A Juan José Arreola (nacido en Zapotlán el Grande —hoy Ciudad Guzmán—, Jalisco, el 21 de septiembre de 1918, y fallecido en Guadalajara, Jalisco, el 3 de diciembre de 2001) nunca se le pudo desligar del teatro. Él mismo era todo teatro. El enorme narrador, el gran cuentista, el autor de La feria (su única incursión en la novela, que este año cumple 50 de haber sido publicada) siempre se caracterizó por su notable vena teatral, misma que lo distinguía con una personalidad propia —demoledora y apabullante— en sus apariciones públicas. Largas capas, sombreros de bombín, bastón… la encarnación eterna (y etérea) del dandysmo; gesticulaciones abiertas y declamatorias; eufonías teatrales impresionantes, fueron algunas de las características que jamás abandonaría en sus conferencias ni en sus homenajes.

Durante muchos años, Juan José Arreola fue presencia constante de la televisión (en el tiempo en que Televisa dedicaba un canal específico de su consorcio a la difusión de la cultura); y desde ahí, desde la pantalla casera, el maestro fortificó su propio personaje de manera indeleble en la memoria colectiva.

Pero Arreola tuvo un por qué de todas estas actitudes suyas tan histriónicas y tan teatrales que, incluso en algún momento, lo llevaron a compartir el set televisivo con estrellas como Thalía y Verónica Castro en un programa de ingrata memoria y más tristes resultados ulteriores, y que significó la despedida final del maestro Arreola de la parafernalia televisiva.

Juan José Arreola inicia su carrera teatral en 1936, cuando ingresa a la Escuela de Arte Teatral del INBA en la que tuvo como maestros nada menos —y nada más— que a un trío de grandes hombres de teatro: Fernando Wagner, Rodolfo Usigli y Xavier Villaurrutia. Por aquellos tiempos, Arreola también se unió al Teatro de Medianoche, iniciativa forjada por el propio Usigli, así como por doña Amalia González Caballero de Castillo Ledón, Dolores del Río y Tomás Perrín. En Teatro de Medianoche, Arreola tuvo como compañeros a actores de talla y trascendencia histórica: Clementina Otero, Julián Soler, Ignacio Retes, Carlos Riquelme, Crox Alvarado, Emma Fink y José Elías Moreno, de quienes seguramente mucho aprendió y compartió de la mística escénica y de los rigores de componer personajes y enfrentarse al público.

Esta experiencia dio frutos en la vida de Arreola, ya que en 1945 el Instituto Francés de la América Latina (IFAL) le concedió una beca para estudiar declamación y actuación en París, donde tuvo como maestros a otros grandes del teatro contemporáneo del siglo XX: Louis Jouvet, Pierre Renoir y Jean Louis Barrault.

A su regreso a México, dos años después de su experiencia en París, Arreola participa como actor en Corona de sombra, escrita y dirigida por Rodolfo Usigli, en el Teatro Arbeu. Sin embargo, la pasión teatral de Arreola no culminó en la actuación. Su andar prosiguió y tuvo que hacer frente a su vocación dramatúrgica. El teatro lo llamaba como autor y así escribió su primera obra, por la que obtiene el Primer Premio en el Festival Dramático del INBA, en 1955: La hora de todos, a la que define como juguete cómico en un acto y dedica a Pablo y Henrique González Casanova.

La hora de todos es una obra muy amarga, pese al gran sentido de ironía y humor negro que fluyen en sus acciones, personajes y parlamentos. Con un epígrafe emergido de Franz Kafka (“El joven ese ya se había instalado allí. Su nombre era Harras”), Arreola sumerge al espectador en una trastocación de tiempo y espacio que sólo denota una inquietante desesperación existencial. La hora de todos se reestrenó en el X Festival de Teatro de las Naciones en Francia, en 1963, dirigida por el ya fallecido actor y director Antonio Passy.

Pero no concluye ahí la vocación teatral de Arreola. Por el contrario, escribe una obra más: Tercera llamada o empezamos sin usted (caballito de batalla del teatro escolar); y en 1956 interviene activamente como actor y director del importante movimiento vanguardista universitario denominado Poesía en Voz Alta, parteaguas en la renovación apreciativa del fenómeno teatral, ligado estrechamente al trabajo dramatúrgico, pero sin que el Arreola actor estuviera por ello lejos de la motivación histriónica. Actuó —entre otros muchos personajes— el papel del Narrador, vestido de Arlequín, en La hija de Rapaccini de Octavio Paz, bajo la dirección de Héctor Mendoza.

Esta fue, grosso modo, la participación de Juan José Arreola en el teatro. Y queda una pregunta: ¿por qué el maestro se olvidó del teatro; es decir, dejó de escribirlo…? Y, en efecto, ¿ya no escribió teatro Arreola? El hecho es que, durante más de casi siete decenios nuestros escenarios profesionales e institucionales nada se han preocupado por escudriñar en el material dramatúrgico de Juan José Arreola. Lejos de algunos acercamientos estudiantiles, su teatro ha permanecido en el silencio y/o en el olvido.

El teatro de Arreola duerme aún el sueño de los justos. Porque Arreola se refugió en la narrativa. Quiso que el teatro quedara como una experiencia nodal, pero no definitiva. Un caso similar al suyo, con obvios motivos de coincidencia, es el de Jorge Ibargüengoitia (otro de nuestros más grandes narradores, pero también, él sí, un dramaturgo prolífico). No es de extrañar el apartamiento de Arreola de nuestro teatro. Por lo general, nuestro ámbito teatral es mezquino, mafioso, con delirios de poder, sectáreo y separatista, injusto; por lo que tal vez Arreola no quiso librar esa batalla que muchos de los hombres y mujeres de teatro —no adscritos a grupúsculos de poder— confrontan desde tiempos inmemoriales.

E hizo bien el maestro. Se evitó muchos desdenes y dolores de cabeza tal vez innecesarios. Como Ibargüengoitia, que abandonó el teatro harto de la pequeñez del medio teatral de su tiempo (que nunca le perdonó haber ejercido la crítica con toda la libertad del creador), así Arreola tal vez decidió acogerse al teatro sólo como espectador y dejar el testimonio en sus breves obras (tanto escritas como ejercidas) de su amor por el teatro, de su pasión escénica.

No obstante, el teatro perdió, quizás, a un gran dramaturgo y director, y ganó a uno de los narradores más trascendentes y capitales del siglo XX en las letras mexicanas. Como quien dice: no hay mal que por bien no venga…

Y, asimismo, el caso de Juan José Arreola en nuestros escenarios demuestra una vez más, la portentosa fuerza que posee el arte teatral de grandes literatos como ha sido el de este ilustre tapatío que hoy sin duda deberá comenzar a ser revalorado por las nuevas generaciones en bien de nuestra cultura y, sobre todo, de la relevancia y el peso de su obra en el horizonte literario del pueblo mexicano.

Celebrando el Centenario de su nacimiento, Juan José Arreola y su obra, lo sabemos, no habrán de descansar en paz, porque su obra y su presencia viven hoy, con más impacto y verdad, que nunca.