Madrid. España. Ouka Leele —nombre artístico de Bárbara Allende Gil de Biedma— (Madrid, 1957), artista, pintora, poeta y fotógrafa española. Fue una de los protagonistas de la llamada Movida Madrileña al incio de la década de 1980, donde compartió estudio, días y noches con el diseñador Javier Mariscal, Ceesepe, el fotógrafo Alberto Gacría-Alix y el director Pedro Almodóvar, a los que hizo diversos retratos aquellos días. Autodidacta, destacan sus características fotografías en blanco y negro pintadas a mano con acuarela. Mezcla las tradiciones españolas con un gran colorido típico de esta artista que recibió el Premio Nacional de Fotografía en 2005. Para la artista, la fotografía es “poesía visual, una forma de hablar sin usar palabras”. Y alzando esa voz, detuvo el tráfico de la Plaza de la Cibeles, en Madrid, con el fin de realizar la reconocida fotografía Rappelle-toi Bárbara, que representaba el mito de Atalanta e Hipómenes. Su obra se ha expuesto en ciudades como París, Londres, Tokio, Sao Paulo, Praga, Buenos Aires, Nueva York…

En 2002 realizó dibujos y serigrafías para El cantar de los cantares libro que fue Premio Nacional de Bibliofilia en España. Este 2018 el Taller del Prado de Madrid publica el libro Hueco con ocho foto-litografías de Ouka Leele y 8 poemas de Miguel Ángel Muñoz. Libro de biblioflia, que une la fotografía con la poesía. “Es un libro increíble, pues me gusta mucho trabajar con la poesía —dice Ouka leele— y mi fotografía tiene mucho que ver con la literatura. Aunque en realidad no se puede decir que soy fotógrafa, porque yo trabajo la fotografía desde la pintura”.

La mirada de Ouka Leele, es una película en torno a la trayectoria de la fotógrafa firmada por Rafael Gordon y cuya banda sonora recibió un premio. “No sé si soportaré verme en la película con todo el mundo delante”, admite la artista. “El director no quiere llamarla documental. En realidad es una obra basada en la creación de un mural de 300 metros que pinté en Murcia y desde ahí recorre mi historia hacia delante y hacia atrás. Es mi vida vista a través de sus ojos y también un autorretrato suyo a través de mí”.

En tus fotos hay un trabajo muy detallado en la composición, ¿cómo lo llevas a cabo?

—Cojo una foto y la empiezo a retocar y las cosas empiezan a salir de la foto, como si estuviera en tres dimensiones. Hago ajustes de color, de contraste, acercando unas cosas y alejando otras…

En recientes años has hecho de todo, desde un mural enorme a libros de artista y escribir poesía. ¿La poesía tiene mucho en común con la fotografía?

—Con la poesía he descubierto que puedo hacer fotos con palabras. Y la prueba es el libro Hueco que acabamos de hacer juntos. Y el día que no he podido hacer un trabajo, escribo por la noche y doy así salida a mi creatividad. Con la poesía creo personajes y no tengo la necesidad de buscarlos como con la cámara, me invento mundos con la palabra. Mi fotografía es muy literaria, tiene también mucho de teatro y de cine.

Tus fotografías han irrumpido en el medio artístico con una contundencia inusual. El uso del retoque que les das se ha vuelto clave en tu proceso creativo. ¿Cómo ha evolucionado el tratamiento del color en sus obras?

—Fue a finales de los 70, cuando empecé a trabajar fotos en blanco y negro que luego pintaba con acuarelas, era un efecto raro e impactante. Con la fotografía digital me atrevo a trabajar directamente con el color porque puedo manipularlo. De hecho, estas fotos de ahora tienen más de pintura que las propias fotos pintadas de entonces. Varios de mis libros recogen ese proceso creativo, que ahora que lo pienso, ya lleva más de tres décadas. ¡Uff, cómo se pasan los años!

Estás consciente de que eres un icono de la famosa “movida madrileña” de los años ochenta en España; y hoy, entre todas tus movidas eres también una luchadora social muy comprometida con tus ideales. ¿Cómo lo llevas?

Creo que tuve un comienzo movido, de crecimiento intelectual muy rápido y determinante. Hay una etapa en la juventud de búsqueda de identidad y creo que lo conseguí: mis fotos se reconocían a lo lejos, en cualquier sitio del mundo se sabía que era una obra de Ouka Leele. En realidad deseaba esconderme tras ese nombre, que no se supiera quién era, si era hombre o mujer, joven o vieja. A una de las primeras conferencias a la que me invitaron fuimos siete personas, todos éramos Ouka Leele. Pero no lo pude mantener por mucho tiempo.

Eso que comentas fue y es en lo creativo, pero en lo social hay también algo determinante, ¿no?

—Desde luego, en la denuncia social, la vida te lleva a eso, eres conocida y te piden ayuda. Hace un par de años hice un video con la periodista congonesa Caddy Adzuba que denuncia en occidente la violencia sexual contra las mujeres: allí, nos cuenta que les meten plástico ardiendo en la vagina, obligan a los hijos a violar a sus madres… Todo por el coltán, un mineral imprescindible para el móvil. Es terrible ver que casi todo lo que usamos inocentemente causa sufrimiento.

¿Cómo llevas el tema de mezclar la pintura con la fotografía?

—En muchas épocas de mi trayectoria no me he encontrado cómoda en el mundo digital, los laboratorios han cambiado y mi meta era y es actualmente pintar; en la pintura no me escondo, es más sincera que la fotografía. Fruto de ese proceso hace unos años hice un periodo de investigación, un año encerrada en el laboratorio, que acabó con la exposición Ouka Leele inédita. Me gustan los retos, los cambios, descubrir procesos creativos; eso es lo importante de mi vida: descubrir nuevos horizontes.

—¿Cómo se desarrolla el proceso de producción y posproducción?

—Tomo una fotografía y comienzo a retocarla detenidamente, como si estuviera pintando o dibujando. Lo importante es que las cosas empiezan a salir de la foto, como si estuviera en tres dimensiones. Es algo increíble, muy poético y visual… Hago ajustes de color, de contraste, acercando unas cosas y alejando otras… Es complicado, pero también sorprendente.

Una de tus series fotográficas más importantes es A donde la luz me lleve, que fue un encargo de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson que se inscribe en la iniciativa Miradas de Asturias. Asturias, como mirada creativa, como inspiración visual y poética. ¿Cómo lo vez a distancia este proyecto maravilloso?

—Es un trabajo que converso en la memoria. Fue un encargo, o mejor dicho, un proyecto que disfruté mucho. Fue algo inédito para mí: descubrí y vi Asturias como nunca. Es un mundo mágico lleno de generosidad, inocencia y hospitalidad. Pero también hay una parte oscura, que yo no he capturado en mis fotografías. Hablas con la gente y te cuenta historias tremendas: uno que se ahorcó en aquel árbol de allí, otro que quiso matar a su novia con un hacha por celos… Pero bueno, es interesante. Fruto de ese registro memorioso fue también la publicación de mi libro A dónde la luz me lleve, que recoge más de cien fotografías que hice por toda la región.