica en la que el mandato principal será ir por el peor cáncer que nos ha asolado de manera histórica: la corrupción.

Se puede caer en el escepticismo y desacreditar todo lo que la retórica nos obsequia, pero también es válido reconocer como genuino el anhelo de que millones de mexicanos por fin puedan vivir en una sociedad donde poco a poco se traben acciones para erradicar la monstruosa desigualdad en la que han vivido. Asimismo, también me quedo con el compromiso de López Obrador de actuar en todo momento con rectitud y respeto hacia los otros Poderes de la Unión, y manteniéndose al margen para que los encargados de impartir justicia no actúen por consigna y que su quehacer siempre vaya impregnado de total libertad.

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